miércoles, 12 de febrero de 2020

Hay amores que dañan


¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? Hay un tipo de frío que traspasa la piel y se adhiere a los sentidos, a lo más profundo de nuestro ser. Es la gélidez hiriente de quien no nos tiene en cuenta, de quien nos descuida, de quien tiene de pronto una mala palabra o hace algo inesperado y doloroso. ¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? Esta pregunta, por sorprendente que parezca, nos la hacemos varias veces a lo largo de nuestra vida.

Decía el poeta británico, George Granville, que no hay dolor más devastador que el que produce el amor y, en cierto modo, nada puede ser más cierto. Porque las personas invertimos una gran cantidad de energía emocional en esos vínculos. Necesitamos de ese soporte cotidiano, porque el afecto da raíces, el cariño crea vínculos y edifica el tejido de la confianza, el cual, nos permite sentirnos seguros y validados en nuestras relaciones. Esto lo explica la psicóloga, Valeria Sabater.

Así, el hecho de que este universo de emociones y afectos se quiebre duele tanto o más que una herida física. ¿Es que quizá esperamos demasiado de las personas que nos rodean y que conforman nuestro círculo más íntimo? Esto es lo que podría decir más de uno, que pecamos de inocentes. Sin embargo, hay un aspecto crucial que debemos comprender. 

Todo vínculo social y afectivo es producto de un pacto no escrito por el que uno espera no ser dañado. Tal principio se aplica a las relaciones familiares, entre padres e hijos, entre hermanos. También se espera que nuestra pareja no nos traicione y no lleve a cabo ninguna conducta capaz de generarnos dolor. Lo mismo ocurre con esas personas que consideramos compañeros de vida, amigos del alma. 

Profundicemos en este tema. Manuel Hernández Pacheco, psicólogo y biólogo por la Universidad de Málaga, escribió en el 2019 un libro titulado ¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? En él abordaba el tema desde un punto de vista neurológico, centrándose en el concepto del apego y poniendo especial atención en la población adolescente. 

Las personas, como seres sociales, necesitamos al fin y al cabo de vínculos significativos y de esas figuras de apego saludables para sentirnos bien, para reducir el estrés y sentirnos parte de un grupo. Todo ello es determinante en una etapa muy concreta de nuestro ciclo vital: la infancia y la adolescencia. 

De este modo, el niño que se percibe rechazado y que se pregunta por qué la gente a la que quiere le hace daño experimentará ese dolor psicológico tan lesivo capaz de originar un trauma. Es más, el doctor Pacheco trata de responder a por qué las personas, aun formando parte de relaciones dolorosas, son incapaces de salir de ese círculo tan devastador para la autoestima. 

Todas estas realidades no son conocidas. Sin embargo, más allá del efecto de ese dolor, del ser heridos por quien apreciamos, ya sean nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros padres, nuestras parejas o amigos, está el ¿por qué? 

Los que piensan que, en el amor, todo vale. Hay personas así, de las que piensan que en materia de afecto todo vale, que no hay límites ni consecuencias. Son esas figuras que dan por sentado que hagan lo que hagan siempre serán perdonadas, de las que piensan que el simple hecho de ser familia o pareja justifica casi cualquier cosa. 

Así, un ejemplo de ello sería ese amigo que comparte nuestras confidencias con otros pensando que no nos enfadaremos. También, esa pareja que toma decisiones a la ligera y sin tenernos en cuenta. Lo hacen porque dan por sentado que decidan lo que decidan, lo aprobaremos, que asentiremos con los ojos cerrados. Se olvidan de que el amor sí tiene condiciones, que el afecto merece respeto y una atención cotidiana. 

¿Por qué la gente a la que quiero me hace daño? Porque no se dan cuenta de tu dolor ni conocen tus límites. Ante la pregunta de «¿por qué la gente a la que quiero me hace daño?» debemos plantearnos a su vez otra cuestión: esas personas, ¿son conscientes de que nos han causado sufrimiento? Esa no es una cuestión trivial. Hay figuras cercanas que hacen y dicen cosas sin tener en cuenta su efecto en los demás y eso, sin duda, es un gran problema. 

Un ejemplo de ello es la madre o el padre que siempre destaca los logros de un hijo dejando de lado a otro. Lo hacen de manera inconsciente sin tener en cuenta el efecto que eso genera. 

Por otro lado, hay un aspecto determinante. Si nosotros mismos no ponemos límites o advertimos de lo que no podemos tolerar o de lo que nos causa dolor, es muy posible que los demás los sorteen de forma continuada sin saber qué están haciéndonos daño. 

¿Y si el problema es mío? Cuando esperar demasiado de los demás actúa en nuestra contra. Tal y como hemos señalado, en todo vínculo social hay un pacto implícito que nos dice aquello de que nadie debe herir al otro. Esto, es además un principio de convivencia y de respeto. 

Ahora bien, si cada dos por tres me pregunto por qué la gente a la que quiero me hace daño, y siempre me siento herido, tal vez el problema lo tenga yo. Las relaciones basadas en la codependencia, por ejemplo, nos sumen en ese círculo en el que el dolor y la necesidad van de la mano. Uno mismo es consciente de que esa relación genera sufrimiento; sin embargo, somos adictos a esa persona y tenemos la necesidad de permanecer a su lado. 

Otra causa para que nos sintamos casi siempre dolidos en nuestras relaciones es la baja autoestima. Necesitamos mucho, ansiamos recibir de los demás la atención, el amor y la validación que nosotros mismos no nos damos. Y eso, es una fuente inagotable de dolor, porque nunca nos vemos saciados, nunca es suficiente. 

Para concluir, si en estos momentos me sigo preguntando por qué la gente a la que quiero me hace daño, tal vez necesite valorar diferentes posibilidades. La primera es si esas relaciones merecen la pena. La segunda, es atender mi autoestima y autoconcepto. Nunca nos conformemos con un amor que duele, no descuidemos tampoco el afecto que nos damos a nosotros mismos. 

El amor es como la verdad, a veces prevalece, a veces duele. Víctor M. García. 

Cuando un amor termina, nos defraudan o nos decepcionan, surgen la tristeza y las reflexiones más profundas de la mente humana. Cuando nos traicionan, vivimos un desamor que creíamos con futuro, nos hacen daño en el alma, o si la soledad nos abruma, el sufrimiento y la angustia se hacen dueños de nuestra personalidad, nos cambian, nos hacen madurar. Es entonces cuando la tristeza detiene nuestro tiempo para que pensemos en una persona, para recordar a un ser querido fallecido... o simplemente para llorar. Hay muchas etapas de la vida en las que estamos tristes. 

El peor dolor no es el que mata, sino el que te quita las ganas de vivir. Hay quien se toma el dolor como el mayor enemigo de la alegría. Yo prefiero tomármelo como un maestro para aprender de mis debilidades. 

Fotografía: pexels-photo

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