Las personas con las que sincerarnos son un soporte
emocional muy necesario en nuestra vida. Son figuras soporte que alivian
tensiones y que nos escuchan. Las personas con las que sincerarnos apenas caben
en los dedos de una mano. Cuesta encontrarlas, pero cuando damos con ellas la
vida pesa menos, los problemas se vuelven livianos porque compartimos
complicidades, miedos, ansiedades y también felicidades.
Todos tenemos luces y sombras, dudas y aciertos y tener
personas de confianza con las que sincerarnos es poder aliviar cargas. De
hecho, nos basta con una sola: ese alguien con quien compartir miedos,
descargar tensiones, desvelar errores, desgranar sueños y deseos… Son figuras
hechas de confianza firme y alianza auténtica que siempre están ahí, ellas con
quienes no tememos mostrar nuestras transparencias y oscuridades, explica la
psicóloga Valeria Sabater.
A todos nos suena esa sensación. Porque si hay algo que todos
sabemos es que, desde un punto de vista psicológico, pocas dimensiones son tan
relevantes en nuestro día a día como la confianza. Es casi como ese pegamento
social con el que hallar seguridad, con el que construir vínculos sociales y
afectivos sólidos.
Es ahí donde nos sentimos validados, aceptados y respetados. Gracias a esta dimensión se reduce la incertidumbre para dar forma a interacciones donde la confianza es plena, donde no tienen cabida los miedos ni la sombra del temor a ser traicionados. Ahora bien, por llamativo hay un matiz interesante en este tema que merece tenerse en cuenta, ya que, no todas las personas que son de nuestra confianza nos sirven como confidentes. Podemos confiar en nuestra hermana e incluso en nuestra pareja. Sin embargo, cuando necesitamos sincerarnos sobre algún aspecto en concreto, buscamos siempre a esa persona mitad refugio, mitad espejo que conoce ya lo peor y lo mejor de nosotros mismos…
«A veces, lo más prudente es ser uno mismo su propio
confidente». Stendhal.
Personas con las que sincerarnos, nuestros selectos
confidentes. Decía Aldous Huxley con gran acierto que, después del mejor amigo el mejor confidente es un completo desconocido. Este dato puede parecernos
contradictorio, pero encierra una gran realidad.
Por tanto, esas personas con las que sincerarnos no siempre forman parte
(por término medio) de nuestro círculo más cercano. Es decir, no es común que
busquemos a nuestros familiares o parejas para hablar de esas cosas que más nos
inquietan y preocupan.
Aunque parezca llamativo; las personas que amamos no son siempre con quienes nos sinceramos. Este dato es un hecho descubierto recientemente. Hasta
no hace mucho la comunidad científica apenas se había fijado en esta hipótesis
porque, se daba por sentado que todos buscamos a nuestros seres queridos a la
hora de compartir ciertos hechos más profundos o delicados.
Así, en un estudio llevado a cabo por el doctor Mario Luis
Small, sociólogo y profesor de la Universidad de Harvard, se demostró justo lo
contrario. En este trabajo se preguntó a una amplia muestra de población
quiénes eran las personas que más amaban. Más tarde, se les hizo una nueva
pregunta: cuando usted necesita hablar sobre problemas personales, de amor, de
dinero o de otros hechos más íntimos ¿en quién confía?
La respuesta no pudo ser más llamativa. Más de la mitad de la
muestra no buscaba a sus seres más queridos. En realidad, preferían hacerlo con
ese amigo que siempre actuaba de confidente. Alguien alejado del círculo más
íntimo, más familiar. Alguien que no te juzga, alguien que respeta tus luces y
tus sombras, alguien que también se confía en ti.
El trabajo del doctor Small no niega que casi el 40% de la
muestra, sí tenía a su pareja como al mejor confidente. Sin embargo, la mayoría
de nosotros buscamos personas con las que sincerarnos más allá de casa, más
allá del tejido afectivo. Y que sea así no es ni negativo ni mucho menos
sancionable. Preferimos a figuras alejadas del entorno familiar para no
sentirnos juzgados. Para sentir presión o el miedo a qué dirán o pensarán de
nosotros. Preferimos a esas «personas refugio» con las que compartir
confidencias junto a un café. Ahí donde poder revelar ciertas vivencias y
pensamientos, que quizá, causarían contradicción a nuestras parejas o
familiares. Queremos a alguien que reconozca nuestras luces, pero también, que
aprecie nuestras oscuridades. Personas con las que sincerarnos, figuras que
saben escuchar y que no tienen la obligación de resolvernos nada.
Este es otro matiz relevante: las personas con las que
sincerarnos no están obligadas a nada. Así, cuando acudimos a esa amiga, a ese
compañero de vida, de trabajo o de infancia para explicarles algo que tenemos
en mente, no esperamos que nos resuelvan ningún problema. No queremos
soluciones, aceptamos consejos, pero, en realidad, solo necesitamos ese soporte
emocional donde ser escuchados y aceptados.
Necesitamos confianza para confiar, y eso, como decimos, no siempre ocurre con nuestros familiares o
parejas. Las personas que están más vinculadas a nosotros harían todo lo
posible por buscar una solución. Pero, muchas veces lo único que necesitamos son
nuevas perspectivas y ese refugio de calma donde nadie emita juicios, ni se
busquen culpas o responsabilidades.
Hablar, desahogar, compartir silencios, razonar de manera
sosegada y, hasta reírnos de nuestras propias fatalidades actúa como resorte balsámico con el que reiniciarnos por dentro y por fuera. Por
tanto, no dudemos en acudir a esos preciados confidentes cuando lo necesitemos.
Por llamativo que nos parezca, a veces es sano permitirnos estar
tristes con las personas adecuadas y eso revierte mucho más en nuestro
bienestar que estar felices con las personas inadecuadas.
Para confiar en alguien debe ser de tu confianza. A veces, es
mejor confiar en tu instinto, aunque no
puedas darle la razón, y es que después del amigo íntimo, el perfecto
desconocido es el confidente ideal…
Fotografía: Internet
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