Que no te quieran cuando eres un niño puede ser uno de los golpes más difíciles de sobrellevar en la vida. Estos eran dos hermanos, Marcos, el mayor, observaba como su madre abrazaba y mimaba a su hermano Santiago y para él sólo tenía reproches y palizas, sin motivos. Cansado del desprecio de su madre, en cuanto tuvo la oportunidad se fue de la casa para no regresar jamás. También estaba enojado con su hermano Santiago, porque no hacía nada para que la situación cambiara, más bien parecía estar conforme con el trato tan desigual. Y, cuando se marchó, se fue muy lejos para no volver a ver a su familia.
Lejos del ambiente familiar, poco a poco fue encontrando el equilibrio de sus emociones y se fue acomodando a su nueva situación. Las cosas le iban saliendo bien; disfrutaba de un buen trabajo; había conseguido un grupo de amigos en el que se sentía cómodo y tenía el perfecto control de su vida. Pasaban los años, pero un día, al conocer a Iván se despertaron los fantasmas familiares. Iván era un chico que cargaba con una historia familiar similar a la suya, pero a la inversa. Iván era el menor de los hermanos, el mimado y su hermano mayor era maltratado. Pero él, a pesar de recibir el mejor trato, no se sentía cómodo viendo a su hermano menospreciado y decidió marcharse de su casa. Con los ojos llenos de lágrimas, Iván le explicó a Marcos que verse mimado tampoco era algo fácil de superar.
La historia de Iván hizo que Marcos recapacitara y fuera en busca de su hermano menor. Lo encontró completamente perdido en la vida: sin amigos, sin horizontes y viviendo en una soledad apabullante. Al ver Santiago a Marcos le dijo que ya era tarde para toda reconciliación, que habían pasado muchas cosas y que él no había querido estar a su lado. Marcos intentó explicarle que para él tampoco había sido fácil, pero luchaba por sobrevivir. Santiago abandonándose a su suerte, no quería saber nada y rechazó la mano tendida de su hermano.
Marcos volvió a su vida, pero un peso muy hondo se instaló en el fondo de su alma. Una tarde mientras conversaba con Iván, le contó lo mal que se sentía por la pena que le embargaba al recordar la triste situación de su hermano, y la impotencia por no poder hacer nada por él, porque ya no le quiere en su vida.
—No, Marcos, no debes sentirte culpable. Tú te fuiste de tu casa para salvarte. Que Santiago no haya sabido hacer lo propio por él no es tu culpa. Todas las vidas pueden ser difíciles; que no te quieran o que te quieran en exceso, son las dos peores formas en las que pueden actuar los padres y las que menos olvidas. Sin embargo, la mejor forma de luchar contra ese pasado desastroso es ponerse a salvo, eso es lo que tú y yo hemos hecho. Nuestra única responsabilidad somos nosotros mismos.
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