La humildad como valor moral o actitud de la personalidad, es
la virtud humana de actuar con sencillez, modestia y afabilidad. Es la actitud
de observar a los demás con respeto y dignidad; a pesar de las diferencias
económicas, culturales, sociales o religiosas.
La humildad es un valor que todos debemos tener... Si quieres
llevar una vida plena, sé humilde y rodéate de gente que también practique la
humildad.
La humildad consiste en aceptarnos tal como somos, con
defectos y virtudes, sin hacer alarde de nuestras posesiones materiales o de
gran conocimiento intelectual. Una persona humilde conoce sus propias
limitaciones y debilidades y actúa de acuerdo a ello. La humildad nos enseña a
ser objetivos con nosotros mismos, a aceptar nuestros errores y a ver que todos
tenemos límites.
El humilde ve grandeza en todo lo que le rodea. Quien ve la vida con humildad, aceptando sus límites y los
puntos de vista, suele vivir más plena e íntegramente. No se lleva tantas
desilusiones porque no se marca grandes objetivos, ni se ve a sí mismo como
“alguien perfecto”.
La humildad, no es un valor que veamos a día de hoy con
mucha frecuencia. Se aprecia más la competitividad y las relaciones caducas,
esas que para finalizarlas eliminamos de nuestros perfiles sociales.
¿Dónde queda la humildad de reconocernos como lo que somos,
con nuestras grandezas y con nuestros errores? Cada vez hay menos tiempo para
ahondar en nuestras emociones y a su vez, comprender las de lo demás.
Podría decirse que la humildad es la ausencia de soberbia. Es
una característica propia de los sujetos modestos que no se sienten más
importantes ni mejores que los demás, independientemente de cuán lejos hayan
llegado en la vida.
La palabra humildad también puede utilizarse como sinónimo de pobreza, de falta de recursos, pero incluso en esa pobreza encuentras la humildad de la grandeza. Las religiones suelen asociar la humildad al reconocimiento de la superioridad divina; todos los seres humanos son iguales ante los ojos de Dios y deben actuar en consecuencia. Para el budismo, la humildad es la conciencia respecto al camino que se debe seguir para liberarse del sufrimiento.
La Palabra de Dios ofrece una enseñanza extensa sobre una
vida de humildad. En todas las Escrituras no encontramos una
percepción clara de dichas acciones, pero la inmensidad mejor de este término la encontramos en todo lo referido a Jesús; el máximo
ejemplo de humildad. Para vivir diariamente por la gracia de Dios, debemos
estar dispuestos a andar por el camino de la humildad. Pues, como lo expresa
Pedro, «Dios. . . da gracia a los humildes» (1 Pedro 5:5).
En Su majestuosa misión salvadora, Jesús, el Hijo de Dios,
aceptaría voluntariamente el camino de la humildad. Incluso durante Su
peregrinación como ser humano, no ejerció Su condición de Dios de manera
independiente. Esta humildad implicaba, no solo renunciar a Su gloria divina,
sino que también no ejercer Su condición de Dios de manera independiente.
Eligió sujetarse a la voluntad del Padre y venir a este mundo para servir a la
gente. Él mismo enfatizaría su función de servicio: «Pues ni aun el Hijo del
Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en
rescate por muchos» (Mateo 20:28).
Esa humildad fue tan extensa que incluyó, además, la más
horrenda de todas las muertes: la crucifixión. En Su agonía espiritual, Jesús
oraría estas punzantes palabras: «¡Padre mío! Si es posible, que pase de mí
esta copa de sufrimiento. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la
mía». (Mateo 26:39). Esta entrega humilde a la voluntad del Padre, es el
camino que Pablo nos desafía a caminar: «Tengan unos con otros la manera de
pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús» (Filipenses 2:5). Jesús nos
ha revelado todo lo que puede ser expresado en términos humanos acerca del
carácter amoroso de Dios.
Desde la filosofía, Inmanuel Kant afirma que “la humildad
es la virtud central de la vida, ya que brinda una perspectiva apropiada a la
moral. La humildad no es un concepto, es una conducta, un modo de ser, un modo
de vida. La humildad es una de las virtudes más nobles del espíritu”.
La humildad no es un concepto, es una conducta, un modo de
ser, un modo de vida. La humildad es una de las virtudes más nobles del
espíritu. Los seres que carecen de humildad, carecen de la base esencial para
un seguro progreso. Sin humildad, las más bellas cualidades representan lo
mismo que un cuerpo vacío, un cuerpo que no posee alma.
La humildad es signo de fortaleza. Ser humilde no significa
ser débil, y ser soberbio no significa ser fuerte, aunque las personas lo
interpreten de otra manera. Por el contrario, nos aporta lucidez y una fuerza
particular para ver las cosas en toda su realidad. Bien es cierto que en
ocasiones puede ser complicado llegar a ver cuál es la verdadera esencia de
nuestras vidas.
¿Qué es ser humilde? Diversas investigaciones sugieren que
las personas humildes tienen una visión bastante precisa de sí mismos, son
conscientes de sus errores y limitaciones, están abiertos a recibir otros
puntos de vista, mantienen sus logros y sus habilidades en perspectiva, no
están centrados en sí mismos en exceso y son capaces de apreciar el valor de
todo, incluyendo el de los demás. Por ejemplo, cuidan mucho más sus relaciones,
quizá porque son capaces de aceptar a la gente como son. Por ello, son mucho
más propensos a reparar y a crear vínculos fuertes con los demás.
Mejor liderazgo. Las personas humildes también son mejores
líderes, y la humildad y la honestidad son buenos factores predictivos respecto
a los resultados de un empleado en su trabajo.
Menos ansiedad. Ser humilde también es garantía de serenidad,
pues varios estudios han señalado que las personas con egos tranquilos sufren
menos ansiedad.
Mayor autocontrol. Quizá porque también conocen y aceptan
mejor sus propios límites y porque están menos obsesionadas consigo mismas,
las personas humildes también poseen una mayor capacidad de autocontrol.
Paradójicamente, hay estudios que vinculan el exceso de ego y el narcisismo con
una menor habilidad para controlar los propios impulsos.
Más calidad personal y espiritual. Cuando conocemos a alguien
que irradia humildad nos sentimos bien de inmediato, quizá porque a su lado nos
sentimos vistos, escuchados y aceptados tal y como somos. Las personas
verdaderamente humildes −no las que solo buscan parecerlo− pueden regalar este
don a los demás, porque también son capaces de ver y aceptar sus fortalezas y
limitaciones sin juzgar ni ponerse a la defensiva.
La vida como escuela. Las personas humildes ven la vida como
una oportunidad de aprendizaje para todos, reconociendo que, aunque nadie es
perfecto, todos podemos trabajar nuestras limitaciones y abrirnos a recibir
nuevas ideas, consejos o críticas. La persona humilde nunca deja de aprender
precisamente porque es permeable a los demás y no se considera por encima de
nadie.
Más responsabilidad. Un ego aquietado se traduce en una menor agresividad y manipulación, en más honestidad y espíritu constructivo. Las personas humildes toman responsabilidad por sus acciones, corrigen sus errores, escuchan las ideas de los demás y no sobrestiman sus capacidades. Las personas con menos ego son las que han pasado por alguna gran adversidad que les ha hecho contemplar la vida, y a sí mismos de otra manera.
Las personas humildes son agradecidas. Decir “gracias”
significa reconocer los dones y los regalos que se nos dan y como resultado,
reconocer también el valor de los demás. La gratitud cambia el foco de uno
mismo hacia el otro y esta es una de las características de la humildad. Un
estudio reciente vincula la gratitud con la humildad, apuntando que una y otra
virtud se retroalimentan.
El humilde ve las cosas como son, lo bueno como bueno, lo
malo como malo. En la medida en que una persona es más humilde, crece una
visión más correcta de la realidad. Santa Teresa de Jesús.
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