Dos hermanos habían recibido como herencia dos terrenos y estaban maravillados, ya que, según los más viejos del lugar, esas tierras eran muy fértiles. El primer día que llegaron a sus huertos, se sentaron sobre una piedra y contemplaron el trozo de paraíso que les había tocado en suerte. Pasaban los días y ambos continuaban embelesados ante la tierra sin que nada brotase de ella. «¿Sería verdad lo que decían de esos terrenos o más bien se trataba de una leyenda?».
Harto de esperar, uno de los hermanos se levantó de la piedra y fue a comprar semillas, herramientas y lo necesario para labrar, mientras el otro seguía sentado. Pronto, las tierras del primero empezaron a dar cosechas tan abundantes que le hicieron prosperar, pero su hermano, que se sentía perjudicado en el reparto, no tardó en exigirle cambiar sus terrenos. Y éste le respondió:
—No ves que tu tierra y la mía son iguales, pero mientras tú permaneces sentado pensando en lo que vendrá yo he trabajado duro para atraer la prosperidad.
Así es, muchos están sentados sobre una piedra simbólica (la vida sin demasiados problemas, un pasado mitificado…) pero quedarse largo tiempo así, no permite que sucedan nuevas cosas que ayudarán a cambiar positivamente nuestras vidas.
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