En una gran mansión vivía una familia que tenía un gato que merodeaba por todos los rincones y tenía a raya a cuantos ratones se atrevían a salir de sus escondites. Como estaba bien alimentado, le encantaba atrapar con sus garras a los roedores para jugar y entretenerse un rato. A pesar de ello, los ratoncillos tenían tanto miedo que dejaron de salir a por comida y empezaron a padecer hambre. Como la situación era cada día peor, los ratones se reunieron para tomar una decisión. Tras larga deliberación, ya estaban a punto de tirar la toalla cuando uno de los allí presentes levantó la mano y pidió la palabra, y dijo:
—Creo tener la solución. La única manera de saber cuándo podemos abandonar la ratonera tranquilos es sabiendo dónde está el gato en cada momento. Propongo ponerle un cascabel para tenerlo localizado.
Los ratones aplaudieron con entusiasmo la propuesta, porque les pareció la mejor idea del mundo. Pero pronto intervino el ratón más viejo del grupo que, haciéndoles sentar, apuntó:
—Veo que todos estáis de acuerdo pero, ¿quién le pondrá el cascabel al gato?
La moraleja de esta historia es clara: hablar y opinar es fácil, hay que ponerse en la piel del otro para entender que una cosa es aconsejar y otra bien distinta es llevarla a cabo.
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