Un mercader tenía dos hijos. El mayor era el favorito del padre, al que le quería dejar toda su fortuna. La madre apenada por el hijo menor pidió a su marido que no informara a sus hijos antes de tiempo del diferente trato que recibirían: quería compensar de algún modo al hijo menor.
Un día la madre estaba llorando y un peregrino se acercó y le preguntó el porqué de sus lágrimas. Ella dijo:
—Mis hijos son iguales para mí, pero su padre quiere dejarle todo a uno y nada al otro. Le he pedido que no anuncie su decisión hasta que se me ocurra algún modo de ayudar al menor. Pero no tengo dinero propio y no sé cómo mitigar mi dolor.
El peregrino dijo:
—Comunica a tus hijos que el mayor se quedará con toda la fortuna y verás que un día no habrá diferencia entre ellos.
Así, el hijo menor cuando se enteró de que no tendría nada, se fue a tierras extrañas y se entregó al estudio de diversos oficios y ciencias; el mayor, por su parte, siguió viviendo con su padre y no aprendió nada porque sabía que era rico. Cuando el padre murió el mayor no era capaz de hacer nada y dilapidó su fortuna, mientras que el menor acabó haciéndose rico.
Este historia nos enseña que todo esfuerzo tiene su recompensa y que las cosas se aprecian mucho más cuando sabemos lo que cuesta conseguirlas.
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