Según cuenta un antiguo relato japonés, un Samurái recurrió al maestro Hakuin, para que le explicara el concepto de Cielo e Infierno. Al escuchar la pregunta del Samurái, el maestro sonrió y respondió con desdén:
—¡No puedo perder el tiempo con individuos como tú!
Herido en lo más profundo de su ser, el Samurái desenvainó la espada y gritó:
—¡Podría matarte por tu impertinencia!
—Eso —repuso el maestro con calma—, es el Infierno.
Desconcertado al percibir la verdad que le señalaban, el Samurai se serenó, envainó su espada y se inclinó, agradeciendo la lección.
—Y eso —añadió el maestro—, es el Cielo.
La mente es el cielo, la mente es el infierno y la mente tiene capacidad de convertirse en cualquiera de ellos. Pero la gente sigue pensando que existe en alguna parte, fuera de ellos mismos… La paz interior se halla cuando el que la busca, deja de hacerlo, no por haberla encontrado, sino por descubrir que siempre estuvo con él y no fuera de él…
Si buscas en tu interior hallarás que todos tus pensamientos te están creando a ti y a tu vida. Crean tu Infierno, crean tu Cielo. Crean tu desgracia y tu alegría, lo negativo y lo positivo que hay en ti.
La Paz interior es la puerta. La no violencia es la puerta. El Amor y la Compasión son las puertas.
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jueves, 31 de julio de 2014
miércoles, 30 de julio de 2014
Los pequeños detalles
El alumno, según él, había terminado el cuadro. Llamó a su maestro para que lo evaluara. El maestro se acercó y observó la obra con detenimiento, al rato le pidió al alumno la paleta y los pinceles y con gran destreza dio unos cuantos trazos aquí y allá. Cuando el maestro devolvió las pinturas el cuadro había cambiado notablemente. El alumno quedó asombrado; ante sus propios ojos la obra había pasado de mediocre a sublime. Casi con reverencia le dijo al maestro:
—¿Cómo es posible que con unos cuantos toques, simples detalles, haya cambiado tanto el cuadro?
—Es que en esos pequeños detalles está el arte —contestó el maestro.
Si observamos detenidamente nos damos cuenta que todo en la vida son detalles. Los grandes acontecimientos nos deslumbran tanto que a veces nos impiden ver esos pequeños milagros que nos rodean cada día: un ave que canta, una flor que se abre, el beso de un hijo en nuestra mejilla, una visita inesperada, son ejemplos de pequeños detalles que al sumarse pueden hacer diferente nuestra existencia.
Todas las relaciones, familia, matrimonio, noviazgo o amistad, se basan en detalles. Nadie espera que remontes el Océano Atlántico por él, aunque probablemente sí que le hables el día de su cumpleaños. Nadie te pedirá que escales el Monte Everest para probar tu amistad, pero sí que lo visites durante unos minutos cuando sabes que está enfermo. Hay quienes se pasan el tiempo esperando una oportunidad para demostrar de forma heroica su amor por alguien. Lo triste es que mientras esperan esa gran ocasión se pierde la oportunidad de compartir muchos pequeños momentos inolvidables. Otros creen que la felicidad en tener mucho dinero, eso es falso, en verdad la felicidad se basa en pequeños detalles que sazonan día a día nuestra existencia. Sabemos que la mayor infelicidad la proporciona la mezquindad de las personas miserables que con mala intención van sembrando la discordia.
Nos dejamos engañar con demasiada facilidad por la aparente simpleza. No desestimes jamás el poder de las cosas pequeñas: una flor, una carta, una palmada en el hombro, una palabra de aliento o unas cuantas líneas en una tarjeta. Todas estas pueden parecer poca cosa, pero no pienses que son insignificantes.
En los momentos de mayor dicha o de mayor dolor se convierten en el cemento que une los ladrillos de esa construcción que llamamos relación. La flor se marchitará, las palabras quizá se las llevará el viento, pero el recuerdo de ambas permanecerá durante mucho tiempo en la mente y el corazón de quién las recibe.
martes, 29 de julio de 2014
Los aliados de los niños
Los aliados se unen para conseguir un fin, pero los aliados de los niños no se unen, se hacen como ellos y estos aliados son los abuelos.
Cuando un niño nace trae consigo una cadena, y cada eslabón forma una parte importante para el recién nacido: su madre, su padre, sus abuelas y sus abuelos, estos últimos por partida doble porque son fundamentales en el desarrollo y la educación de sus nietos.
Dicen que los padres educan; los abuelos consienten. Creo que los abuelos, como ya están de vuelta, tienen más paciencia para educar consintiendo; aunque no están para educar sí que contribuyen inculcando valores. Los nietos necesitan del afecto sereno de los abuelos, ellos están para dar cariño.
Hazte dueño de tu destino
Nunca te quejes de nadie, ni de nada, porque fundamentalmente tú has hecho lo que querías en tu vida.
Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote. El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error.
Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte, enfréntalas con valor y acéptalas. De una manera u otra son el resultado de tus actos y prueba que tú siempre has de ganar.
No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño. Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, así como la causa de tu futuro será tu presente.
Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo; piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo, y tus problemas, sin alimentarlos, morirán.
Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande que el más grande de los obstáculos.
Mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte y dejarás de ser un títere de las circunstancias, porque tú mismo eres tu destino.
Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer.
Tú eres parte de la fuerza de tu vida. Ahora despiértate, lucha, camina, decídete, y triunfarás en la vida. Nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.
Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote. El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error.
Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte, enfréntalas con valor y acéptalas. De una manera u otra son el resultado de tus actos y prueba que tú siempre has de ganar.
No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño. Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, así como la causa de tu futuro será tu presente.
Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo; piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo, y tus problemas, sin alimentarlos, morirán.
Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande que el más grande de los obstáculos.
Mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte y dejarás de ser un títere de las circunstancias, porque tú mismo eres tu destino.
Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer.
Tú eres parte de la fuerza de tu vida. Ahora despiértate, lucha, camina, decídete, y triunfarás en la vida. Nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.
lunes, 28 de julio de 2014
El leñador
Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en un aserradero. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; por lo tanto, el leñador se decidió poner en práctica toda su experiencia.
El primer día al presentarse al capataz, éste le dio un hacha y le designó una zona de trabajo. El hombre entusiasmado salió al bosque y en un solo día cortó dieciocho árboles.
—Te felicito —le dijo el capataz—. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, decidió mejorar su propia marca de tal modo que esa noche se fue a descansar bien temprano. Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.
Triste por el poco rendimiento, pensó que tal vez debería descansar más tiempo, así que esa noche decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a superar su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día sólo corto diez.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, hasta que al fin de esa primera semana de trabajo sólo cortó dos. No podía entender que le sucedía ya que físicamente se encontraba perfectamente, como el primer día.
Cansado y por respeto a quienes le habían ofrecido el trabajo, decidió presentar su renuncia, por lo que se dirigió al capataz al que le dijo:
—Señor, no sé qué me pasa, ni tampoco entiendo por qué he dejado de rendir en mi trabajo.
El capataz, un hombre muy sabio, le preguntó:
—¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?
—¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tengo tiempo de afilar mi hacha, no puedo perder tiempo en eso, estoy muy ocupado cortando árboles.
Siguiendo los consejos del capataz, el leñador, entre árbol y árbol, empezó a tomarse su tiempo para afilar el hacha; de esa manera pudo duplicar la tala de árboles.
Así nos sucede. Vivimos por impulsos, sin parar, sin pensar y la mente se bloquea, por eso nos sentimos fatigados sin poder discernir para ver y sentir lo esencial de la vida.
El primer día al presentarse al capataz, éste le dio un hacha y le designó una zona de trabajo. El hombre entusiasmado salió al bosque y en un solo día cortó dieciocho árboles.
—Te felicito —le dijo el capataz—. Sigue así.
Animado por las palabras del capataz, decidió mejorar su propia marca de tal modo que esa noche se fue a descansar bien temprano. Por la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles.
Triste por el poco rendimiento, pensó que tal vez debería descansar más tiempo, así que esa noche decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a superar su marca de 18 árboles. Sin embargo, ese día sólo corto diez.
Al día siguiente fueron siete, luego cinco, hasta que al fin de esa primera semana de trabajo sólo cortó dos. No podía entender que le sucedía ya que físicamente se encontraba perfectamente, como el primer día.
Cansado y por respeto a quienes le habían ofrecido el trabajo, decidió presentar su renuncia, por lo que se dirigió al capataz al que le dijo:
—Señor, no sé qué me pasa, ni tampoco entiendo por qué he dejado de rendir en mi trabajo.
El capataz, un hombre muy sabio, le preguntó:
—¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?
—¿Afilar? Jamás lo he hecho, no tengo tiempo de afilar mi hacha, no puedo perder tiempo en eso, estoy muy ocupado cortando árboles.
Siguiendo los consejos del capataz, el leñador, entre árbol y árbol, empezó a tomarse su tiempo para afilar el hacha; de esa manera pudo duplicar la tala de árboles.
Así nos sucede. Vivimos por impulsos, sin parar, sin pensar y la mente se bloquea, por eso nos sentimos fatigados sin poder discernir para ver y sentir lo esencial de la vida.
viernes, 25 de julio de 2014
Fiesta de Santiago Apóstol
¿POR QUÉ SANTIAGO APÓSTOL ES EL PATRÓN DE ESPAÑA?
En la tradición militar de España, el grito de guerra «¡Santiago y cierra España!» ha sido utilizado desde la Reconquista por los soldados antes de cada carga en ofensiva.
Santiago de Zebedeo, conocido como Santiago el Mayor, es el patrón de numerosos pueblos y ciudades en todo el mundo, pero ante todo es popular por ser el patrón de Galicia y de España. Según distintas tradiciones orales, Santiago —uno de los apóstoles de Jesucristo— desembarcó en la Bética Romana, siguió caminando por la vía romana que unía la Itálica con Mérida, continuó hacia Coimbra y Braga y terminó en Iria-Flavia, Padrón, en Galicia.
jueves, 24 de julio de 2014
La tienda de la verdad
Un hombre paseaba por las callejuelas de una ciudad provinciana. Tenía tiempo y por eso se detenía algunos instantes en cada plaza y delante del escaparate de cada tienda. Al doblar una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local sin letreros que indicaran qué vendían. Intrigado, se acercó al escaparate y arrimó la cara al cristal por si podía ver algo… En el interior solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que decía:
«Tienda de la VERDAD»
El hombre estaba sorprendido. Pensó que podía ser algo de fantasía, pero no podía imaginar qué vendían.
Entró. Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:
—Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad?
—Sí, señor. ¿Qué tipo de verdad está buscando? ¿Verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?
Así que allí vendían verdad. Nunca se había imaginado que aquello era posible. Llegar a un lugar y llevarse la verdad era maravilloso.
—Verdad completa —contestó el hombre sin dudarlo—. Estoy tan cansado de mentiras y falsedad. No quiero más dobleces ni justificaciones, engaños ni fraudes. ¡Verdad plena! —ratificó.
—Bien, señor. Sígame.
La señorita acompañó al cliente a otro sector, y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:
—El señor le atenderá.
El vendedor se acercó y esperó a que el hombre hablara.
—Vengo a comprar la verdad completa.
—¡Ajá! Perdone, pero, ¿el señor sabe el precio?
—¡No! ¿Cuál es? —contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.
—Si usted se la lleva —dijo el vendedor— el precio es que nunca más volverá a estar en paz.
Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Nunca se había imaginado que el precio fuera tan alto.
—Gra… gracias… Disculpe… —balbuceó.
Dio la vuelta y salió de la tienda mirando al suelo.
Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que aún necesitaba algunas mentiras en las que encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.
—Quizás más adelante —pensó. J.B.
miércoles, 23 de julio de 2014
La tristeza
Una mujer estaba tan desconsolada tras la muerte de su único hijo que decidió consultar a un sabio en busca de solución a su dolor.
—¿Tiene usted algún sortilegio o remedio para traer de nuevo a mi hijo a mi vida y acabar con esta tristeza que me consume? —le preguntó la madre.
Tras meditarle unos instantes, el sabio le dijo:
—Tráigame un grano de mostaza de una casa donde nunca hayan conocido la tristeza. Lo utilizaremos para devolverle la alegría de vivir.
La mujer partió sin perder ni un segundo en busca de ese remedio mágico y la primera casa que visitó era una rica mansión, en un barrio residencial. Cuando preguntó a sus moradores si en ese hogar no habían conocido la tristeza, le respondieron:
—¡Ha llegado usted al lugar equivocado! —Y empezaron a relatarle todas las tragedias familiares de los últimos tiempos. Así, pues, decidió quedarse para consolarlos.
Comenzó luego un largo periplo que le llevó por numerosos lugares pero en todos, ya fueren palacios o chozas, siempre encontró historias dolorosas.
Aquí y allá, tuvo que reconfortar a gentes muy diversas y, con ello, poco a poco fue olvidándose de su pena, de tal manera que, casi si darse cuenta, ayudando a los demás había expulsado la tristeza de su corazón.
—¿Tiene usted algún sortilegio o remedio para traer de nuevo a mi hijo a mi vida y acabar con esta tristeza que me consume? —le preguntó la madre.
Tras meditarle unos instantes, el sabio le dijo:
—Tráigame un grano de mostaza de una casa donde nunca hayan conocido la tristeza. Lo utilizaremos para devolverle la alegría de vivir.
La mujer partió sin perder ni un segundo en busca de ese remedio mágico y la primera casa que visitó era una rica mansión, en un barrio residencial. Cuando preguntó a sus moradores si en ese hogar no habían conocido la tristeza, le respondieron:
—¡Ha llegado usted al lugar equivocado! —Y empezaron a relatarle todas las tragedias familiares de los últimos tiempos. Así, pues, decidió quedarse para consolarlos.
Comenzó luego un largo periplo que le llevó por numerosos lugares pero en todos, ya fueren palacios o chozas, siempre encontró historias dolorosas.
Aquí y allá, tuvo que reconfortar a gentes muy diversas y, con ello, poco a poco fue olvidándose de su pena, de tal manera que, casi si darse cuenta, ayudando a los demás había expulsado la tristeza de su corazón.
martes, 22 de julio de 2014
El cartero llama dos veces
Ruth miró en su buzón de correo, solo había una carta. La cogió y se da cuenta que no tiene remitente ni sellos, solo su nombre, alguien misterioso quería comunicarle algún mensaje. Intrigada abrió la carta…
«Querida Ruth:
Estaré en tu vecindario el sábado por la tarde y pasaré a visitarte.
Con amor, Jesús».
Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa.
—¿Por qué querrá venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle… —Pensando en eso, Ruth recordó el vacío reinante en los estantes de su cocina—. ¡Ay, no…! ¡No tengo nada para ofrecerle! Tendré que ir al mercado y conseguir algo para la cena.
Buscó la cartera y vació el contenido sobre la mesa: cinco pesos y cuarenta centavos.
—¡Bueno!, compraré algo de pan y alguna otra cosa… —Se echó un abrigo encima y se apresuró a salir.
Una pieza de pan francés, medio kilo de pollo y un cartón de leche… y Ruth se quedó con doce centavos solamente, que le tendrían durar hasta el lunes. Camino a su humilde casa, se sentía bien con sus pocos alimentos bajo el brazo.
—¡Oiga, señora! ¿Nos puede ayudar, señora?
Ruth estaba tan absorta pensando en la cena que no vio las dos figuras que estaban de pie en el pasillo. Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco más que harapos.
—Mire, señora, no tengo empleo y mi mujer y yo estamos viviendo en la calle, y bueno…, está haciendo frío y nos está dando hambre, y…si usted nos puede ayudar, señora, estaríamos muy agradecidos…
Ruth los miró detenidamente. Estaban sucios y tenían mal olor y, francamente, ella estaba segura de que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran.
—Señor, quisiera ayudarlos, pero yo misma soy una mujer pobre. Todo lo que tengo es un poco de pollo y pan, pero esta noche tengo un huésped importante y esto es para servírselo en la cena.
—Bueno, entiendo, señora… Gracias de todos modos.
El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de la mujer y se dirigieron a la salida. A medida que se alejaban, Ruth sintió que su corazón latía con fuerza.
—¡Señor, espere…!
La pareja se detuvo y giraron a medida que Ruth corría hacia ellos.
— Mire, ¡tomen esta comida! Algo se me ocurrirá para servir a mi invitado.
Y extendió la mano con la bolsa de la compra, se la entregó al hombre.
— ¡Gracias, señora, muchas gracias!
—Sí, gracias! —dijo la mujer.
Ruth pudo notar que la mujer estaba temblando de frío y decidió darle el suyo.
— ¿Sabe? tengo otro abrigo en casa. Tome éste.
Ruth desabotonó su abrigo y se lo puso sobre los hombros de la mujer.
—Gracias, señora, muchas gracias!
Y sonriendo, Ruth se fue camino a su casa, sin su abrigo y sin nada que servir a su invitado.
Llegó tiritando de frío y pensando que no tenía nada para ofrecerle al Señor.
Buscó rápidamente la llave en la cartera. Mientras lo hacía notó que había otra carta en el buzón.
—Qué raro, el cartero no viene dos veces en un día.
Tomó el sobre y lo abrió...
Querida Ruth:
¡Qué bueno fue volverte a ver! Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo.
Con amor, Jesús.
El aire estaba muy frío, pero aún sin su abrigo, Ruth no lo notaba. Era tanto el calor que emanaba su corazón, que invadió todo su ser.
lunes, 21 de julio de 2014
Depende de la forma
Un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó llamar a un Sabio para que interpretase su sueño.
—¡Qué desgracia mi Señor! —exclamó el Sabio—. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
—¡Qué insolencia! —gritó el Sultán enfurecido—. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:
—¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
—¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
—Recuerda bien amigo mío —respondió el segundo Sabio—, que todo depende de la forma en el decir.
Eso es verdad. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.
—¡Qué desgracia mi Señor! —exclamó el Sabio—. Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
—¡Qué insolencia! —gritó el Sultán enfurecido—. ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí!
Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro Sabio y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo:
—¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobrevivirás a todos vuestros parientes.
Se iluminó el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del Palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
—¡No es posible! La interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Sabio. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro.
—Recuerda bien amigo mío —respondió el segundo Sabio—, que todo depende de la forma en el decir.
Eso es verdad. Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender a comunicarse.
sábado, 19 de julio de 2014
Cómo dar una noticia
Les cuento una historia ya contada. Nos ponemos en situación…
Un hombre de negocios tiene que salir al extranjero durante algunos días. Llama entonces a su fiel y apreciada ama de llaves y le explica la situación:
—Mira Eulogia, voy a salir al extranjero unos días. Cuida que todo esté bien por aquí y si hay algún problema llámame por teléfono.
—Sí señor, no se preocupe.
Tras algunos días, al no tener noticia alguna, el hombre de negocios llama a su ama de llaves.
—Hola Eulogia, ¿qué tal están las cosas por ahí?
—¡Muy mal!
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
—Se ha roto el mango de la pala.
—¡Pero por Dios!, casi me provocas un infarto, me dices que todo está muy mal y el único problema es que se ha roto el mango de la pala.
Aun así y preso de remordimiento, piensa que su empleada podría sentirse mal y entonces en tono más comprensivo le pregunta:
—¿Cómo se rompió?
—Enterrando al perro.
—¿Quéééé? ¡Mi perro, al que yo amo como un hijo! ¿Qué pasó?
—Se cayó a la piscina.
—Pero ¡oye, era un Terranova!, un perro que nada muy bien, ¿cómo ha podido ahogarse?
—No se ahogó, se cayó en la piscina, que estaba vacía.
—¿Cómo vacía?; si la semana pasada yo la hice limpiar y llenar de agua para el verano.
—Sí, pero el agua la usaron los Bomberos para apagar el incendio.
—¡¿Qué incendio?!
—Es que su casa se incendió.
—¡¿Quéééé?! ¿Qué coño pasó?
—Pues que… en la Capilla Ardiente de su Sra. Madre, una vela que estaba cerca de las cortinas se cayó y se prendió fuego.
—¡¿Que mi madre está muerta?! ¡Pero, si el otro día estuvimos festejando su cumpleaños y estaba como una reina, con solo 70 años…!
—Sí, pero anteayer por la noche, su madre como no podía dormir fue a su habitación para pedirle una píldora a su esposa.
Entonces se la encontró con su mejor amigo en la cama y como consecuencia de la impresión se murió de un infarto.
—En fin, o sea que mi mujer me traicionaba con mi mejor amigo. Me ausento de la casa durante cuatro días y mi vida se ha convertido en un infierno. ¿Verdaderamente, es que no hay nada positivo?
—Sí, don Ramón, no todo son malas noticias, ¿se acuerda que la semana pasada se hizo usted una prueba para el SIDA?
—¡Sí..!
—Bueno, esto al menos le ha salido ¡POSITIVO!
viernes, 18 de julio de 2014
El águila y la tormenta
¿Sabías que un águila sabe cuándo una tormenta se acerca mucho antes de que empiece?
El águila volará a un sitio alto para esperar los fuertes vientos.
Cuando pega la tormenta, extiende sus alas para que el viento las sostenga y le lleve por encima de la tormenta. Mientras que la tormenta hace estragos abajo, el águila vuela por encima de ella.
El águila no se escapa de la tormenta; simplemente usa la tormenta para elevarse más alto. Se levanta por los vientos que trae la tormenta.
Cuando en nuestra vida arrecian las tormentas —y nadie está libre de ellas—, podemos levantarnos por encima poniendo nuestras mentes y nuestra fe en Dios.
Las tormentas no tienen que pasar sobre nosotros. Podemos dejar que el poder de Dios nos levante por encima de ellas. Dios nos permite ir con el viento de la tormenta que trae enfermedad, tragedia y contratiempos a nuestras vidas. Pero para sobrellevarla, tenemos que confiar en nuestra capacidad de aguante para poder volar sobre la tormenta y evitarnos un sufrimiento innecesario.
Recuerda, no son las vicisitudes de la vida las que nos llevan hacia el desánimo, sino nuestra actitud al afrontar las dificultades.
Cuando pega la tormenta, extiende sus alas para que el viento las sostenga y le lleve por encima de la tormenta. Mientras que la tormenta hace estragos abajo, el águila vuela por encima de ella.
El águila no se escapa de la tormenta; simplemente usa la tormenta para elevarse más alto. Se levanta por los vientos que trae la tormenta.
Cuando en nuestra vida arrecian las tormentas —y nadie está libre de ellas—, podemos levantarnos por encima poniendo nuestras mentes y nuestra fe en Dios.
Las tormentas no tienen que pasar sobre nosotros. Podemos dejar que el poder de Dios nos levante por encima de ellas. Dios nos permite ir con el viento de la tormenta que trae enfermedad, tragedia y contratiempos a nuestras vidas. Pero para sobrellevarla, tenemos que confiar en nuestra capacidad de aguante para poder volar sobre la tormenta y evitarnos un sufrimiento innecesario.
Recuerda, no son las vicisitudes de la vida las que nos llevan hacia el desánimo, sino nuestra actitud al afrontar las dificultades.
jueves, 17 de julio de 2014
El problema
El Gran Maestro y el Guardián compartían la administración de un Monasterio Zen.
Cierto día, el Guardián murió y fue preciso sustituirlo. El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la honra de trabajar directamente a su lado.
—Voy a presentarles un problema —dijo el Gran Maestro— y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo Guardián del Templo.
Terminado su corto discurso, colocó una mesita en el centro de la sala; encima puso un hermoso jarrón de porcelana antigua de valor incalculable, decorado con una preciosa rosa amarilla.
—Éste es el problema —dijo el Gran Maestro—. ¡Resuélvanlo!
Los discípulos contemplaron perplejos el «problema», observaban con interés todos los detalles que adornaban el lindo jarrón de porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?
Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el «problema», hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al Maestro y a los alumnos, caminó directamente hasta el florero, lo cogió y lo tiró al suelo con fuerza, rompiéndolo en mil pedazos.
—¡Por fin, alguien hizo lo que había que hacer! —exclamó el Gran Maestro— ¡Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años!
Dirigiéndose a quién había roto el jarrón le dijo:
—Usted es el nuevo Guardián.
Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó:
—Yo fui bien claro. Dije que ustedes estaban delante de un «problema». No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un amor que ya no tiene sentido, una relación dañina, un camino que precisa ser abandonado… En la vida, solo existe una manera de lidiar con los problemas: ¡Atacándolos de frente!
Cierto día, el Guardián murió y fue preciso sustituirlo. El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la honra de trabajar directamente a su lado.
—Voy a presentarles un problema —dijo el Gran Maestro— y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo Guardián del Templo.
Terminado su corto discurso, colocó una mesita en el centro de la sala; encima puso un hermoso jarrón de porcelana antigua de valor incalculable, decorado con una preciosa rosa amarilla.
—Éste es el problema —dijo el Gran Maestro—. ¡Resuélvanlo!
Los discípulos contemplaron perplejos el «problema», observaban con interés todos los detalles que adornaban el lindo jarrón de porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?
Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el «problema», hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al Maestro y a los alumnos, caminó directamente hasta el florero, lo cogió y lo tiró al suelo con fuerza, rompiéndolo en mil pedazos.
—¡Por fin, alguien hizo lo que había que hacer! —exclamó el Gran Maestro— ¡Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años!
Dirigiéndose a quién había roto el jarrón le dijo:
—Usted es el nuevo Guardián.
Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó:
—Yo fui bien claro. Dije que ustedes estaban delante de un «problema». No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un amor que ya no tiene sentido, una relación dañina, un camino que precisa ser abandonado… En la vida, solo existe una manera de lidiar con los problemas: ¡Atacándolos de frente!
miércoles, 16 de julio de 2014
El collar de turquesa
Detrás del mostrador el hombre miraba distraídamente hacia la calle mientras una pequeña niña se aproximaba al local. La niña se acercó y aplastó su naricita contra el cristal del espectacular escaparate y de pronto sus ojos color miel brillaron cuando vio determinado objeto. Entró decididamente en el local y pidió ver un hermoso collar azul que le había llamado la atención y le dijo al vendedor:
—Es para mi hermana. ¿Podría hacerme un lindo paquete?
El dueño del local miró a la niña con cierta desconfianza y con toda tranquilidad le preguntó:
—¿Cuánto dinero tienes, pequeña?
Sin alterarse ni un instante, la niña sacó de su bolsillo un atadito lleno de nudos, los cuales deshacía, uno por uno delicadamente. Cuando terminó, colocó orgullosamente el pañuelo sobre el mostrador y con inusitado aplomo, dijo:
—Esto alcanza… ¿no? —en el pañuelo solamente había unas cuantas monedas.
Mirando al dueño con una tierna mirada que expresaba una mezcla de ilusión y tristeza le dijo:
—Sabe, desde que nuestra madre murió, mi hermana me ha cuidado con mucho cariño y la pobre nunca tiene tiempo para ella… Hoy es su cumpleaños y estoy segura que ella estará feliz con este collar, porque es justo del color de sus ojos.
El empleado miraba al dueño sin saber qué hacer o decir, pero éste sonrió a la niña y se fue a la trastienda, y personalmente lo envolvió en un espectacular papel plateado e hizo un hermoso lazo con una cinta azul. Ante el estupor del empleado, el dueño colocó el hermoso paquete en una de las exclusivas bolsas de la joyería y se lo entregó a la pequeña diciéndole:
—Toma, ¡llévalo con cuidado! —La niña se fue feliz saltando calle abajo.
Todavía no había terminado el día cuando una encantadora joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio. Colocó sobre el mostrador el paquete desenvuelto y preguntó:
—¿Este collar fue comprado aquí?
El empleado, cortésmente, le pidió que esperara un momento y fue a llamar al dueño, quién de inmediato regresó y con la más respetuosa sonrisa le dijo:
—Sí, señora, este collar es una de las piezas especiales de nuestra colección exclusiva y en efecto, fue comprado aquí esta mañana.
—¿Cuánto costó?
—Lamento no poder brindarle esa información, señora. Es nuestra política que el precio de cualquier artículo siempre es un asunto confidencial entre la empresa y el cliente.
—Pero mi hermana sólo tenía algunas monedas que ha juntado haciendo muñecas de trapo con ropa vieja, pues mi sueldo es demasiado modesto y apenas nos alcanza para sobrevivir. Este collar ciertamente no es de fantasía, y su dinero no era suficiente para pagarlo…
El hombre tomó el estuche, rehízo el envoltorio casi ceremoniosamente, y con mucho cariño colocó de nuevo la cinta diciendo mientras se lo devolvía a la joven:
—Su hermana pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar: la niña dio todo lo que tenía.
El silencio llenó el local y las lágrimas rodaron por el rostro de la joven, mientras sus manos tomaban el paquete y salía de allí lentamente, abrazándolo fuertemente contra su pecho.
martes, 15 de julio de 2014
El elefante y la soga
Mientras alguien paseaba por el zoológico, se detuvo confundido al darse cuenta de que a los elefantes sólo los retenían con una delgada cuerda atada a una de sus patas delanteras. Era obvio que los elefantes podían romper la soga que los ataba en cualquier momento pero, sin embargo, por alguna razón no lo hacían.
Se acercó a un entrenador en busca de respuestas y éste le dijo:
—Bueno, cuando son muy pequeños, usamos una soga del mismo tamaño para atarlos y, a esa edad, es más que suficiente para retenerlos. A medida que crecen —prosiguió el entrenador—, siguen creyendo que no pueden escapar; creen que la soga aún los retiene, así que nunca intentan liberarse.
La persona quedó boquiabierta. Los elefantes podían liberarse de sus ataduras en cualquier momento, pero porque creían que no podían, ni siquiera lo intentaban y eso era suficiente para mantenerlos paralizados.
Al igual que los elefantes, nosotros solemos sostener firmemente la idea de que no podemos hacer algo simplemente porque hemos fallado una o dos veces.
A este efecto negativo de algo se le conoce como ‘Efecto Pigmalión’: cuando alguien cree que no es capaz de lograr cierto objetivo, su autoestima disminuye y, en consecuencia, se acobarda y deja de intentarlo porque no se cree capaz de lograrlo.
Pero una persona que tiene fe en sí misma o en su destino, tiene la autoestima alta y cuando fracasa, no se da por vencido y lo intentará de nuevo. El que quiere lograr sus aspiraciones no se puede rendir; el «no puedo» no existe.
No te des por vencido tan facilmente.
Se acercó a un entrenador en busca de respuestas y éste le dijo:
—Bueno, cuando son muy pequeños, usamos una soga del mismo tamaño para atarlos y, a esa edad, es más que suficiente para retenerlos. A medida que crecen —prosiguió el entrenador—, siguen creyendo que no pueden escapar; creen que la soga aún los retiene, así que nunca intentan liberarse.
La persona quedó boquiabierta. Los elefantes podían liberarse de sus ataduras en cualquier momento, pero porque creían que no podían, ni siquiera lo intentaban y eso era suficiente para mantenerlos paralizados.
Al igual que los elefantes, nosotros solemos sostener firmemente la idea de que no podemos hacer algo simplemente porque hemos fallado una o dos veces.
A este efecto negativo de algo se le conoce como ‘Efecto Pigmalión’: cuando alguien cree que no es capaz de lograr cierto objetivo, su autoestima disminuye y, en consecuencia, se acobarda y deja de intentarlo porque no se cree capaz de lograrlo.
Pero una persona que tiene fe en sí misma o en su destino, tiene la autoestima alta y cuando fracasa, no se da por vencido y lo intentará de nuevo. El que quiere lograr sus aspiraciones no se puede rendir; el «no puedo» no existe.
No te des por vencido tan facilmente.
lunes, 14 de julio de 2014
La rosa y el sapo
Había una vez una rosa que se creía la rosa más bella del jardín y lo que más deseaba era que todos se acercaran a admirarla y a disfrutar de su aroma. Pero la gente solía mirarla desde cierta distancia, sin prestarle mayor atención.
Un día se dio cuenta del motivo de ese comportamiento que tanto la desanimaba: a su lado había un enorme sapo, grande, feo y de piel verrugosa, que los espantaba.
Indignada con él, le ordenó que se alejara de inmediato. El animal, muy obediente le respondió:
—Me iré, si así lo deseas.
Días después, el sapo volvió a darse una vuelta por el jardín y se sorprendió al ver a la rosa marchita, sin hojas ni pétalos. Cuando le preguntó qué le había pasado, la flor respondió:
—Desde que te fuiste, las hormigas han invadido este lugar y no paran de picarme aquí y allá.
A lo que el sapo replicó:
—No te dabas cuenta. Cuando yo estaba aquí me comía a esas dichosas hormigas que te hacen daño y por eso siempre eras la más bella del jardín.
Indignada con él, le ordenó que se alejara de inmediato. El animal, muy obediente le respondió:
—Me iré, si así lo deseas.
Días después, el sapo volvió a darse una vuelta por el jardín y se sorprendió al ver a la rosa marchita, sin hojas ni pétalos. Cuando le preguntó qué le había pasado, la flor respondió:
—Desde que te fuiste, las hormigas han invadido este lugar y no paran de picarme aquí y allá.
A lo que el sapo replicó:
—No te dabas cuenta. Cuando yo estaba aquí me comía a esas dichosas hormigas que te hacen daño y por eso siempre eras la más bella del jardín.
La privacidad
Privado: que es íntimo, personal o particular de cada uno. Hoy se habla mucho de defender la intimidad de la vida privada, como secreto particular reservado al entorno de confianza. El intrusismo en la vida privada ha sido cosa de ‘cotillas’ pero hoy en día se ha convertido en un negocio y los que se sienten amenazados quieren vedar, prohibir e impedir que les arrebaten, usurpen, expolien y violen su privacidad sin su consentimiento.
Pero mira por dónde, un artículo en el digital abc.es nos dice que nuestra vida no es privada, que estamos controlados por ojos ocultos que a todas horas siguen nuestros pasos… Este es el informe:
domingo, 13 de julio de 2014
¿Por qué nos ponemos nerviosos?
Los temores a no saber o a no poder controlar una situación, el miedo al fracaso al entablar una relación o a un examen, frente a la gente sin escrúpulos, en momentos de tensión emocional ya sea una boda o una enfermedad… Muchos son los momentos en que la vida nos pone a prueba y ponemos a prueba el temple de nuestros nervios.
¿Qué pasa en nuestro cuerpo cuando nos ponemos nerviosos? Más de una vez me he preguntado el porqué de esos nervios frente a situaciones que ya nos son conocidas. Muchas veces nuestra inseguridad provoca esos miedos infundados. Gracias a la divulgación de estudios y a la opinión de los expertos podemos saber algo más de los porqués. Estos son los resultados de algunos estudios y las respuestas de los psicólogos consultados sobre el tema.
sábado, 12 de julio de 2014
Los tres leones
En la selva vivían tres leones. Un día el mono, el representante electo por los animales, convocó a una reunión para pedirles una toma de decisión:
—Todos nosotros sabemos que el león es el rey de los animales, pero existe una gran duda en la selva: hay tres leones y los tres son muy fuertes. ¿A cuál de ellos debemos rendir obediencia? ¿Cuál de ellos deberá ser nuestro Rey?
Los leones supieron de la reunión y comentaron entre sí:
—Es verdad, la preocupación de los animales tiene mucho sentido. Una selva no puede tener tres reyes. Luchar entre nosotros no queremos ya que somos muy amigos… Necesitamos saber cuál será el elegido, pero… ¿cómo descubrirlo?
Otra vez los animales se reunieron y después de mucho deliberar, llegaron a una decisión y se la comunicaron a los tres leones:
—Encontramos una solución muy simple para el problema, y decidimos que ustedes tres van a escalar la ‘Montaña Difícil’. El que llegue primero a la cima será consagrado nuestro Rey.
‘La Montaña Difícil’ era la más alta de toda la selva. El desafío fue aceptado y todos los animales se reunieron para asistir a la gran escalada.
El primer león intentó escalar y no pudo llegar.
El segundo empezó con todas las ganas, pero también fue derrotado.
El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó derrotado.
Los animales estaban impacientes y curiosos; si los tres fueron derrotados, ¿cómo elegirían un rey? En ese momento, un águila, grande en edad y en sabiduría, pidió la palabra:
—Yo sé quién debe ser el rey.
—Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa.
—¿Cómo? —preguntaron.
—Es simple —dijo el águila—. Yo estaba volando bien cerca de ellos y cuando volvían derrotados en su escalada por la ‘Montaña Difícil’ escuché lo que cada uno dijo a la Montaña.
El primer león dijo: «¡Montaña, me has vencido!».
El segundo león dijo: «¡Montaña, me has vencido!».
El tercer león dijo: «¡Montaña, me has vencido, por ahora…! Porque ya llegaste a tu tamaño final y yo todavía estoy creciendo». La diferencia —completó el águila—, es que el tercer león tuvo una actitud de vencedor cuando sintió la derrota en aquel momento pero no desistió y, para quien piensa así, su propio ser es más grande que su problema: Él es el rey de sí mismo, y está preparado para ser rey de los demás.
Los animales aplaudieron entusiastamente al tercer león, que fue coronado como: «El Rey de los animales».
viernes, 11 de julio de 2014
Los mil perritos
Érase una vez un perrito que paseaba por las calles de un pueblo y siempre se paraba curioso ante una casa abandonada.
Un día, decidido a investigar, entró dentro y recorrió la enorme mansión de punta a punta. Cuando llegó a la buhardilla, empujó la puerta semiabierta y vio que había mil perritos observándolo tan fijamente como él a ellos.
El perrito comenzó a mover la cola y todos los demás perritos hicieron lo mismo; ladró alegremente y cada uno de los perritos le devolvió el simpático saludo.
Cuando abandonó la casa, pensó: «¡Qué lugar tan agradable, vendré más a visitarlo!».
Días después, otro perro callejero entró en la misma casa, pero a diferencia del anterior, se sintió amenazado cuando los mil perritos le lanzaron una mirada de desafío. Cuando él les gruñó, los otros le devolvieron el mismo gesto.
Mientras salía a la calle, pensó: «Qué horrible lugar, jamás volveré».
Encima de la puerta de entrada a la vieja mansión había un letrero que decía:
«LA CASA DE LOS MIL ESPEJOS».
A menudo sucede que el mundo nos devuelve lo que proyectamos al exterior: si encaramos la vida con una sonrisa, los demás nos devolverán esa misma sonrisa, pero si mostramos nuestra peor cara, ésa es la que veremos en los demás.
Un día, decidido a investigar, entró dentro y recorrió la enorme mansión de punta a punta. Cuando llegó a la buhardilla, empujó la puerta semiabierta y vio que había mil perritos observándolo tan fijamente como él a ellos.
El perrito comenzó a mover la cola y todos los demás perritos hicieron lo mismo; ladró alegremente y cada uno de los perritos le devolvió el simpático saludo.
Cuando abandonó la casa, pensó: «¡Qué lugar tan agradable, vendré más a visitarlo!».
Días después, otro perro callejero entró en la misma casa, pero a diferencia del anterior, se sintió amenazado cuando los mil perritos le lanzaron una mirada de desafío. Cuando él les gruñó, los otros le devolvieron el mismo gesto.
Mientras salía a la calle, pensó: «Qué horrible lugar, jamás volveré».
Encima de la puerta de entrada a la vieja mansión había un letrero que decía:
«LA CASA DE LOS MIL ESPEJOS».
A menudo sucede que el mundo nos devuelve lo que proyectamos al exterior: si encaramos la vida con una sonrisa, los demás nos devolverán esa misma sonrisa, pero si mostramos nuestra peor cara, ésa es la que veremos en los demás.
jueves, 10 de julio de 2014
Leyenda árabe
Dice una leyenda árabe, que dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro. Este último, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
«HOY, MI MEJOR AMIGO, ME PEGÓ UNA BOFETADA EN EL ROSTRO».
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bajarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
«HOY, MI MEJOR, AMIGO ME SALVÓ LA VIDA».
Intrigado, el amigo preguntó:
—¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
—Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento alguno en todo el mundo podrá borrarlo.
«HOY, MI MEJOR AMIGO, ME PEGÓ UNA BOFETADA EN EL ROSTRO».
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bajarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
«HOY, MI MEJOR, AMIGO ME SALVÓ LA VIDA».
Intrigado, el amigo preguntó:
—¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
—Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento alguno en todo el mundo podrá borrarlo.
miércoles, 9 de julio de 2014
No te olvides de lo principal
Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna escuchó una voz misteriosa que desde dentro le decía:
—Entra y toma todo lo que desees, pero no te olvides de lo principal. Y recuerda algo: después que salgas, la puerta se cerrará para siempre. Por lo tanto, aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal…
La mujer entró en la caverna y encontró mucha riqueza. Fascinada por el oro y por las joyas, puso al niño en el suelo y empezó a coger, ansiosamente, todo lo que podía en su delantal.
La voz misteriosa habló nuevamente:
—Tienes solo ocho minutos.
Agotados los ocho minutos, la mujer cargada de oro y piedras preciosas corrió hacia fuera de la caverna y la puerta se cerró… Entonces, se dio cuenta de que el niño quedó dentro y ya la puerta estaba cerrada para siempre.
La riqueza duró poco y la desesperación… para el resto de su vida.
Lo mismo ocurre a veces con nosotros. Tenemos unos 80 años para vivir en este mundo, y una voz siempre nos advierte: «¡Y no te olvides de lo principal!»
Y lo principal son los valores espirituales, la familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, la riqueza, los placeres materiales nos fascinan tanto que lo principal siempre se queda a un lado.
Así agotamos nuestro tiempo aquí, y dejamos a un lado lo esencial: «los tesoros del alma».
Que jamás nos olvidemos que la vida en este mundo, pasa rápido y que la muerte llega inesperadamente. Y que cuando la puerta de esta vida se cierra para nosotros, de nada valdrán las lamentaciones.
Ahora, piensa por un momento, ¿qué es lo principal en tu vida?
«Que cosa extraña es el hombre: Nacer no pide. Vivir no sabe. Morir no quiere».
martes, 8 de julio de 2014
La autoestima
Un joven con problemas de autoestima fue a visitar a un sabio para que lo ayudara con su problema.
—Vengo maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo, le dijo:
—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizá después. —Y haciendo una pausa agregó—. Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
—¡Encantado, maestro! —titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—¡Bien! —asintió el maestro, se quitó el anillo del dedo pequeño y, dándoselo al muchacho, agregó— Toma el caballo que está fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban la espalda y sólo un viejito fue tan amable como para explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener la moneda de oro! Podría entonces entregársela él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación, y recibir ya, su consejo y ayuda.
Llegó, entró en la habitación y le dijo:
—Maestro, ¡lo siento!, no se puede conseguir lo que pides. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al valor del anillo.
—Qué importante lo que dijiste joven amigo —contestó sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo, vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Y vuelve aquí con mi anillo.
Entonces el joven volvió a cabalgar. Cuando llegó al lugar, el joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo dar más de 58 monedas de oro por su anillo.
—¡58 monedas! —exclamó el joven.
—¡Sí! —replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero, si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
—¡Siéntate! —dijo el maestro después de escucharlo—. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede valorarte un verdadero experto. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? —Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.
En realidad, todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.
—Vengo maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo, le dijo:
—Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema. Quizá después. —Y haciendo una pausa agregó—. Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
—¡Encantado, maestro! —titubeó el joven, pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas.
—¡Bien! —asintió el maestro, se quitó el anillo del dedo pequeño y, dándoselo al muchacho, agregó— Toma el caballo que está fuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban la espalda y sólo un viejito fue tan amable como para explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiera deseado el joven tener la moneda de oro! Podría entonces entregársela él mismo al maestro para liberarlo de su preocupación, y recibir ya, su consejo y ayuda.
Llegó, entró en la habitación y le dijo:
—Maestro, ¡lo siento!, no se puede conseguir lo que pides. Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto al valor del anillo.
—Qué importante lo que dijiste joven amigo —contestó sonriente el maestro—. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo, vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Y vuelve aquí con mi anillo.
Entonces el joven volvió a cabalgar. Cuando llegó al lugar, el joyero examinó el anillo a la luz del candil con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
—Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo dar más de 58 monedas de oro por su anillo.
—¡58 monedas! —exclamó el joven.
—¡Sí! —replicó el joyero— Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero, si la venta es urgente…
El joven corrió emocionado a la casa del maestro a contarle lo sucedido.
—¡Siéntate! —dijo el maestro después de escucharlo—. Tú eres como este anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede valorarte un verdadero experto. ¿Qué haces pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? —Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño.
En realidad, todos somos como esta joya, valiosos y únicos, y andamos por los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.
lunes, 7 de julio de 2014
Disfruta tu café
Un grupo de profesionales, todos triunfadores en sus respectivas carreras, se juntó para visitar a su antiguo profesor. Pronto la charla devino en quejas acerca del interminable ‘stress’ que les producía el trabajo y la vida en general.
El profesor les ofreció café, fue a la cocina y pronto regresó con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más ecléctica: de porcelana, metal, plástico, cristal, unas sencillas y baratas, otras caras decoradas, realmente exquisitas a la vista.
Tranquilamente les dijo que escogieran una taza y se sirvieran un poco del café recién preparado. Cuando lo hubieron hecho, el viejo maestro se aclaró la garganta y con mucha calma y paciencia se dirigió al grupo:
—Se habrán dado cuenta de que todas las tazas que lucían bonitas se terminaron primero y quedaron pocas de las más sencillas y baratas; lo que es natural, ya que cada quien prefiere lo mejor para sí mismo. Ésa es realmente la causa de muchos de sus problemas relativos al ‘stress’.
Continuó:
—Les aseguro que la taza no le añadió calidad al café. En verdad la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos. Lo que ustedes querían era el café, no la taza, pero instintivamente buscaron las de mejor apariencia y prestancia. Después se pusieron a mirar las tazas de los demás.
Ahora piensen en esto: la vida es el café…
Los trabajos, el dinero, la posición social, etc. son meras tazas, que le dan forma y soporte a la vida y el tipo de taza que tengamos no define ni cambia realmente la calidad de vida que llevemos.
A menudo, por concentrarnos sólo en la taza dejamos de disfrutar el café.
La gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo sino la que hace lo mejor con lo que tiene; así pues, recuérdenlo:
Vivan de manera sencilla.
Tengan paz.
Amen y actúen generosamente.
Sean solidarios y solícitos.
Hablen con amabilidad.
El resto déjenselo a Dios y no olviden que: «la persona más rica no es la que tiene más sino la que necesita menos…»
¡Disfruta tu café!
sábado, 5 de julio de 2014
La integridad
Se dice que cierto día salieron a pasear juntas la Ciencia, la Fortuna, la Resignación y la Integridad.
Mientras caminaban dijo la Ciencia:
—¡Amigas mías!, pudiera darse el caso de que nos separáramos unas de otras y sería bueno determinar un lugar donde pudiéramos encontrarnos de nuevo. A mí, podréis encontrarme siempre en la biblioteca de aquel sabio Dr. a quien, como sabéis, siempre acompaño.
Expresó la Fortuna:
—En cuanto a mí, me hallaréis en casa de ese millonario cuyo palacio está en el centro de la ciudad.
La Resignación dijo por su parte:
—A mí podréis encontrarme en la pobre y triste choza de aquel buen viejecillo a quien con tanta frecuencia veo y que tanto ha sufrido en la vida.
Como la Integridad permanecía callada, sus compañeras le preguntaron:
—¡Y a ti! ¿dónde te encontraremos?
La Integridad, bajando tristemente la cabeza, respondió:
—A mí, quién una vez me pierde, jamás vuelve a encontrarme.
Recuerda… «Quién pierde su integridad y su honradez lo ha perdido todo».
Mientras caminaban dijo la Ciencia:
—¡Amigas mías!, pudiera darse el caso de que nos separáramos unas de otras y sería bueno determinar un lugar donde pudiéramos encontrarnos de nuevo. A mí, podréis encontrarme siempre en la biblioteca de aquel sabio Dr. a quien, como sabéis, siempre acompaño.
Expresó la Fortuna:
—En cuanto a mí, me hallaréis en casa de ese millonario cuyo palacio está en el centro de la ciudad.
La Resignación dijo por su parte:
—A mí podréis encontrarme en la pobre y triste choza de aquel buen viejecillo a quien con tanta frecuencia veo y que tanto ha sufrido en la vida.
Como la Integridad permanecía callada, sus compañeras le preguntaron:
—¡Y a ti! ¿dónde te encontraremos?
La Integridad, bajando tristemente la cabeza, respondió:
—A mí, quién una vez me pierde, jamás vuelve a encontrarme.
Recuerda… «Quién pierde su integridad y su honradez lo ha perdido todo».
viernes, 4 de julio de 2014
El hombre del lado de la ventana
Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían la misma habitación del hospital. A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación. El otro tenía que permanecer acostado, de espaldas todo el tiempo.
Conversaban incesantemente todo el día, y día tras día hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, las experiencias vividas durante sus servicios militares y los sitios visitados durante sus vacaciones.
Todas las tardes, cuando el enfermo ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por ella. Con el tiempo, el enfermo acostado de espaldas, que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales se deleitaba con los relatos de lo que estaba viende en el mundo exterior.
Le contaba que la ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos en la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores; era un paisaje con árboles majestuosos y, en la distancia, se divisaba una bella vista de la ciudad.
A medida que el enfermo cerca de la ventana describía todo con exquisitos detalles, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco. Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital, y aunque no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.
Pasaron los días y las semanas; y una mañana, al entrar la enfermera para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor que ocupaba la cama cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente, durante el sueño.
Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó solo. El señor, con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera vez. ¡Finalmente tendría la alegría de verlo por sí mismo! Se esforzó para asomarse por la ventana… y lo que vio fue la pared del edificio contiguo.
Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero a describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana.
La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente, y reflexiva le dijo:
—Quizás solamente deseaba animarlo a usted.
Conversaban incesantemente todo el día, y día tras día hablaban de sus esposas y familias, sus hogares, empleos, las experiencias vividas durante sus servicios militares y los sitios visitados durante sus vacaciones.
Todas las tardes, cuando el enfermo ubicado al lado de la ventana se sentaba, se pasaba el tiempo relatándole a su compañero de cuarto lo que veía por ella. Con el tiempo, el enfermo acostado de espaldas, que no podía asomarse por la ventana, se desvivía por esos períodos de una hora, durante los cuales se deleitaba con los relatos de lo que estaba viende en el mundo exterior.
Le contaba que la ventana daba a un parque con un bello lago. Los patos y cisnes se deslizaban por el agua, mientras los niños jugaban con sus botecitos en la orilla del lago. Los enamorados se paseaban de la mano entre las flores multicolores; era un paisaje con árboles majestuosos y, en la distancia, se divisaba una bella vista de la ciudad.
A medida que el enfermo cerca de la ventana describía todo con exquisitos detalles, su compañero cerraba los ojos e imaginaba un cuadro pintoresco. Una tarde le describió un desfile que pasaba por el hospital, y aunque no pudo escuchar la banda, lo pudo ver a través del ojo de la mente mientras su compañero se lo describía.
Pasaron los días y las semanas; y una mañana, al entrar la enfermera para el aseo matutino, se encontró con el cuerpo sin vida del señor que ocupaba la cama cerca de la ventana, quien había expirado tranquilamente, durante el sueño.
Al día siguiente, el otro señor pidió que lo trasladaran cerca de la ventana. A la enfermera le agradó hacer el cambio y luego de asegurarse de que estaba cómodo, lo dejó solo. El señor, con mucho esfuerzo y dolor, se apoyó en un codo para poder mirar el mundo exterior por primera vez. ¡Finalmente tendría la alegría de verlo por sí mismo! Se esforzó para asomarse por la ventana… y lo que vio fue la pared del edificio contiguo.
Confundido y entristecido, le preguntó a la enfermera qué sería lo que animó a su difunto compañero a describir tantas cosas maravillosas fuera de la ventana.
La enfermera le respondió que el señor era ciego y no podía ni ver la pared de enfrente, y reflexiva le dijo:
—Quizás solamente deseaba animarlo a usted.
jueves, 3 de julio de 2014
El caballo
Un campesino, que luchaba contra muchas dificultades, poseía algunos caballos para que lo ayudasen en los trabajos de su pequeña hacienda.
Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí.
El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate.
Tomó, entonces, la difícil decisión: Determinó que el capataz sacrificase al animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo.
Y así se hizo. Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra dentro del pozo de forma que cubriera al caballo. Pero, a medida que la tierra caía sobre el animal, éste la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo ir subiendo.
Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino que, al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente… ¡Consiguió salir!
Un día, su capataz le trajo la noticia de que uno de los caballos había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar el caballo de allí.
El campesino fue rápidamente hasta el lugar del accidente y evaluó la situación, asegurándose que el animal no se había lastimado. Pero, por la dificultad y el alto precio para sacarlo del fondo del pozo, creyó que no valía la pena invertir en la operación de rescate.
Tomó, entonces, la difícil decisión: Determinó que el capataz sacrificase al animal tirando tierra en el pozo hasta enterrarlo, allí mismo.
Y así se hizo. Los empleados, comandados por el capataz, comenzaron a lanzar tierra dentro del pozo de forma que cubriera al caballo. Pero, a medida que la tierra caía sobre el animal, éste la sacudía y se iba acumulando en el fondo, posibilitando al caballo ir subiendo.
Los hombres se dieron cuenta que el caballo no se dejaba enterrar, sino que, al contrario, estaba subiendo hasta que finalmente… ¡Consiguió salir!
miércoles, 2 de julio de 2014
La sensibilidad encarnada en mujer
Esta entrevista ha sido realizada por la escritora Albertine Orleans para su espacio «El Arte Vivo y Albertine», creado para la revista digital Guía Histórico Cultural de Telde (GHCT), con la intención de dar a conocer el ‘Arte y la Cultura’ de tantos artistas canarios: escritores; pintores; escultores; cantantes; músicos…
Contando con el beneplácito de la directora de GHCT, la cantante Conchy Vera, inició su andadura el 15 de abril de 2012 y con mi entrevista, suma la número 105.
Para las dos mi agradecimiento y con su permiso pueden leer la entrevista que ha sido publicada el pasado domingo día 29 de junio.
Cargar con la cruz
En la vida cada cual carga a sus espaldas su propia cruz y en muchos momentos, esa misma cruz nos sirve de ayuda.
Esto era uno que siempre se estaba quejando:
—Señor, estoy cansado, mi cruz es muy pesada, ¡te ruego que la cortes un poco! —Y el Señor le cortó un trozo.
Al tiempo volvía a quejarse de arrastrar su pesada cruz, y pedía al Señor que se la recortara otro poco más. El Señor volvió a complacerlo. Su cruz en comparación con las demás se notaba más pequeña.
Todos avanzaban resignados con su larga y pesada cruz pero él no dejaba de quejarse, y su cruz de tanto cortarle pedazos, ya ni le llegaba al suelo.
De pronto, el camino se ve interrumpido por un desfiladero, todos utilizaron su larga y pesada cruz como pasarela para cruzar al otro lado del camino, pero el pobre quejica no pudo pasar, porque su cruz era tan corta que su largo no cubría el precipicio, y no pudo atravesarlo.
Esto era uno que siempre se estaba quejando:
—Señor, estoy cansado, mi cruz es muy pesada, ¡te ruego que la cortes un poco! —Y el Señor le cortó un trozo.
Al tiempo volvía a quejarse de arrastrar su pesada cruz, y pedía al Señor que se la recortara otro poco más. El Señor volvió a complacerlo. Su cruz en comparación con las demás se notaba más pequeña.
Todos avanzaban resignados con su larga y pesada cruz pero él no dejaba de quejarse, y su cruz de tanto cortarle pedazos, ya ni le llegaba al suelo.
De pronto, el camino se ve interrumpido por un desfiladero, todos utilizaron su larga y pesada cruz como pasarela para cruzar al otro lado del camino, pero el pobre quejica no pudo pasar, porque su cruz era tan corta que su largo no cubría el precipicio, y no pudo atravesarlo.
martes, 1 de julio de 2014
La llama interior
Había una vez un rey en la India espectacularmente rico que, pese a ello, se mostraba indiferente a cualquier bien material por más precioso que este fuera y sólo se preocupaba de cultivar una profunda religiosidad.
Lleno de curiosidad ante este hecho, uno de sus súbditos quiso averiguar cuál era el secreto de aquel hombre que, a diferencia de la mayoría de nobles y cortesanos, no se dejaba deslumbrar por el oro, las joyas y los lujosos objetos que le rodeaban. Tras lograr que el monarca le recibiese en audiencia privada, el hombre le preguntó:
—¿Cómo hace usted, señor, para vivir volcado en la espiritualidad en medio de tanta riqueza?
El rey dijo:
—Responderé a lo que me preguntas si recorres mi palacio con una vela encendida. Vigila que no se apague. Si lo hace, te decapitaré.
Cuando el súbdito concluyó el reto, el rey le preguntó:
—Y, ahora que has podido ver todas mis riquezas con tus propios ojos, ¿qué opinas de ellas?
El hombre, aún tenso tras la estresante prueba a la que había sido sometido, respondió:
—No vi nada, pues sólo estaba atento a que la llama no se apagase.
Y el monarca sentenció:
—Ése es mi secreto. Estoy tan ocupado en avivar la llama de mi espiritualidad que las riquezas del mundo no me interesan nada.
Lleno de curiosidad ante este hecho, uno de sus súbditos quiso averiguar cuál era el secreto de aquel hombre que, a diferencia de la mayoría de nobles y cortesanos, no se dejaba deslumbrar por el oro, las joyas y los lujosos objetos que le rodeaban. Tras lograr que el monarca le recibiese en audiencia privada, el hombre le preguntó:
—¿Cómo hace usted, señor, para vivir volcado en la espiritualidad en medio de tanta riqueza?
El rey dijo:
—Responderé a lo que me preguntas si recorres mi palacio con una vela encendida. Vigila que no se apague. Si lo hace, te decapitaré.
Cuando el súbdito concluyó el reto, el rey le preguntó:
—Y, ahora que has podido ver todas mis riquezas con tus propios ojos, ¿qué opinas de ellas?
El hombre, aún tenso tras la estresante prueba a la que había sido sometido, respondió:
—No vi nada, pues sólo estaba atento a que la llama no se apagase.
Y el monarca sentenció:
—Ése es mi secreto. Estoy tan ocupado en avivar la llama de mi espiritualidad que las riquezas del mundo no me interesan nada.
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