Un buen día, alguien que me quiere bien, me sorprendió con uno de esos regalos que no te esperas, llegó a mi casa con dos cajas y me dijo:
—Pon todo tu dolor, tristezas y sufrimiento en esta caja negra. En la dorada, por el contrario, coloca sólo las alegrías y bendiciones que te da la vida.
De ese modo he procedido desde entonces, porque si quien me quiere, me lo aconsejó, seguro que era porque creía que eso me ayudaría a ser más feliz.
He ido llenando la caja negra de cosas negativas, de penas, tropiezos y decepciones. Por otro lado, el optimismo, la energía positiva, las risas y el amor han ido a parar, día tras día, a la caja dorada. Pero asombrosamente, mientras la caja dorada cada vez pesa más, la negra sigue igual de ligera. La curiosidad pudo conmigo y un día abrí la caja negra para saber cuál es la razón del misterio y descubrí que en el fondo había un agujero por el que se van colando dolores, penas y tristezas. Reflexioné y me hice esta pregunta: «¿A dónde habrán ido a parar todas estas cosas?». Y mi corazón me dio la respuesta: «No te hagas más preguntas y avanza con alegría fortalecida por la serenidad, el sosiego y el entusiasmo».
Pues eso, dejemos que se escape por el agujero negro lo negativo y viviremos más felices y en paz, porque, todo lo bueno que vayamos guardando en la caja dorada, (el corazón) nos dará las fuerzas necesarias para hacer frente a tantos infortunios que, sin esperarlo, se nos presenta. El mayor sufrimiento, la mayoría de las veces, nos lo provoca aquellos a quienes hemos ayudado y queremos.
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