viernes, 10 de noviembre de 2017

La mirada habla

Una mirada.


¿Por qué a veces sientes que alguien te está mirando? Psicológicamente esa sensación tiene una explicación. Seguro que alguna vez has tenido la impresión de estar siendo observado. Pues, eso tiene que ver con la naturaleza egocéntrica del ser humano y con unas necesidades que con el paso del tiempo van quedando atrás. Sobre el peso de la mirada, esa inquietud de sentirte observado, lo explicaba en elconfidencial el psicólogo, Miguel Sola…

Por ejemplo: vuelves solo a casa. En un autobús o un vagón de metro casi vacío, andas absorto en tus pensamientos, libro o móvil, para que pase el tiempo durante tu viaje. Después de cada parada, el traqueteo cesa, oyes las puertas abrirse y cerrarse, y la máquina continúa su camino. Después de unos minutos, una sensación extraña comienza a propagarse en el ambiente. Tu cuerpo se tensa. No puedes explicar cómo lo sabes, pero algo te dice que te están observando. Levantas la mirada y te encuentras con los ojos de otra persona fijos en ti. Por instinto, la retiras. Te sientes demasiado incómodo como para comprobar si el desconocido sigue observando. De nuevo, esa percepción, al igual que si se tratase de un tercer ojo, te insinúa que nada ha cambiado, como si te estuviesen estudiando de arriba a abajo.

Si tienes esa sensación de ser observado, lo más probable es que tu cerebro haya captado señales que se le escapan a tu campo de visión más directo. La mayoría de nosotros hemos tenido la impresión de estar siendo observados en algún momento de nuestras vidas, ya sea una mirada no deseada, como la de un desconocido en el autobús, o una anhelada, como la de la persona que te gusta en una fiesta. Si es tu caso sabrás que las sensaciones que acompañan este fenómeno tienen algo de paranormal, como si, incluso sin mirar, pudieses notar físicamente los ojos de los demás en ti. En efecto, hay una explicación científica que, por fortuna o por desgracia, poco o nada tiene que ver con el sexto sentido, sino más bien, con nuestra naturaleza egocéntrica y unas necesidades que hace mucho que el ser humano ya dejó atrás.

La sensación de ser mirado. Una de las primeras personas que estudió esta percepción inquietante, llamada el efecto de la mirada en la nuca o escopaestesia, fue el psicólogo Edward Titchener. El británico, que luego adoptó la nacionalidad estadounidense, escribió un artículo titulado ‘La sensación de ser mirado’, que fue publicado por la revista Science en 1898, hace exactamente 119 años. La razón principal de este fenómeno, sugiere el psicólogo, es que «todos estamos más o menos nerviosos sobre lo que acontece a nuestras espaldas». De alguna manera, fue el primero en señalar que esta sensación no proviene de la observación misma ni de habilidades como la telequinesis, sino de nuestra creencia, de nosotros mismos. Habrá casos en los que sí sea verdad y pueden ser peligrosos.

Aunque ahora sus hallazgos parezcan de sentido común, el artículo de Titchener proporcionó una base fundamental para la descripción moderna de fenómenos como el error de atribución (la falsa creencia de que somos el blanco de las acciones de otros), el efecto ‘spotlight’ (tendencia a sobrestimar la medida en la que el resto nota nuestro comportamiento o apariencia), la cognición paranóica o el egocentrismo. Tus ojos ven más de lo que imaginas. Puede que no lo sepas, pero nuestro cuerpo detecta cosas mucho más allá de nuestra mirada consciente. Esto explica por qué hay ciegos que, aunque no puedan ver en el sentido tradicional, su cerebro sí recibe información a través de los ojos. En concreto, un estudio de 2013 descubrió que, aunque el sujeto invidente no tuviera consciencia de lo que tenía enfrente, la actividad de su amígdala (la parte del cerebro que permite detectar y responder a las amenazas) se intensificaba cuando le mostraban imágenes con rostros que parecían mirarlo fijamente.

Cuando no estamos seguros de si nos observan o no, a menudo asumimos erróneamente que somos el centro de todas las miradas. Nuestros cerebros trabajan mucho más de lo que nos damos cuenta, por lo que, si estás caminando y tienes esa extraña sensación de ser observado, lo más probable es que hayas captado señales que se le escapan a tu campo de visión más directo. En efecto, gastamos una cantidad desmesurada de energía preguntándonos si la gente nos está mirando, tanta que existe una teoría que explica que tenemos toda una red neurológica dedicada a esta actividad. De hecho, la investigadora de Oxford Harriet Dempsey-Jones explica en ‘The Conversation’ que «no solo nuestros cerebros están especializados en llamar la atención y revelar la dirección de las miradas, sino también los ojos».

La parte más expresiva del rostro. Al respecto, asegura que los ojos humanos son distintos que los de cualquier otra especie gracias a su capacidad comunicativa y, en concreto, al área blanca alrededor de nuestras pupilas e iris, conocida como la esclerótica. En una especie cuyo principal punto fuerte es la comunicación entre iguales, la mirada ha evolucionado a una herramienta poderosa para indicar interés, peligro, lujuria e incluso emociones más complejas como el amor. A veces nos equivocamos. Por muy poderosa que sea la mirada, no quiere decir que siempre lo hagamos bien. Un estudio publicado en la revista ‘Current Biology’ concluyó que cuando no estamos seguros de en qué dirección se dirige la mirada de una persona —como cuando los ojos del que tenemos enfrente se esconden detrás de las gafas de sol— a menudo asumimos erróneamente que somos el centro al que se dirigen todas las miradas.

Lo que, de alguna manera, significa que el sentimiento de ser visto puede convertirse en una profecía autocumplida. Cuando piensas que alguien te está observando a tus espaldas y te das la vuelta, el movimiento puede hacer que esa persona realmente mire hacia ti. También es posible que tu subconsciente notase que la persona te miraba antes de dar la espalda y que tu memoria te alertase sobre el hecho minutos después. Los seres humanos somos egoístas, pensamos que todo gira alrededor de nosotros, pero ahora que ya no tenemos que hacer frente a amenazas violentas como nuestros antepasados, dicen los investigadores, «que somos más susceptibles, porque esa sensibilidad puede ser una herramienta de superviviencia». Una mirada directa puede significar dominación o amenaza, algo que no quieres ignorar. En este sentido, Colin Clifford, científico cognitivo de la Universidad de Nueva Gales del Sur, explica que «asumir que la otra persona te está mirando simplemente puede ser la estrategia más segura». Claro, porque la mirada te anticipa intenciones…

Dijo Sara Duque: «A veces las palabras más claras salen de la mirada más profunda». Mirar fijamente puede querer significar desde una intención por acercarse y comunicarse con nosotros hasta una amenaza para nuestro propio bienestar. Por la mirada se puede descubrir el carácter de las personas; esa mirada huidiza, que no te mira de frente, puede esconder a un tímido o a un ser que oculta otro ser, con una personalidad tenebrosa que solo se dejar ver en la intimidad para avasallar y dominar. Son como alimañas que necesitan de otra vida para sentirse alguien, sometiendo y oprimiendo. Por desgracia, de eso te das cuenta cuando ya estás en sus redes. Sea como fuere, cuando las miradas se dirigen a nosotros, somos propensos a pensar lo peor. Pero debemos recordar, que en muchos casos, no importa lo que de verdad sea, sino lo que tu mente crea.

Por suerte hay miradas que se posan sobre ti y sientes su calor y sus caricias. Verdaderamente: «Hay miradas que hablan por las bocas cerradas». Cuando la comunicación se ve alterada la mirada sigue comunicando emociones, pero la mejor comunicación va siempre acompañada del buen tono de la palabra.
La mirada tiene el poder de las palabras, y cuando la raíz de la mirada está en el corazón, la mirada besa todos los rincones del alma.

Fotografía: Alan, cc.

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