sábado, 28 de octubre de 2023

Nacemos para morir

 


El comienzo de una vida… Tanto desde el punto de vista científico como desde el punto de vista legal, la vida inicia a partir de la fecundación, también podemos llamarla concepción puesto que con ella queda concebido un nuevo individuo. El embrión es un individuo humano que irá desarrollando todas sus potencialidades. Un nuevo ser humano distinto de todos los que han existido antes, un ser con autonomía propia. Así, con el paso del tiempo, llegará a conformar un organismo de billones de células y continuará su existencia hasta el cese de sus funciones vitales.

Nacemos para morir. A través de un análisis sociocultural podemos reflexionar sobre las cuestiones que llevan al ser humano a encontrarse, como fin en sí mismo, frente a su final de vida. Nacer para morir. Así pues, podemos cuestionar sobre el porqué vivimos como vivimos, y morimos como morimos.

Vida y muerte… Las dos caras de la misma moneda. La única verdad que sabemos es que desde el momento en que nacemos, estamos muriendo poco a poco. Temer a la muerte es algo natural, el problema llega cuando el miedo es dominante. La muerte es parte de la vida, no hay que esperarla, está con nosotros en nuestro día a día, por eso, no pensemos en ella mientras estamos vivos, porque ella actuará en el momento preciso que solo la vida sabe…

Vivir no es lo mismo que sentirse vivos. Sin embargo, no siempre es fácil llegar a estos estados casi perfectos donde todas nuestras fibras despiertan. Donde nuestros sentidos se afinan y por un instante,  todo adquiere sentido, trascendencia y armonía. Resulta muy difícil sentirnos realmente vitales en un mundo donde se nos anima más bien a asumir una actitud pasiva y dependiente, dice la psicóloga Valeria Sabater.

"La risa es el sol que ahuyenta el invierno del rostro humano". Víctor Hugo.

Nuestra realidad está orquestada por la presión casi continua de que nos falta algo y por eso, nos convertimos en consumidores natos, en personas ávidas por poseer o conseguir cosas con las que llenar una eterna sensación de vacío. Porque siempre hay algo que anhelamos, algo que no tenemos: productos de marca, otro trabajo en el que se trabaje menos, una pareja más afectuosa, un viaje a un país exótico… Cosas, dimensiones y estados que ansiamos disponer para sentirnos (supuestamente) realizados.

Somos como una pieza triangular intentando encajar en un puzzle de formas ovaladas. Nos centramos demasiado en nuestro entorno, queremos encajar en el sí o sí, olvidando que la felicidad parte de un lugar muy concreto; ese lugar se sitúa justo bajo la propia piel: nosotros mismos. Es un hábitat que a menudo olvidamos nutrir con ese ingrediente que realmente nos hace sentir vivos: la pasión.

Vivir significa implicarse. Uno de los mayores riesgos que podemos experimentar es vivir en un estado de pasividad permanente. Ese en el que nos dejamos llevar, arrastrar por los estímulos y circunstancias limitándonos solo a existir, pero no a sentir. Ese donde nos disolvemos en nuestras obligaciones, hasta tal punto que la propia vida se convierte tarde o temprano en otra obligación. La esperanza se diluye entonces de nuestro horizonte y damos paso a una existencia aséptica y carente de propósitos.

Debemos tenerlo claro: vivir significa implicarse. Significa correr riesgos, ser valiente, aunque el miedo muerda y tener no uno, sino decenas de propósitos por los que levantarse cada día. Aunque a veces, y ahí está nuestro error, elegimos el camino fácil: el conformismo.

A veces, nos conformamos con lo que ya tenemos, aunque no sea de nuestra talla y no nos aporte felicidad. Lo hacemos de este modo porque más vale pájaro en mano que ciento volando. Aunque eso sí, cuando abrimos la mano, ni siquiera hay pájaro, solo plumas, solo el triste atisbo de lo que parecía una promesa pero que en realidad no era nada. Solo un ensueño, una falsa seguridad.

Esas cosas que nos hacen sentir vivos, no surgen en los caminos que otros nos trazan. Tampoco en las jaulas doradas de nuestras zonas de confort cotidianas. Para experimentar la vitalidad y esa felicidad que da sentido a todo, hay que tener pasión. Debemos dejar de pensar en condicional (si yo tuviera, si esto fuera, si aquel hiciera…) para actuar en el aquí y ahora, en el presente inmediato, sintiéndonos dueños de nuestros pasos, exploradores de nuestra realidad y artífices de nuestros sueños.

El vivir es una escuela, atrevernos y fracasar y volver a intentarlo, una, diez y doce veces y entonces sí, aprendemos… No cejar hasta alcanzar el éxito y disfrutar de las sensaciones de cada momento: un paseo a media tarde donde permitir que surjan ideas nuevas. Platicar en armonía. La satisfacción de un trabajo bien hecho y bien pagado. Una mano que nos coge en el instante más necesitado. Un instante de soledad. La complicidad de los amigos. Un camino que construir en pareja compartiendo aficiones y placeres. La risa de un niño. Cerrar una etapa amarga e iniciar otra con más ganas, con algo de miedo, pero con mayor fortaleza…

Esas cosas que nos hacen sentir vivos son las que encienden nuestra alma. Son las que ponen cimientos a nuestro ser, ilusión a nuestros proyectos, motivos a nuestra conducta y energía a nuestra capacidad de crecimiento. Tenerlas presentes es algo fundamental, porque de no ser así, nuestro tejido psicológico y resistencias se desvanecen, y entonces ocurre lo más peligroso: llega el vacío y la certeza de que la propia existencia carece de sentido.

Experimentar el vacío es lo opuesto a sentir la vida y por ello, debemos ser capaces defendernos de él, de llenar cada sala, cada rincón y recoveco de nuestra mente de esas cosas que sí nos dan sentido. Ya lo dijo Viktor Frankl en su momento. El padre de la logoterapia y superviviente de varios campos de concentración, nos enseñó en sus libros que nuestra misión como seres humanos es hallar un propósito. Asumir una responsabilidad para con nosotros mismos y para con el propio ser humano para poder así sentirnos plenos, realizados y libres.

Las cosas que nos hacen sentir vivos de verdad están hechas de un material sin igual: el entusiasmo. Cada uno de nosotros tendremos que hallar esos propósitos personales y ser lo bastante valientes como para darles forma, como para hacer de ellos nuestra razón de ser, nuestra auténtica pasión cotidiana. Porque como dijo Helen Keller una vez, "si uno tiene el impulso de volar, no tiene por qué seguir gateando, aunque otros lo hagan".

Mientras vivimos, la vida es para vivirla… No pretender lo imposible. Consentirse un día sí y otro también algún capricho. Atreverse y soltar las amarras que mal te quieren. Buscar refugio en el pequeño espacio de un abrazo para sentirnos más grandes. Escapar de vez en cuando de la pesada rutina. Subirnos a ese tren que un día dimos por perdido. Descansar y dejar volar los sueños. Soñar con los ojos abiertos como si no hubieran mañanas… Todas esas cosas que nos hacen sentir vivos no tienen precio y nos dan la felicidad en este espacio tiempo que llamamos vida.

Teniendo miedo de la muerte entregamos la libertad de la vida. Vive, mientras dura la vida, encuentra tu voz interior, tu felicidad, lo que amas, lo que te hace sentir bien, porque la vida te está esperando con un abanico muy amplio de oportunidades. "Vivimos en una cultura enredada en la contradicción de temer a la muerte sin amar la vida. Es una cultura que se extiende hacia los dos polos extremos: el aborto y la eutanasia. (...). Este temor a la muerte sin amor a la vida es una contradicción que penetra todo y se convierte en cultura, en modo de vivir y de pensar".

Disfrutemos de cada momento de la vida, seamos como niños que reciben todo regalo con gran sorpresa y alegría... Sabemos que la muerte es inevitable; nacemos para morir, pero mientras nos llega la muerte ¡vivamos!


Fotografía: Internet

 

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