Estaba a punto de caer el sol y la caravana se preparó para pasar la noche en el desierto. El muchacho encargado de los camellos se acercó al guía y le dijo:
—Señor, tenemos un problema; hay en total 20 camellos, pero sólo tengo 19 cuerdas. ¿Cómo podemos solucionarlo?
El guía quiso tranquilizar al joven diciéndole:
—No te preocupes, los camellos no son muy listos. Acércate al que ha quedado suelto y haz como si lo atases. Verás que se quedará quieto, como si en realidad le hubieses puesto una cuerda alrededor del cuello y de las patas.
Siguió su consejo y a la mañana siguiente, cuando la caravana volvió a ponerse en marcha, todos los camellos comenzaron a avanzar en fila. Todos, menos uno.
—Señor, hay uno de los animales que no quiere caminar esta mañana —le dijo el joven encargado de la manada al guía.
—¿Es por casualidad el que se quedó sin soga? —le respondió.
—Sí. ¿Cómo lo sabe? —continuó extrañado el jovenzuelo.
—Ve y haz como que lo desatas, porque si no creerá que aún está atado y por eso no quiere caminar —le explicó el guía.
Lo mismo le pasa a mucha gente, que son camellos atados sin cuerda, porque los límites no los impone la realidad sino nuestras propias creencias y limitaciones.
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