Hay momentos en la vida que las personas tendemos a experimentar la sensación de tener deudas emocionales, tanto con personas vivas como con personas que
ya no están. Y saldar nuestras deudas con aquellos que ya no
viven es, cuanto menos, complicado. En vida podíamos sentirnos en deuda, pero
había un después donde se presentara una oportunidad. Ahora no.
Las deudas emocionales con los que ya no están tienen que ver
con la sensación de haber causado un daño que ya no podemos reparar. Cuando un ser
querido nos deja, la memoria se pone en marcha y las secuencias actúan como
jueces que nos pide cuenta y la conciencia se sensibiliza y el arrepentimiento
se activa y sientes que no puedes reparar esos momentos donde fallaste, y el
pesar te pesa y la culpa arde como una brasa que no te deja vivir en paz.
Vive cada momento, aprovecha ahora que estás aquí, porque
todo pasa y el tiempo no se detiene ni para decir adiós…
"La muerte de alguien amado con frecuencia nos deja la
sensación de deuda con esa persona; una sensación que, por otro lado, lejos de
ser patológica, es en muchos casos una prueba de nuestro buen funcionamiento
mental. Sin embargo, hay ocasiones en las que esas supuestas deudas emocionales
se convierten en un verdadero lastre, que no nos deja ni superar el duelo ni
mucho menos avanzar", dice Edith Sánchez en lamenteesmaravillosa.
Las deudas emocionales con los que ya no están pueden llegar
a atormentarnos mucho. Cuando hemos faltado al respeto y hemos pasado de tener en cuenta la corresponsabilidad y deberes para con ese familiar, y si no hemos actuado correctamente hay base suficiente para vivir apesadumbrados por esas malas acciones; pero también puede darse el caso que sin haber motivos, tengamos la sensación de no haber estado a la altura. Las relaciones humanas son
en esencia imperfectas y siempre habrá algo que falte o sobre en ellas. No
existe ninguna situación en la que no haya algún cabo suelto. Por lo mismo, deberíamos
reconciliarnos con esas deudas e imaginar que hemos podido resolver lo que
quedó pendiente. Lo que no se puede, queriendo justificar malos comportamientos con unos padres, eludir la responsabilidad del daño que se ocasionó en vida, con lo de qué, "éramos jóvenes y teníamos derecho a vivir...".
Para superar ese sentimiento de deuda hay que aceptar la
imperfección de la vida. La muerte nos sorprende a todos con problemas por
superar, metas por cumplir y experiencias sin vivir. Llega cuando llega y solo
en contadas ocasiones existe la posibilidad de despedirnos cerrando todos los
asuntos pendientes.
Lo mismo pasa con quienes sobreviven a esa persona que ya no
está. La muerte puede generarnos culpa porque estamos vivos y esa persona que
amamos ya no lo está. Es una ventaja que a veces no logramos asimilar y esta
culpa muchas veces toma la forma de un largo inventario de deudas emocionales.
Pensamos que dejamos de decir o de hacer algo que hubiésemos querido decir o hacer con esa persona. Sin embargo, rara vez conseguimos en esos momentos la distancia suficiente como para ver las cosas con perspectiva. Por otro lado, es probable que esa persona también se marchase con situaciones que hubiese querido resolver, ponerles un final o una continuación diferente.
Una de las claves para superar el duelo por la muerte de alguien
es enfocarnos más en lo positivo que hay en lo vivido. De manera espontánea
tendemos a mirar todo aquello que esa persona nos proporcionaba y que ya nunca
más recibiremos. También tendemos a pensar en todas sus virtudes y sus buenas
acciones.
Lamentablemente, no siempre hacemos eso con nosotros mismos. Y si lo hacemos, muchas veces terminamos sintiendo que teníamos más deudas emocionales de las que teníamos anotadas. Pese a todo, si nos tomamos las cosas con un poco más de tranquilidad, es probable que nos demos cuenta de que seguramente también le hicimos bien, y seguramente si no le dimos más amor, podría ser que no teníamos más para dar.
Es obvio que sintamos pena por la imposibilidad de volver a
ver o a compartir con esa persona que ya no está. Sin embargo esto no
significa que el sufrimiento sea lo único que debamos experimentar. El amor se
da en vida y ese nunca muere, y es ahí donde puede estar la causa de esa
sensación de deuda emocional, y con razón. Si le despreciaste, si le faltaste
al respeto, si no le demostraste cariño, si le vistes llorar y no te
compadeciste es lógico que la conciencia se active y te haga reconocer tu falta
de sensibilidad, y eso pesa mucho en la ausencia…
Pero si hacemos el ejercicio de imaginarnos lo que querría
para nosotros ese ser querido, seguramente no estaría satisfecho al vernos
agobiados por el dolor y sin posibilidad de experimentar otro sentimiento. ¿Se
sentiría complacido al ver que nos cuesta mucho seguir adelante sin su
presencia? Probablemente no, pero la ausencia es muy dolorosa y hay que dejar
aflorar las emociones y esperar que poco a poco asumamos la realidad y encontremos consuelo.
Aquello que debiste decir y no dijiste queda para siempre
dentro de ti, a veces puede ayudar liberarse de esa carga emocional de deuda, pedir
perdón mirando al cielo por todo lo que hicimos o dejamos de hacer. Un perdón
simbólico a través de una carta también puede ser una buena salida. Si nutrimos
la idea de que tenemos deudas emocionales que deben ser saldadas, lo mejor es
buscar la liberación mediante el diálogo interior que es la oración.
En este triste mundo nuestro, la aflicción nos llega a todos y a menudo llega con amarga agonía. No es posible el perfecto alivio, excepto
con el tiempo. No te avergüences de llorar; tienes derecho a llorar. Un corazón
herido sanará con el tiempo y cuando lo hace, la memoria y el amor de nuestros seres
queridos serán selladas en nuestro interior para confortarnos.
A veces el sepulcro encierra sin saberlo, dos corazones en un
mismo ataúd. El duelo es el estado de pérdida que sucede cuando alguien cercano
ha muerto. La muerte de alguien que amas es una de las mayores tristezas que
puede ocurrir. Los sentimientos de duelo también pueden acompañar a otras
pérdidas, como la disminución de la salud por el final de una relación
importante. La pena es una respuesta normal y las respuestas de la gente al
dolor variará según la relación de apego en vida y las circunstancias de la muerte.
Con los que se van, no son los días lo que recordamos, sino
los momentos y su ausencia se nota en nuestros corazones. El dolor deja una herida demasiado profunda como para que se vea una marca, y aunque queda fuera del
alcance de la vista, estará por siempre en el corazón de cada doliente. No hay palabras para describir lo mucho que
duele la ausencia. La historia nunca dice adiós: lo que dice siempre es un
hasta luego.
Papá... mamá: No existen las despedidas entre nosotros. Allí donde
estén, les llevaré en mi corazón…
Fotografía: Internet
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