domingo, 1 de noviembre de 2020

El dolor del adiós

 


«Mostrar sentimientos por la pérdida de un ser querido es vergonzante para muchas personas». Esto decía hace unos años a Laura Peraita el director general del Centro de Humanización de la Salud, José Carlos Bermejo que está acostumbrado a lidiar con la muerte de los pacientes que están en cuidados paliativos y, al mismo tiempo, a dar consuelo a los seres queridos que viven con gran angustia la última fase vital de sus familiares. Asegura que la pérdida de un ser querido constituye una de las experiencias más intensas que los seres humanos atravesamos en nuestra vida. «Nos duele en función de la naturaleza y el vínculo que manteníamos con él». Y asegura que, tras una muerte cercana no hay que resignarse, sino «reinventarse».

Tras toda pérdida hay que realizar un proceso de trabajo o elaboración del duelo. De alguna manera hay que reinventarse. Antiguamente se decía con naturalidad que se trataba de resignarse. Hoy sentimos que la resignación evoca una actitud pasiva y pensamos que es más correcto hablar en estos términos. El ideal es buscar elementos que refuercen la resiliencia; es decir, la capacidad de crecer con ocasión de las pérdidas. Crecer a nivel humano, ético, interiorizar actitudes de agradecimiento, de vida solidaria, de aprovechamiento de la vida justamente por tomar conciencia de que es limitada.

Compartir los sentimientos, expresar las necesidades, pedir ayuda cuando el duelo se complica, son recomendaciones para realizar este proceso. La ayuda necesaria no es siempre farmacológica (puede llegar a serlo), sino más bien relacional. Los mejores recursos son los personales (cognitivos, relacionales, espirituales...), pero también los recursos sociales son importantes, para fortalecer vínculos y sentirse comprendido. Vivir el dinamismo espiritual, particularmente para los creyentes es una posibilidad saludable para zurcir los rotos que se producen en el corazón durante el duelo.

También el modo como nuestro ser querido –padre o madre– fallece, influye en la elaboración del dolor. Cuando somos conscientes que se van y tenemos algo pendiente, es momento de pedir perdón para sanarnos nosotros mismos, momento de agradecer, momento de que no se sientan solos, momento de despedirnos. Y si hemos estado junto a ellos en su vejez o enfermedad, acompañando y cuidándoles con cariño, ellos se dan cuenta y les ayuda a marcharse tranquilos. Para los que hemos estado en contacto cultivando una sana relación, la despedida nos produce gran dolor, pero siempre estaremos en paz con nuestros padres y con nosotros mismos, sino será más complicado para la conciencia. Morir en un entorno adecuado de soporte emocional y espiritual correcto, ayuda a que el transito transcurra sereno; lo contrario aumenta el sufrimiento que habría sido evitable.

Al considerarse un hecho «natural» asistir al fallecimiento de un padre o madre, no supone que uno está más preparado para superar la pérdida. Cabe esperar, desde un punto de vista de «normalidad sociológica» que perdamos más a los padres que a los hijos. Por eso se dice que la pérdida de hijos no tiene nombre y es fácilmente un duelo complicado. Esto no quiere decir que la «naturalidad» con la que pensamos que hemos de vivir la pérdida de los padres sea un analgésico que elimina el dolor. El sufrimiento que experimentamos cuando mueren es diferente para cada quién. En principio, la variable fundamental que determina cómo vivimos el dolor es el vínculo que manteníamos con ellos en vida. No es lo mismo un vínculo lejano, abandonado, que un vínculo de proximidad o de haber mantenido siempre una relación de cariño, atenciones y cuidados que ha definido la identidad de uno mismo.

Sin duda el duelo suele cursar un abatimiento de ánimo y tristeza. Pero es frecuente que nos encontremos también con rabia e impotencia por no haber podido evitar algo tan severo para aquellos a quienes queremos. No faltará quién experimente que no es digno de tener que pasar por esto que también «lleva tiempo» (el proceso de morir). El sentimiento de culpa ocupa un lugar muy relevante en la experiencia del duelo. Hay una culpa racional y proporcionada, relacionada con aquello que no se hizo bien o suficientemente bien, según la propia conciencia o directamente aquello que se hizo mal.

También hay una culpa irracional que, en algunos casos puede cumplir una función adaptativa y de auto-empoderamiento y en otras es fuente de sufrimiento inútil. Estos sentimientos de culpa deben ser explorados para comprender lo que significan y acompañar a las personas a hacer el camino necesario de sanación. En principio estos sentimientos son ecos normales dentro del proceso adaptativo del duelo. No obstante, cuando son tan intensos que impiden una vida normalizada, pueden ser alertas para que la persona pida ayuda profesional. En otras ocasiones, el mundo emocional es ambiguo: por un lado se siente cierto agradecimiento y descanso por lo largo que ha sido el proceso; por otra parte se siente mucho dolor...

Estoy segura que no queremos morir sin que nuestra familia sepa que los queremos, pero también es importante que los que quedan también hagan saber al que se va que los queremos. Lo que sí está claro y es seguro, que nunca volveremos a ser los mismos después de una experiencia de duelo por la ausencia de un ser querido y al ir cumpliendo años, el tiempo transformará nuestra personalidad y moldeará nuestra vida interior.

La aceptación, la capacidad de enfrentarse a los miedos, la resignación y la paciencia nos ayudarán en el camino a descubrir cómo podemos sacar algo positivo de esa experiencia dolorosa que es inevitable. Siempre decimos que hasta que la desgracia no te sorprende, no somos conscientes de nuestro valor, de nuestras fortalezas, de nuestra capacidad de reacción, en definitiva, de nuestra resiliencia.

Cultivar la esperanza es un desafío para la humanidad; la esperanza es la que nos salva. Tiene diferentes apellidos y va tomando uno u otro según los momentos en que cada uno se encuentra. Se traduce en confianza, en asignación de significado, en trascendencia, en apoyo en alguien y algo que deje fuera el vacío y dé paso a la vida con sabor a pesar del dolor. Sin esperanza no se puede vivir. Nuestras creencias dan forma a nuestros pensamientos y nuestros pensamientos a nuestra conducta y la conducta a la realidad que tienes ahora.

No es el tiempo el que cura las heridas... Eres tú que se cura a sí mismo a través del tiempo...

La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos. Antonio Machado.

La muerte hace ángeles de todos nosotros y nos da alas donde antes solo teníamos hombros… Jim Morrison.

Dicen que en esta vida todo tiene solución menos la muerte. Cuando muere un Ser que amamos profundamente, sentimos un dolor que nos traspasa el alma y nuestro corazón se rompe en incontables pedacitos de desolación, al perder para siempre a aquella persona tan especial que acariciaba con cada mirada nuestro ser y nos colmaba de vida con una sonrisa. Sonrisa que no se apaga en la gloria de los Santos.

Ojalá nunca tuviéramos que despedir a quienes más queremos, pero es algo que forma parte de la vida, por eso Dios nos dio memoria para que nunca nos olvidemos de quienes amamos. Por tanto, la vida de los muertos perdura en su amor en la memoria de los vivos. 

Mamá, papá: Nos separó la muerte, pero el amor nos mantiene unidos...


Fotografía: darksouls1 

 

 

 

 

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