A la mar me fui a llorar
las penas que me ahogaban.
Las lágrimas se perdieron,
pero la pena aumentaba.
Mi mar al verme sufrir
también se contagiaba
y para consolarme,
sus aguas me acariciaban.
Unidas por nuestra pena,
por momentos se endulzaba.
Y sentí un calor ardiente,
mi corazón abrasaba.
Ya se secaron las lágrimas.
No tengo porque llorar.
Cuando tenga alguna pena,
se las contaré a la mar.
Son de sabor salado
las lágrimas y la mar.
El llanto arrastra pena
y los ríos arrastran sal.
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