Hablar de modernidad es hablar de romper con viejas costumbres, con ideologías o tradiciones. La Modernidad lleva aparejo romper con lo establecido para avanzar hacia el progreso, haciendo valer las libertades individuales sobre lo impuesto por cultura o religión. El movimiento propone que cada ciudadano tenga sus metas según su propia voluntad, eso es, saltarse lo tradicional cuando apetece y porque apetece, para no sentirte encorsetada con una conciencia justiciera, porque el lema es: «Soy libre y hago lo que me venga en gana, y nadie tiene derecho a juzgarme ni meterse en mi vida».
Por eso, en nombre de la libertad, la sociedad moderna va avanzando hacía el libertinaje, y el actuar como apetece nos es tan beneficioso, porque cuando no hay límites corres el riesgo de precipitarte al vacío. Por supuesto que la libertad es un derecho, pero todo tiene sus pros y sus contras. Hay que ser libres pero responsables. La libertad tiene límites y los límites te los impone el raciocinio consciente.
La Modernidad es un periodo que principalmente antepone la razón sobre la religión, pero cuando durante siglos la religión conforma a la sociedad como pilar de construcción y convivencia, se hace difícil dinamitar las raíces de un día para otro. Hoy se nos exige como prueba de modernidad y progreso, romper con las tradiciones y renunciar a lo religioso, sin embargo, en gran parte de la sociedad quedan rescoldos que se avivan en función de una necesidad puntual. Basta que truene, para acordarnos de Santa Bárbara. Los cristianos creemos en la comunión de los santos, y acudimos a ellos en busca de protección y ayuda como intercesores entre Dios y los hombres, pero no cuando nos conviene, la oración debe ser hilo de unión constante. Hoy los seudo-creyentes pretenden acomodar su fe a su medida y a sus intereses, y solo en momentos de angustia claman al cielo buscando consuelo y exigiendo cumplimiento. El amor se alimenta de amor, doy y me dan recíprocamente.
La llamada, modernidad, está cargada de ruidos y trae aparejo un ritmo frenético que no deja tiempo para vivir. La vida se nos escapa sin darnos cuenta y no deja espacio al sosiego necesario para los temas de adentro. Los adentros no se llenan con cosas, las cosas una vez se obtienen producen vacío. Lo que realmente llena son los tesoros que alberga el interior. Posees un tesoro pero no tienes tiempo de encontrarlo, porque falta tiempo y paciencia para buscar espacios de silencio. El silencio da miedo, miedo a descubrir las debilidades personales, por eso se rodean de ruidos para distraer la conciencia.
Siempre nos quedan los santos para que intercedan por esta sociedad moderna, libre, pero sin frenos. Los santos nos sirven como modelos a imitar en la vivencia de virtudes, son puntos de referencia para todos los cristianos, aunque todos fuimos creados por Dios para ser santos. ¿Es importante rezar a los santos? ¿Por qué son santos?
Dios quiere que todos se salven (1Tm 2,4), pero para salvarse es necesario seguir a Cristo, y para seguir a Cristo tenemos que amar, y el que ama cumple todos los mandamientos. Pero, como nos sabemos débiles acudimos a los Santos como intercesores entre Dios y nosotros, porque ello fueron hombres. Estos seres de luz están para acercarnos a la verdad de Dios y para guiarnos en nuestra experiencia terrenal por el camino de la espiritualidad, por eso tenemos que agradecerle a los Santos su ayuda.
Bienaventurados los santos… Santos que no nacieron santos; muchos iban camino a la perdición llevando una vida poco ejemplar, pero hubo un momento de reflexión y viéndose descarriados recondujeron su vida y se convirtieron al evangelio. Santos que dedicaron su vida a mejorar la vida de los demás. Santos que repartieron amor a todos sus semejantes. Santo es todo aquel que muere en gracia de Dios. Aquel que tuvo una vida ejemplar tiene garantizado el cielo, pero el que hizo sufrir a sus semejantes y al final de su vida se arrepiente y pide perdón, también se salva.
Los altares están llenos de santos y hoy quiero recodar a los santos que más se acude en pro de ayuda y protección. Santos benefactores, abogados para cada situación:
San Jorge bendice nuestra casa.
Santa Bárbara nos protege de las tormentas.
San Cristóbal nos protege en la carretera.
San Francisco protege a caminantes y emigrantes.
Santa Sara ayuda a quienes deseen un embarazo.
San Isidro ayuda al labrador en sus cosechas.
Santa Elena nos ayuda si estamos depresivos.
San Cipriano nos ayuda si estamos rodeados de algo negativo.
San Valentín nos ayuda en temas de enamorados.
San Antón cuida de nuestros animales.
San Basilio abogado en temas legales.
San Antonio de Padua nos encontrará algo que hayamos perdido.
San Nicolás nos ayudará en los exámenes.
San Pancracio abogado en temas laborales.
San Expedito abogado en temas de dinero.
Santa Águeda protectora de las mujeres.
Santa Ana protectora de las embarazadas.
San Augusto ayuda en las enfermedades de los huesos.
San Gerardo abogado de partos felices.
San Cosme y Damián abogado de médicos y farmacéuticos
Santa Cristina nos protege de las malas lenguas.
San Dionisio nos protege de los dolores de cabeza.
San Donato protector de las causas perdidas.
San Doroteo nos protege de dolores de vientre.
San Francisco Javier abogado del turismo.
Santa Genoveva abogada contra el hambre.
Santa Isabel ayuda a encontrar marido.
San Jaime abogado del reuma.
Santa Cita abogada de las empleadas del hogar.
San José abogado de la buena muerte.
San Judas Tadeo abogado de los casos difíciles.
San Telmo abogado de los Navegantes.
Santa Rita abogada de los casos difíciles e imposibles.
San Lázaro abogado de los pobres.
Santa Lucía abogada de la vista.
San Roque abogado contra la peste y las epidemias.
San Martín de Porres abogado de los enfermos incurables.
Santa María Magdalena abogada de las mujeres perdidas.
Santa Rosa abogada de las enfermeras.
¡Todos podemos ser santos! La santidad es un don, es el don que nos hace el Señor Jesús, cuando nos toma consigo y nos reviste de sí mismo, nos hace como Él. En la Carta a los Efesios, el apóstol Pablo afirma que «Cristo ha amado a la Iglesia y se ha dado a sí mismo por ella, para hacerla santa». La santidad, «es el rostro más bello de la Iglesia: es redescubrirse en comunión con Dios, en la plenitud de su vida y de su amor. Se entiende, entonces, que la santidad no es una prerrogativa solo de algunos: la santidad es un don que se ofrece a todos, nadie está excluido, por eso constituye el carácter distintivo de todo cristiano». Aquel que tiene capacidad de amar, es santo.
¿Cómo buscar la santidad? Pues, amando, porque en el amor está implícita la santidad. El testimonio cristiano está en el amor; Amar a Dios y amar al prójimo, no hay más mandamiento. Empieza por amarte a ti, pero ama lo que eres. Dios te creó para ser quién eres, así que no debes despreciar tu existencia. En todo caso, necesitas amarte a ti mismo del mismo modo que Dios te ama antes que puedas acercarte al nivel de la santidad de Dios. Aunque no podamos alcanzar la santidad de Dios, si podemos imitarla, porque sólo Dios es perfecto; perfecto en amor, perfecto en misericordia, perfecto en justicia, perfecto en perdonar en comprender en aceptar.
Pero recuerda, no hay santidad sin oración.
El amor se demuestra amando, y quien ama practica la caridad; no miente ni levanta falsos testimonios; no envidia a nadie por ser o por tener; no desea mal a nadie… El que no tiene paz interior, no ama porque no puede amar. «El amor consiste en sentir que el Ser sagrado late dentro del Ser querido». Platón.
Dijo el Papa Francisco que: «La felicidad que cada uno desea, puede tener muchos rostros, pero solo puede alcanzarse si somos capaces de amar. Este es el camino». Y San Agustín, decía: «Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama». Y, «La medida del amor, es amar sin medida».
Fotografía: Juan Botero, cc.
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