Decimos palmera y vemos esos infinitos
troncos y en lo alto largas hojas batiendo contra el viento. Las palmeras dejan
pasar los fuertes vientos entre sus hojas, se doblan y agachan su cabeza, pero
se recobran y siguen creciendo después de las tormentas, robusteciendo así su
tronco y su resistencia. Esta metáfora es utilizada para hablar de la
resiliencia.
Inicialmente, la palabra usada ahora
tanto en el ámbito de la psicología y la espiritualidad, procede de la física
para identificar la cualidad de algunos materiales para resistir y recuperarse
ante el embate de una fuerza externa. Es un tipo de respuesta general de
fortaleza ante la crisis; dice José Carlos Bermejo H.
La resiliencia personal consiste en
tener la capacidad de vivir y afrontar la crisis, reconstruirse y no perder la
capacidad de amar, de luchar, de resistir; antes bien, potenciar los recursos
interiores para luchar. Es el arte de no dejarse arrastrar por el impacto de un
mar embravecido en medio de la tempestad personal en la que experimentamos
nuestra embarcación amenazada, quizás sin rumbo. La persona resiliente se
mantiene y logra un nuevo rumbo aún más interesante y consistente que antes de
la tormenta. No se deja arrastrar hacia donde el oleaje golpea y donde parece
querer hundir la embarcación.
La persona resiliente no es
invulnerable, no niega la crisis, no es impasible ante la adversidad. En el
interior de la persona resiliente, bajo la aparente debilidad (la palmera que
se dobla), hay una fortaleza. Ramón y Cajal decía que: “Los débiles sucumben no
por ser débiles, sino por ignorar que lo son”.
De hecho, es sabido cómo mucho de
nuestro sufrimiento con ocasión de las crisis que experimentamos, tiene su raíz
no en lo que nos hiere sino en la manera en que elegimos manejar y vivir esa
herida.
Sabemos, por ejemplo, que bajo la
aparente debilidad del que llora, suele esconderse la fortaleza de quien ama. O
como diría el gran médico sir William Osler, “la herida que no encuentra su
expresión en lágrimas puede causar que los órganos lloren”. Y eso es
enfermar.
Si nuestra forma de gestionar los
sentimientos ante la crisis influye en la potencialidad resiliente, nuestra
forma de pensar tiene igualmente su influjo. Nuestra respuesta mental ante la
adversidad puede ser manejada de una manera positiva, optimista, de tal modo
que, de la dificultad, salgamos reforzados.
Cultivo interior. Nos estamos
empeñando, en nuestros días, en quitar importancia –cuando no denigrar- cuanto
tiene que ver con la espiritualidad. Nos estamos empeñando en pensar que “hay
que ver para creer”, olvidando que es más verdad que “hay que creer para ver”,
sobre todo para ver lo más importante, lo que alcanza a ver sólo el corazón.
Es obvio que el cultivo de la vida
interior, de la capacidad reflexiva, de la capacidad trascendente, de la
referencia a lo más genuinamente humano, de la sabiduría del corazón, de los
valores, es la mejor plataforma para atravesar las tempestades y salir
fortalecidos de ellas.
La inteligencia emocional subraya
algunos de estos elementos, tales como el autoconocimiento, el autocontrol
emocional, la capacidad de motivarse a sí mismo, como competencias
intrapersonales susceptibles de ser desarrolladas, además de las competencias
interpersonales.
Lao Tsé decía: “Conocer a otros es
conocimiento, conocerse a sí mismo es sabiduría”. Y así podemos encontrar
dentro de nosotros mismos esas potencialidades de soñar despiertos sin ser
ingenuos, de desear y trabajar por el bien en medio de lo que a primera vista
nos hace mal.
No es una actitud dolorosa la que
esconde la resiliencia. No se trata de una actitud ensalzadora del dolor en sí
mismo, que no dejaría de ser un posicionamiento enfermizo ante la adversidad.
Aunque, ¡quién sabe qué querían decir nuestros antepasados cuando utilizaban
palabras como resignación! Es posible que en la intención del que exhortaba
piadosamente a adoptar esta actitud, estuviera una propuesta activa, aunque hoy
tenga para nosotros una clara connotación de pasividad y derrotismo.
De hecho, algunos diccionarios
recogen aspectos positivos como la paciencia y la conformidad ante las
adversidades, sin connotación de pasividad. Otros, refieren además de
conformidad y paciencia ante obstáculos y adversidades, la variable tolerancia.
Voluntad de sentido. Diríamos que es
más bien la proactividad –y no la pasividad- la que es capaz de indicar la
potencialidad resiliente. La persona proactiva es aquella que toma la
iniciativa, toma las riendas de su propia vida, se siente responsable incluso
ante lo que no puede cambiar, se siente libre ante aquello en medio de lo
paradójicamente “se siente esclavo”.
Desde la perspectiva de la
logoterapia, diríamos que la disposición de buscar un para qué a todo lo que
nos ocurre, aunque no comprendamos el porqué, forma parte de esta voluntad de
crecer en las crisis.
Esta voluntad es lo contrario de la
indiferencia o la apatía, que nos impide, en tantas ocasiones, comprometernos
con nosotros mismos y con los demás.
La resiliencia, en último término, es
el resultado de múltiples procesos que contrarrestan las situaciones nocivas o
de crisis. Se trata de una dinámica en la cual se podrían señalar algunos
elementos tales como: la defensa y la protección de uno mismo, el equilibrio
ante la tensión, el compromiso ante lo que sucede, la responsabilidad activa,
el empeño por la superación, la capacidad de dar un sentido y reorientar la
propia vida en la crisis, la visión positiva en medio de la negatividad, la
capacidad creativa de reacción.
Nietzsche lo diría así: “Lo que no me
destruye, me hace más fuerte”.
El doctor Gerónimo Acevedo, autor de
“El modo humano de enfermar”, dice que el verbo madurar sólo puede conjugarse
en gerundio. Entre sus expresiones, nos encontramos ésta:
Cuida tus pensamientos porque se
volverán palabras. Cuida tus palabras porque se volverán actos. Cuida tus actos
porque se volverán costumbres. Cuida tus costumbres porque forjarán tu
carácter. Cuida tu carácter porque formará tu destino. Y tu destino será tu
vida.
Quizás sea este uno de los objetivos
del acompañamiento hecho de relaciones de ayuda: fomentar la resiliencia en la
crisis.
Fotografía: Internet
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