jueves, 12 de marzo de 2020

Sobre el coronavirus


Sobre esta ‘plaga’ que nos azota circulan cientos de noticias ciertas y algunas falsas que alarman innecesariamente, porque ese es el fin, alarmar a la población. Ya bastante alarmante es la realidad como para que alguien se empeñe en sembrar más miedo. Necesitamos de sentido común para apaciguar los ánimos frente a un mal que se extiende sin control, y poner cada uno la parte de responsabilidad que nos toque para contener la propagación.

Vicente Blasco Ibáñez, relataba “En los cuatro jinetes de apocalipsis” lo siguiente: Y aparecía el primer jinete sobre un caballo blanco. En la mano llevaba un arco y en la cabeza una corona: era la Conquista, según unos; la Peste, según otros. Podían ser ambas cosas a la vez. 

Y sobre esta peste que imparable se extiende por el mundo, ha reflexionado la psicóloga italiana, Francesca Morelli, y me parece muy interesante lo que dice: 

"Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según sus propias leyes, cuando éstas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo, llenos de paradojas, dan que pensar... 

En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero, no obstante, seguimos respirando... 

En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias, con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo. Aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos convertirnos en los discriminados, aquellos a los que no se les permite cruzar la frontera, aquellos que transmiten enfermedades. Aun no teniendo ninguna culpa, aun siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance

En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin pausa, de repente se nos impone un parón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día. A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso éste no se mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar nuestro tiempo sin un fin específico? 

En una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a menudo a otras figuras e instituciones, el Coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá y mamá junto a los propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia. 

En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la socialización, se realiza en el espacio virtual, de las redes sociales, dándonos la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe de hacer a distancia, en la frialdad de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su significado? 

En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de ésta es hacer piña, hacer resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos. 

Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos por qué ha pasado esto, y empecemos a pensar en qué podemos aprender de todos ello. Todos tenemos mucho sobre lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya esté bastante en deuda y que nos lo está viniendo a explicar esta epidemia, a caro precio". F. Morelli. 

Decía, Nikolaj Vasiljevič Gogo: El pánico es más contagioso que la peste y se comunica en un instante. 

Eso es verdad, pero a veces no podemos controlar la inquietud frente al panorama que nos rodea, y la ansiedad nos entrega al miedo y este nos arrastra hacia el pánico...
Que Dios ponga su mano sobre esta humanidad prepotente que va caminando hacia la deshumanización, y es ahí donde se encuentran todos los males...

Fotografía: Internet

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