Cada mañana al despertarnos nos contemplamos y acicalamos frente
al espejo, desayunamos y partimos a nuestros quehaceres. No parece haber nada
de extraordinario en esto; pero, sin darnos cuenta estamos emprendiendo una de
las tareas más asombrosas de nuestra vida, nos preparamos para el encuentro con
los demás. Toda nuestra jornada está destinada a crear relaciones, a trazar
lazos que nos permitan ser Hombres. ¡Sí! Digo ser Hombres, pues sólo ante la
presencia del otro nos descubrimos, sólo con los ojos del otro nos vemos. Somos
seres para el encuentro, estamos llamados a la apertura a los demás. Pero, ¿qué
significa abrirnos a los demás? La respuesta no es otra que crear lazos con
nuestros semejantes, que nos permitan comprendernos. Pues el hombre, ser para
el encuentro, comprende su misterio cuando encuentra al otro y crea con él una
relación interpersonal. Ante la trascendencia del tú nos descubrimos como
personas, justamente por eso la verdad más profunda del hombre es su relación
con los otros. Existir es co-existir.
Pero, ¿cómo es posible que el otro me haga especial? Para respondernos debemos analizar las características fundamentales del Hombre: la interioridad y la unicidad. Por la interioridad nos descubrimos sujetos, nos hacemos responsables. Tenemos subjetividad, por eso: yo puedo sentir dolor y tú no. De la interioridad del hombre se desprenden dos notas capitales: la autoconciencia, es decir el saber que sabemos, y la autodeterminación, vale decir, el poder de realizarnos por nuestros propios medios y conforme a nuestra voluntad, en otras palabras, en libertad.
Con la unicidad, consecuencia de la interioridad, nos
descubrimos como personas únicas, irrepetibles e irremplazables. "Yo soy yo" y
nadie puede ser lo que "yo soy". Somos únicos en el mundo, somos la pieza del
rompecabezas social que completa el paisaje del mundo. Por eso es tan
importante y necesaria la presencia del "tú", pues sin el tú seriamos una
cosa más entre las cosas del mundo. "La relación interpersonal es el hecho
fundamental de nuestra existencia" (Martín Buber). Esto quiere decir que la
importancia de nuestra existencia radica en que somos seres para el encuentro.
Somos interioridades abiertas, destinadas a la comunión interpersonal. El
hombre es un ser altero céntrico y la alteridad pertenece al concepto y a la
realidad de persona. La persona nace de una llamada y se orienta a una
respuesta. Precisamente porque somos llamados decimos que tenemos una vocación,
pues la vocación es eso: "un llamado", llamado que todos experimentamos y al
que estamos destinados a responder. Para responder nos preparamos, nos
formamos. Cuando respondemos, cuando estamos listos para con autonomía ejercer "eso" a lo que estamos llamados, estamos iniciando la misión. Y la misión no es
otra cosa más que la realización de "ese algo" a lo que estamos llamados. Y
creo que en este punto estamos en condiciones de decir que todos estamos
llamados a la realización personal. La realización personal no es un momento
determinado de nuestra vida, sino que es un estado de felicidad y plenitud.
La realización personal se logra cuando trazamos lazos de
amistad y de amor con los demás. Por eso podemos decir que la realización
personal es plasmar nuestras capacidades, virtudes, aptitudes y vivencias en el
otro, por eso para realizarnos debemos entregar y recibir, ser oferentes e
indigentes de amor, de cariño, de comprensión, de ayuda, de relaciones. ¡Ojalá!
Que al llegar al ocaso de nuestra vida podamos, con gusto y satisfacción decir: "Que larga y ardua ha sido la siembra pero que gratificante es la cosecha".
Sería maravilloso tener como lema de vida "La vida lugar de Encuentro".
Es oportuno referirnos al sentido riguroso de la palabra "encuentro", que tiene
un rico trasfondo filosófico, formulado por la antropología
relacional-dialógica. La noción de encuentro ha devenido categoría
ontológico-antropológica para definir el ser del hombre.
Puesto que el encuentro es un elevado modo de relación, esta
categoría es fundamental para caracterizar al hombre. La persona es ser
relacional, está constitutiva y sustancialmente relacionada. M. Buber dice que
la relación está al principio de lo humano: "en el principio era la relación".
Antoine de Saint-Exupéry afirma que "el hombre no es más que un nudo de
relaciones. Sólo las relaciones cuentan para el hombre".
Juan Rof Carballo -médico, bioquímico- autor del libro "El
hombre como Encuentro", escribe: "La realidad dialógica del ser humano, es
decir la que se revela en el encuentro o en el diálogo, pone de manifiesto que,
en el fondo más íntimo de su existencia, hasta en su estructura física, el
hombre es constituido, de modo esencial, por su prójimo".
Así mismo, Alfonso López Quintás afirma que el hombre es "ser
de encuentro", un ser dialógico-relacional, cuya vida es "una trama de
encuentros". Destaca que los hombres no somos como una circunferencia, con el
centro en el "yo", sino como una elipse, que tiene dos centros: el yo y el tú.
Según este autor, "la Biología y la Antropología Filosófica más cualificadas" actualmente concuerdan en que el hombre es un "ser de encuentro, vive como
persona y se perfecciona como tal creando relaciones de encuentro con las demás
personas, las instituciones, las obras culturales, los pueblos y paisajes, la
tradición, los valores estéticos, éticos, religiosos".
Según A. López Quintás, el concepto de encuentro y su
posibilidad requiere trascender el modo de pensar objetivista, dominador,
propio de la racionalidad instrumental moderna. Este modo de pensar valora el "tener" sobre el "ser" (recordemos los títulos de sendos libros de Gabriel Marcel y de
Erich Fromm), valora los medios sobre los fines y tiende a tratar todas las
realidades como objetos, incluidas las personas.
Martin Buber establece dos tipos de relaciones: "Yo-Ello" y "Yo-Tú".
En el primer tipo, el "Ello" es visto como un objeto, como una cosa. La
relación es de sujeto a objeto. Es una relación utilitaria, de objetivación y
de dominio, que cosifica a la persona. Nuestra vida diaria y común la vivimos
en este tipo de relación, necesaria para el hombre, pero insuficiente. Como
dice Buber, "sin el Ello no puede vivir el ser humano, pero quien solamente
vive con el Ello no es ser humano".
Por eso, Buber afirma que es necesario introducir el tipo de
la relación personalista "Yo-Tú", que es una relación personal, intersubjetiva,
de sujeto a sujeto, en la que el "Tú" no es tratado como un "ello" impersonal,
como un objeto manejable y utilizable.
A. López Quintás dice que hay que dar un paso más allá de
Buber, introduciendo un tercer tipo de relación, a saber, el esquema "Yo-Ámbito".
Éste incluye y complementa la pareja "Yo-Tú", y comprende además la relación
del hombre con muchas realidades, que no son personas (sujetos), ni tampoco
objetos, sino que son "ámbitos". Todo ámbito tiene un carácter difuso y
ambiguo, tiene un rango ontológico difícil de captar. Realidad no es lo mismo
que objetividad, por ello, subraya la existencia de distintos niveles o modos
de realidad y distintos niveles de actitud o conducta.
El auténtico encuentro no es mera vecindad física o
aproximación, no es un trato o relación superficial. Es una relación profunda,
un entreveramiento de dos ámbitos, que produce experiencias reversibles o
bidireccionales, las cuales ofrecen y fomentan diversas posibilidades de
creatividad de valores y de enriquecimiento mutuo.
Hay formas diversas de encuentro. La más elevada, valiosa y fecunda es la que
se da entre personas. "El encuentro –visto en sentido estricto– es el modo
privilegiado de unión que establecemos con las realidades personales, que son
ámbitos dotados de un peculiar poder de iniciativa". Para posibilitar el
encuentro, hay que practicar valores como la generosidad, solidaridad, fidelidad
(cumplimiento de lo que se promete), veracidad, tolerancia (que no es mera
permisividad), etc. Al cumplir las exigencias que plantea el encuentro, se
descubren los valores y las virtudes o capacidades para encontrarse.
Hacer emerger el deseo (mimético, adaptable, personal) nos
lleva a elegir quienes somos y quienes queremos ser. Nieztsche escribía: "El
hombre es un animal enfermo". De separación, de deseo de relación. De que
resuelva bien o mal ese movimiento incontenible del deseo dependerá su salud o
enfermedad, su felicidad o infelicidad, su humanidad o in-humanidad. Lo radical
del hombre es que puede elegir sus deseos. Somos seres constitutivamente
separados, incompletos, relativos a otros, por eso tenemos deseos. Ni
aislamiento ni fusión, lo sanamente maduro es una autonomía relacionada. Ernst
Bloch afirma que la finalización del inacabable dinamismo humano del deseo
apunta a la "patria de la identidad": reconciliación perfecta del hombre
consigo mismo, con la naturaleza, con los otros. Horkheimer, por su parte,
hablará de "anhelo de lo totalmente otro".
En lo humano las necesidades que hemos descrito llevan la
impronta del deseo que no es reductible a la pura necesidad. Desear es
renunciar a hacer del otro objeto de mi necesidad. No destruirlo con mi
voracidad. La palabra revela en el otro un sujeto interlocutor, no un "objeto" devorable. No es útero ni quimera, es encuentro real que nos abre a un
horizonte inabarcable, recordando a Denis Vasse.
Pero el ser humano no es un ente individual, aislado. Cuando alcanza o es alcanzado por un "nosotros", en el camino de la madurez, aparecen otro manojo de necesidades básicas que dinamizan la relación con el otro. Estas necesidades humanas, forman el "reino de la necesidad" al cual pertenecemos. El punto de inflexión de la maduración humana se da cuando pasamos de la necesidad al deseo. El deseo de estar juntos para acompañarnos, apoyarnos y fortalecernos a través del amor.
Sin tanta filosofía, tenemos que reconocer, que por naturaleza somos seres de encuentros; nacemos en un lugar de encuentro y ese punto se marcará en nuestra mente como referente de unidad... Pero, puede pasar que ese punto de encuentro se convierta en un lugar poco deseable, porque entre sus miembros se desata el mal: la envidia, los celos, los rencores, la venganza, males que llevan a crear un mundo de hipocresía, mentiras y recelos. Basta que en el grupo haya un corazón malévolo, para resquebrajar la unión fraterna y los encuentros entre ellos se convertirán en nexos obsesivos de confabulación, porque pierden la capacidad de reflexión y autocrítica y van cegados, por su propia mala conciencia, a desacreditar al que consideran que brilla más. Y lo más triste es, que se sientan bien con su despreciable forma de proceder y se miren a la cara sin pudor ni remordimiento, siendo conscientes —porque lo hacen a conciencia— de que están dañando en su integridad moral a uno de sus miembros. Hay un dicho que dice: "Que la vida nos libre de; los lobos vestidos de ovejas, del odio detrás de la sonrisa, de la envidia disfrazada de amabilidad y de la falsedad vestida de amigo".
Pedir perdón quizás no sea fácil, y perdonar sea aún más difícil, pero sí es de obligado cumplimiento para asemejarnos a Jesús, pues Dios nos hizo a su imagen y semejanza. "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores...". Es tiempo de conversión, tiempo de reflexión, tiempo de reparación y debemos prepararnos, para el verdadero encuentro con el amor y la verdad que nos salva.
Fotografía: Internet
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