domingo, 13 de julio de 2014

¿Por qué nos ponemos nerviosos?

Una chica se muerde las uñas nerviosa.


Los temores a no saber o a no poder controlar una situación, el miedo al fracaso al entablar una relación o a un examen, frente a la gente sin escrúpulos, en momentos de tensión emocional ya sea una boda o una enfermedad… Muchos son los momentos en que la vida nos pone a prueba y ponemos a prueba el temple de nuestros nervios.

¿Qué pasa en nuestro cuerpo cuando nos ponemos nerviosos? Más de una vez me he preguntado el porqué de esos nervios frente a situaciones que ya nos son conocidas. Muchas veces nuestra inseguridad provoca esos miedos infundados. Gracias a la divulgación de estudios y a la opinión de los expertos podemos saber algo más de los porqués. Estos son los resultados de algunos estudios y las respuestas de los psicólogos consultados sobre el tema.

Ocurre porque el cerebro interpreta que estamos en peligro y se produce una descarga de adrenalina que activa el corazón y los músculos pero que al prolongarse provoca problemas de salud. El ritmo cardiaco se incrementa, los músculos se tensan, la respiración acelera, el cerebro aumenta su actividad. Todo ello para luchar por la supervivencia.

Cuando decimos que estamos nerviosos el corazón se acelera, la boca se seca, sudamos más de lo habitual y aparece una sensación de ‘nudo en el estómago’. Puede ocurrir por cosas tan variadas como estas: que al día siguiente tengamos una reunión importante, que nos hayamos dado un susto en el coche o que la persona que nos gusta nos haya guiñado un ojo. Pero, ¿por qué ocurre? ¿Y cómo?

Según el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos (NIH), estamos nerviosos porque el cerebro activa una «respuesta encaminada a reaccionar ante un cambio». Y lo consigue liberando unas sustancias químicas llamadas hormonas y neurotransmisores que alteran el funcionamiento de ciertas partes del organismo.

«Nuestro organismo reacciona a lo que interpretamos y el sistema nervioso autónomo —es decir, que no se puede controlar voluntariamente— actúa en consecuencia». La explicación psicológica es que esta parte del sistema nervioso «está dividida a su vez en dos variantes: una que funciona como acelerador (el sistema simpático) y otra que se comporta como un freno o regulador (el sistema parasimpático)».

Cuando nos damos un susto o nos ponemos nerviosos, nuestro cerebro prepara en un instante una respuesta compleja y drástica que recibe el nombre de «respuesta de lucha o huida». Es un fenómeno muy similar al que experimenta una cebra cuando se topa con un león en la sabana y necesita enviar energía a sus músculos para emprender la huida, o para luchar contra su oponente.

Luchar o huir. En el momento en que comienza el susto, se produce una descarga de adrenalina que provoca la familiar sensación de susto y ‘subidón’. En ese momento «el corazón aumenta la frecuencia de sus latidos, el metabolismo detiene el almacenamiento de la energía y la moviliza para hacer frente al agente estresante». En concreto, se pone a disposición del cerebro, corazón y músculos, gracias a los que «correremos, pelearemos, nos agarraremos…» La respuesta de ponerse nervioso implica a las emociones y a la propia consciencia.

El responsable de activar esta respuesta es el locus coeruleus, un centro nervioso que se encuentra en la parte emocional del cerebro y que es el encargado de ‘interpretar’ si los estímulos que llegan son tan importantes como para hacer saltar la alarma. Por ello, la respuesta de estrés o de ponerse nervioso implica a las emociones y a la propia consciencia. Esto implica, por un lado, que el animal o la persona puede anticiparse a la agresión: si alguien grita «¡Fuego!», podemos salir corriendo aunque no olamos o veamos el incendio. Por otro lado, las emociones pueden influir en cómo responderemos.

Así, por ejemplo, si hemos visto una película de miedo puede que estemos más inquietos y que nuestro locus coeruleus responda con ‘demasiada’ facilidad a estímulos que normalmente no nos asustarían. Pero si se prolonga… Cuando el problema o agresión que nos amenaza no se resuelve en un instante, por ejemplo porque el león que surge de entre la maleza no solo se asoma sino que encima se acerca a nosotros o porque tenemos que hablar frente a un auditorio, el cerebro activa una respuesta más duradera que depende de varias hormonas.

En este momento, el llamado núcleo paraventricular se activa. Se encuentra en el hipotálamo, un área cerebral que controla muchas funciones esenciales y que está en contacto con la parte emocional del cerebro. Por eso, entre otras cosas, las emociones pueden tener tantos efectos sobre la salud.

La respuesta de ponerse nervioso está encaminada a evitar este funesto desenlace, pero si se prolonga se convierte en un problema. Comienzan a liberarse varias hormonas entre las que destaca el cortisol y que tienen como función prolongar la liberación de adrenalina que se produce en la respuesta inmediata de lucha o huida y activar la principal defensa del organismo, el sistema inmune.

Cuando la alerta se prolonga durante días, a causa de las preocupaciones o de una situación que nos amenaza durante un tiempo continuado, la situación se vuelve peligrosa. El sistema inmune se deprime, aumenta la probabilidad de coger infecciones —como catarros— y pueden aparecer úlceras gástricas.

También los expertos dan las claves para dominar el estrés. Desde que nos levantamos hasta que nos ponemos el pijama, la jornada laboral nos invade de pleno. El estrés es uno de los responsables del cansancio, el mal humor y las represalias. Opina una experta de su incidencia real y da algunas fórmulas prácticas para controlarlo.

«El estrés es una situación de estado del organismo caracterizado por la tensión o falta de tranquilidad ante una posible amenaza o presión externa, bien sea real o imaginaria», y según los expertos cierto grado de estrés es normal e incluso necesario ya que ayuda a madurar y avanzar. El problema surge cuando la tensión propia del estrés desemboca en desasosiego. Es entonces cuando se convierte en un problema. La sociedad actual hace que el ciudadano esté en constante estado de huida o lucha y no fomenta que éste dedique tiempo suficiente al descanso y a la regeneración.

Atención a los síntomas del colapso que produce el estrés:
Mentales: problemas de concentración y de sueño, irritabilidad, tensión, cansancio excesivo, tristeza…
Físicos: boca seca, aumento de la frecuencia cardiaca, malestar estomacal, deseo frecuente de orinar, palmas de las manos sudorosas, dolor de espalda, tensión muscular que puede causar contracturas y dolor, mareos, problemas para respirar.

Aunque no se pueden erradicar, los expertos dan algunas pautas y hábitos de vida que ayudan a controlar el estrés:
  • Incorporar actividades que renueven tanto física como psicológicamente; descanso, actividades de ocio, técnicas de relajación, deportes… Siempre es más fácil añadir nuevas conductas que eliminar antiguas.
  • Mantener una dieta saludable y evitar el abuso de cafeína y alcohol.
  • Ponerse límites. Nadie es perfecto ni tiene porqué serlo. «Hay que aprender a distinguir entre lo que se puede hacer y lo que es imposible o no está a nuestro alcance».
  • Ser permisivo con los sentimientos y aprender a decir no. Equilibrar obligaciones y placeres.
  • Verbalizar los sentimientos. La expresión oral es el principio de la cura de muchos problemas menores que, si permanecen ocultos, pueden hacerse cada vez más grandes…

Pues cuidemos de nuestra salud evitando ponernos nerviosos.

Fotografía: Ana C., cc.

No hay comentarios :

Publicar un comentario