Se conoce como agravio a la palabra o acción que hiere, ofende o desprecia a alguien. El agravio puede ser verbal, cuando se usa las palabras para menoscabar la dignidad con mentiras y falsos testimonios, o físico cuando se atenta contra la integridad física de la persona a través de agresiones o actos irrespetuosos. Cuando se comete un agravio se afecta o hiere la dignidad, por tanto, el agravio es la ofensa a la fama y al honor de una persona.
Las envidas, rencillas y venganzas hacen saltar las buenas relaciones. Todas las personas podemos sentirnos agraviadas en algún momento o circunstancias de la vida personal o profesional, pero si se cuenta con recursos psicológicos y apoyo familiar y social, para hacer frente al malestar experimentado, poco afectaría al equilibrio emocional. Pero hay ciertas afrentas que, por sus características peculiares de gravedad, duración o frecuencia o por la vulnerabilidad psicológica de las personas que las sufren, generan un profundo daño y una profunda humillación... Esto lo explica en su artículo Enrique Echeburúa, catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad de Vascongada.
"En todos los casos de agravios con la intención de desprestigiar, humillar, arrinconar, afectan mucho emocionalmente y se puede experimentar una
vivencia repentina de desvalimiento y una desconfianza radical hacia los demás,
así como una interferencia negativa en la vida cotidiana, que les lleva a
mostrar una capacidad mermada para trabajar, disfrutar e incluso socializar.
A corto plazo, la persona agraviada puede entrar en un profundo decaimiento emocional, sin saber qué pensar sobre lo que le está pasando, se aísla para protegerse de sus agresores, o también puede suceder que la persona agraviada desee desquitarse con el causante de su sufrimiento o humillación para restituir el equilibrio perdido. El ansia de revancha en respuesta a una mala acción está arraigada en lo más profundo del ser humano.
El resentimiento consiste en sentirse dolido y
no olvidar, en respirar siempre por la misma herida. Es un estado afectivo que
carcome por dentro y que una y otra vez tiende a imaginar la forma de dañar al
otro. El resentimiento enfermizo está ligado a una especial hipersensibilidad
para sentirse herido, lo que puede llevar a una deformación de la realidad y a
un encadenamiento con el pasado que dificulta la alegría de vivir y fomenta la
amargura.
Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones los seres
humanos tienen una capacidad de resiliencia, para superar el sufrimiento
emocional. El paso del tiempo tiende a difuminar la humillación, así como llevar a cabo proyectos ilusionantes, las buenas relaciones y el apoyo de la gente que te quieren, las actividades sociales y recreativas, amortigua el dolor experimentado. Pero si el agravio viene del entorno familiar es mucho más doloroso y se necesita altas dosis de resiliencia y de fe para ir poco a poco superando un daño tan desgarrador por la maliciosidad del daño que se ocasiona.
Para superarse de las afrentas perpetuadas con maldad, hay que ser bondadosos, porque no es fácil aceptar que un familiar pueda ser capaz de perjudicarte, y no es fácil perdonar las acciones que han sido hechas con la intención de perjudicar la integridad de una persona. Recordemos que el perdón es un
componente fundamental en las relaciones humanas. Aun siendo una categoría de
origen religioso, admite una versión laica para la convivencia social. Perdonar
supone dejar de tomar en consideración la afrenta recibida sin guardar rencor
al ofensor. A nivel de supervivencia, la tendencia a perdonar es una
cualidad genética favorecida por la fuerza evolutiva de la selección natural
porque permite a los miembros de la especie humana hacer las paces con el ayer,
recuperarse y perpetuarse.
En concreto, el perdón permite sacudirse el yugo del suceso
doloroso y romper el vínculo emocional negativo con los hechos reprobables, con lo que mejora la salud
física y mental al quitarse la víctima una carga de encima. Reconciliándose consigo misma, recupera la paz interior, es decir, librarse del dolor y no
vivir en un perpetuo desgarro. Por otra parte, las personas agresoras tienden a aceptar
mejor sus propios errores (a perdonarse a sí misma) si es capaz de pedir perdón a quién ha agraviado. Las personas que dañan, saben que están dañando. Nada puede cambiar las acciones malintencionadas, pero el recapacitar les puede llevar al arrepentimiento y la actitud de clemencia puede
modificar el futuro de las malas personas.
Otorgar el perdón es, en cualquier caso, un acto de
generosidad por parte de la persona agraviada, que no se puede imponer
externamente, y no significa olvidar lo ocurrido porque el perdón supone
forzosamente el recuerdo de la afrenta. El acto de perdonar puede requerir un
período temporal determinado (el sol no sale de repente), cuando se ha atenuado
en la víctima la huella del sufrimiento experimentado, y no implica necesariamente
una reconciliación con el ofensor. Reconciliarse supone restablecer una
relación quebrada entre dos o más personas previamente unidas, pero si la
persona afrentada no tenía relación alguna con el ofensor, hará bien en
mantener una actitud evitativa respecto a él.
No todas las personas tienen la misma capacidad para conceder
el perdón. Lo que explica estas diferencias, es la intensidad del agravio
vivido, la historia de victimizaciones anteriores y el sistema de valores
éticos de la persona agraviada, así como la existencia de una relación afectiva
previa positiva con el ofensor. Asimismo, si el ofensor pide perdón a la
víctima por el daño causado de una forma auténtica y se implica en algún tipo
de reparación, la persona agraviada puede estar más predispuesta, sin sentirse
por ello obligada, a otorgar el perdón.
La concesión del perdón facilita la recuperación psicológica de las personas agraviadas. No se trata de olvidar lo inolvidable, sino de integrar la afrenta en su biografía. Es decir, la persona evoluciona de ser víctima, que es una categoría adjetiva, a ser persona, que es una categoría sustantiva y que implica muchos más registros. De este modo, puede implicarse más fácilmente en proyectos o relaciones de presente y de futuro más ilusionantes.
Por el contrario, hay personas que muestran una incapacidad para el perdón o se niegan rotundamente a ello. Se trata en unos casos de personas más inestables emocionalmente, en donde la afrenta está permanentemente presente en forma de pensamientos invasivos, o, en otros casos, de víctimas que sufren reiteradamente la conducta ofensiva por parte de un agresor que no muestra señales de arrepentimiento. Por unas u otras circunstancias, para las personas agraviadas, profundamente humilladas, puede hacerse necesario un acto de humildad reconociendo las malas acciones, como muestra de reconciliación sincera.
Hay que decir que el perdón, en este caso la solicitud de perdón, puede desempeñar un papel importante en quienes han llevado a cabo una afrenta. Si bien hay ofensores con rasgos psicopáticos o con un perfil fanático, como ocurre en los delitos de odio, irreductibles a la reconsideración de su comportamiento, otros sienten, más allá de las sanciones punitivas y de la reprobación social, una mala conciencia y un malestar emocional, que puede llegar al autodesprecio, por las conductas reprobables. En estos casos, solicitar el perdón a la persona agraviada supone eliminar los sentimientos de culpa, mejorar en empatía, recuperar la paz interior e integrarse socialmente. Pero hablamos de pedir un perdón sincero, un perdón de arrepentimiento reconociendo el agravio ocasionado.
El ajuste de cuentas personal, supone el reconocimiento
del daño causado, el pesar por lo ocurrido, la solicitud de perdón, el
compromiso de no repetición de la afrenta y la implicación, hasta donde es
posible, en conductas de reparación. No es cuestión solo de pasar página, sino
de plantear el canje de la culpa por la responsabilidad para minimizar el daño
causado y adquirir un mayor grado de responsabilidad ante decisiones futuras.
En definitiva, el perdón auténtico, cuando lo solicita el ofensor y lo otorga
la persona agraviada, puede servir para difuminar el dolor pasado, para reducir
el dolor presente y para prevenir el dolor futuro.
Perdonar, es un acto de generosidad que mejora la salud física y
el bienestar mental.
Enrique Echeburúa.
Fotografía: Internet
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