miércoles, 19 de julio de 2017

La enemistad

Estatua de dos hombres dándose la espalda.


La enemistad es un sentimiento de odio o rechazo entre dos a más personas. Dicen que el roce hace el cariño, sí, pero también el roce destruye el cariño, lo vemos en la convivencia de parejas y de hermanos, y eso pasa en cualquier casa de vecino.

Entre hermanos, las rencillas y el encono se transforman en odio, unas veces se silencia y otras se ventila. Siempre son los que odian los que airean las desavenencias, interesadamente enfangan el relato con mentiras con el fin de dejar malamente a su víctima, y muchas veces la dejan tan dañada que no tiene ni opción de defensa.

En el mundo de la farándula las rencillas entre hermanos son de dominio público porque los medios de comunicación se encargan de airearlas a los cuatro vientos, por ejemplo:

- Olivia de Havilland y Joan Fontaine: se dice que es la enemistad fraternal más célebre tras Caín y Abel. Las dos divas del cine clásico rivalizaron por el amor de sus padres, de sus parejas y de la Academia. Su rivalidad histórica y los dardos que se lanzaban sin pudor alguno alimentaron los titulares de la prensa especializada e incluso se llegó a afirmar que, «Qué fue de Baby Jane» estaba basada en su tenebrosa relación.

- José María y Nacho Cano: «José María y Nacho han llegado a darse golpes bajos, aunque luego se quisieran muchísimo» declaró Miguel Ángel Arenas ‘Capi’ sobre la célebre rivalidad entre los hermanos más famosos del pop español. Y es que en la disparidad de las personalidades de los Cano y la inmensidad de su ego llegó a tal extremo que no sólo propició el final de Mecano, también destruyó toda posibilidad de que el grupo más exitoso de la música española vuelva a reunirse.

- Eric y Julia Roberts: con el historial de odios que despierta la sonrisa de América no es de extrañar que también haya partido peras con su propia familia. En los inicios de su carrera Julia Roberts se posicionó en contra de su, por entonces mucho más famoso, hermano Eric durante el divorcio de este y testificó en su contra en el juicio por la custodia de su hija Emma Roberts. Una trama digna de agosto.

Afortunadamente, no todas las familias sufren problemas. En algunas, reina la armonía y la concordia, y los hermanos, además de respetarse y quererse como tales, son amigos y confidentes, participan en proyectos conjuntos, se miman mutuamente y se sienten orgullosos de la relación fraternal establecida.

Mal que nos pese, algunas personas cargan en sus espaldas el abrumador peso de unas relaciones fraternales marcadas por la distancia, los enfados, o los crudos enfrentamientos con alguno de sus hermanos. Existen asuntos que puede cerrar puertas a la reconciliación, pero entre hermanos, habiendo voluntad y sinceridad todo se puede arreglar, claro está, siempre que haya disponibilidad para afrontar todo aquello que se interpone; celos, mentiras, malas intenciones… Por desgracia en muchas familias existen dificultades para poder mantener una reunión fraternal, porque los infundios abren heridas y cierra círculos que se alían para protegerse, y la hipocresía se adueña de los encuentros familiares y lo hace poco apetecible.

Partamos de que los hermanos, por el mero hecho de serlo, no tienen que llevarse por fuerza extraordinariamente bien ni mantener una comunicación cotidiana o de confidencialidad total, pero cuando alguien se retrae porque cree que su hermano vale más y es más querido, esa suposición debilita el cariño y bloquea los sentimientos, y la mente queda poseída de una idea distorsionada por los miedos y la inseguridad, y eso puede despertar el fantasma de la envidia causante de todos los males.

Casi nunca faltan motivos para llevarnos mal con alguno de nuestros hermanos: desde la aparente incompatibilidad en la forma de ver la vida, como por diferencias de comportamiento y actitud frente a la vida, o cuando se interpone la envidia, la rivalidad, las mentiras y la hipocresía. Lo peor que te puede pasar es, descubrir que tus propios hermanos, para desprestigiarte y dañarte van sembrando infundios y falsos testimonios. ¿Por qué? Porque les molesta que seas como eres, se comparan y despierta la rivalidad, y la mente maquina infamias y te convierten en un ser despreciable, reflejo de la basura que ellos llevan dentro, y te presentarán entre los que te aprecian como el ser que les amarga la vida, y para conseguir que se traguen la historia utilizan el chantaje emocional y con lágrimas de cocodrilo sembrarán la duda sobre tu integridad moral.

Es increíble que tus propios hermanos tengan la capacidad de destruirte como persona. Si te ven con luz propia tratarán de hacerte sombra empujados por la sinrazón de una comparación enfermiza. También se interpone en las buenas relaciones otras causas muy concretas, como: herencias y cuestiones económicas, también el tema de atención a los padres o hermanos enfermos, incomprensión o falta de solidaridad ante situaciones penosas que se presentan… Sobran los argumentos que explican la distancia o la ausencia de comunicación entre hermanos.

Hemos de partir de que lo natural entre hermanos en llevarse bien, siquiera por los lazos sanguíneos y por ese pasado vivido en común. Ello no significa que debamos sentir un cariño idéntico por todos ellos, pero resulta evidente que una fértil y serena relación entre hermanos ayuda a que todos nos sintamos mejor. Porque, querámoslo reconocer o no, la familia pesa mucho, y, en última instancia, recurrimos a ella cuando los problemas más graves nos amenazan y cuando la alegría nos visita.

Es habitual que no nos suponga mayor problema expresar lo que sentimos o queremos, cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo; sin embargo, a veces nos sentimos incapaces de tratar ciertas cuestiones con nuestros hermanos para no acarrear conflictos. Enseguida salta la chispa, surge la discusión, los reproches, entran en liza las palabras mayores y se hace imposible mantener la más mínima comunicación. O también puede ocurrir que nos encontremos con una fría y protocolaria acogida a nuestro propósito de entablar conversación sobre el tema que nos interesa, lo que no nos anima precisamente a un nuevo intento. Y la cosa es, que a lo mejor querríamos resolver el problema, pero no sabemos cómo hacerlo.

Las malas relaciones fraternales acaban, en la mayoría de los casos, convirtiéndose en un lastre para nuestras vidas, que acabamos arrastrando con una emotividad muy negativa muy diferente que la que nos supone romper con un amigo. Quizá sea porque, como dicta la tradición, aplicado al marido o esposa: «mi hermano es sangre de mi sangre y a ti te encontré en la calle». Tampoco carece de lógica el planteamiento inverso: «a mis padres y hermanos me los impuso la naturaleza, a mis amigos y a mi pareja los elegí, para bien o para mal, yo». Pero no se trata de opciones excluyentes. Necesitamos tejer a nuestro alrededor relaciones humanas satisfactorias, tanto las familiares como las ajenas a ese ámbito. Nuestro bienestar emocional depende, en buena medida de la capacidad que tengamos para conseguir este objetivo.

Como en cualquier relación entre seres humanos, en las fraternales hay de todo. Puede ser que, tras una niñez sin problemas en la adolescencia aparezcan ciertas rencillas, debido a que eres más simpático o más estudioso o más responsable, que de no solucionarse con el paso de los años explotan y desembocan en enfrentamientos que se alargan en el tiempo. Algunas relaciones se rompen definitivamente tras agrias discusiones repetidas a lo largo de los años. En otras ocasiones, quizá la mayor parte, son relaciones grises, teñidas de mediocridad, rutina y distancia emocional, que se mueven dentro de una cordialidad aparente, de un pacto entre adultos donde prima la ausencia de comunicación.

Muchas veces no nos atrevemos a hablar sincera y abiertamente con un hermano y, mucho menos, a abordar temas delicados por miedo a que resurjan los fantasmas de un conflicto arrinconado. Sufrimos el temor a que se termine de romper ese débil lazo que nos permite hablar de vez en cuando o mantener una conversación intranscendente en las reuniones familiares y en los funerales. Cuántos de nosotros, ante la inminencia de encontrarnos con ese hermano con el que nos llevamos mal, hacemos repaso de cada uno de los temas que no conviene tocar o del modo en que debemos comportarnos para no dar pie a discusiones o enfados que pueden «marcar» toda una velada y propiciar escenas desagradables. Pero, cuando las relaciones han sido enfangadas por la mentira y la deslealtad, la hipocresía se adueña de los encuentros casuales y para no alimentar esa farsa, lo mejor es alejarse hasta que un día brille la verdad, donde quedarán de manifiesto ciertas actitudes malévolas.

Cuando un hermano te traiciona, la ausencia de confianza nos llevará a un distanciamiento que se agudizará con el paso del tiempo. Lo conveniente es hablar con franqueza lo antes posible, para aclarar malos entendidos o desenmascarar malas intenciones. El silencio para no alterar los ánimos, lejos de solucionar el problema lo enquista y aumenta impidiendo que la relación fluya. Podemos acabar convirtiéndonos en desconocidos el uno para el otro. Dejar que pase el tiempo es una actitud poco conveniente. Pretender siempre que «las aguas vuelvan a la calma» sin abordar algo que sí ha pasado, no resuelve nada y afecta negativamente a la confianza, imprescindible en toda relación humana que se pretenda auténtica.

Quienes sufren por la inexistencia de comunicación con alguno de sus hermanos y están dispuestos a afrontar las dificultades que supone comenzar a superar el problema, deben saber que casi siempre es posible enmendar la situación, aunque ello nos suponga un gran esfuerzo y, en algunos casos, riesgos emocionales importantes, pero para que la relación se afiance se necesita humildad, voluntad, sinceridad y verdad. Para solucionar los problemas, primero hay que reflexionar sobre cómo están los sentimientos con respecto a cada hermanos, porque puede ser que hayas tenido un desencuentro con uno, pero las empatías pueden jugar malas pasadas. Hay que ser honestos, responsabilizándose, cada cual de su actitud y comportamiento. Hay que dejar que cada uno se exprese, sin rehuir ningún problema del pasado, por traumático que sea, si afecta negativamente a nuestra relación, hay que afrontarlo.

Reconozcamos que necesitamos establecer una relación sólida, con una disposición sincera a ayudarnos mutuamente en una nueva etapa, basada en la confianza y el cariño. Revisemos el pasado, para encarar el futuro sin resquemores. Seamos positivos, aceptemos nuestros errores y manifestemos nuestras buenas intenciones de no volver a traicionarnos. Perdonemos para propiciar la cercanía cordial, reservando tiempo específico al encuentro personal, así, poco a poco, se reavive el cariño fraternal, porque amar, es la asignatura pendiente de toda persona, y según dijo, Françoise Sagan: «Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender».

La verdad es infalible: por mucho que intenten destruirla, permanecerá por siempre. Dice un proverbio árabe: «Siéntate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo». Un enemigo es el que intencionadamente te hace daño. Pues yo le digo a ese enemigo que el daño se lo hace a sí mismo. Yo, como dice Paulo Coelho: «Afronto mi camino con coraje y no tengo miedo a las críticas de los demás, porque la verdad me ampara».

Fotografía: Truus, Bob & Jan too!, cc. Desaturada de la original.

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