El odio es el padre de todos los males. David Gemmell.
El odio es un mal malísimo que nunca termina. Es una espiral
que te engulle y te atrapa en sus garras y te roba la paz… Un estudio concluyó
que los individuos que odian son mucho más peligrosos de lo que se creía. Son
altamente eficaces a la hora de calcular acciones destinadas a dañar a la
persona odiada; planifican las conductas de agresión, evalúan, para predecir
anticipadamente las reacciones de los demás y encubrirse a sí mismo. Además, el
estudio demuestra algo importante: son muy conscientes de los actos que
realizan contra la persona odiada... Son malos que gozan haciendo daño, pero haciéndose pasar por víctima.
El odio es un sentimiento negativo que solo hace daño a quien
lo siente y padece; a las personas odiadas no les llega nada de ese odio: dice Dr. Enrique Echeburúa,
catedrático emérito de Psicología Clínica, texto publicado en el pais.com., con
el título “Odiar es malo para la salud”.
A nivel físico, el odio genera un estado de excitación que
puede producir tensión muscular, malestar gastrointestinal, hipertensión y
sentimientos de sobrecarga.
No todos los caracteres se atraen, pero que alguien te odie y te quiera destruir por ser apreciada... A una persona puede caerle mal alguien, entre otras razones,
por su forma de ser de actuar de pensar, por sus capacidades intelectuales o por sus valores
en la vida. No se entiende que una persona por su forma de ser pueda despertar en otra envidia y odio. Esa actitud negativa contra alguien se genera a un nivel cognitivo y lleva a
una conducta que entraña
habitualmente el desprecio, esa emoción brusca cargada de ira que despierta el deseo de venganza.
Odiar, supone mostrar o, al menos, sentir una profunda animadversión contra alguien que sea admirado y apreciado por los demás, pero ellos les atribuye alguna supuesta humillación u ofensa para justificar su ira desatada con deseos de algún tipo de mal. Esos sentimiento de antipatía visceral lleva a conductas rencorosas de destrucción, que frecuentemente manifiestan en forma de calumnias o, de un modo más sutil, en forma de difamaciones malévolas y constantes. Y, el chantaje emocional su mejor arma para convencerte de su causa justificada.
El que odia no odia a otros, se odia a sí mismo. La supuesta humillación que perciben al compararse con la valía del que odia, es el motor principal de su obsesión para buscar dañarlo. Estas personas suelen ser inseguras y con la autoestima baja, y el resquemor que le despierta la envidia les empuja a dañar al odiado y se las ingeniarán para manipular a otros y hacerlos cómplices de sus obsesiones.
El rencor se manifiesta en forma de pensamientos de
desprecio, de sentimientos de ira intensa mantenida en el tiempo y de
conductas de alejamiento o de enfrentamiento con el ofensor. Hay veces en que
el odio se vive de una forma tosca e intensa, como una auténtica pasión, y
otras de modo menos absorbente, como un resentimiento crónico que se perpetúa
en el tiempo y que incluso se transmite generacionalmente. El odio, que puede
llegar a ser algo obsesivo, suele venir acompañado de una descalificación moral
e incluso de una deshumanización de la persona afectada y, por ello, anula la
compasión, que es inherente al ser humano. Por eso, Caín mato a su hermano Abel, porque a Abel no lo veía como hermano, para Caín Abel era un rival que le robaba su protagonismo.
Los odios pueden ser individuales, entre hermanos, parejas, amigos; sociales contra colectivos religiosos, políticos, inmigrantes, homosexuales, por citar algunos ejemplos. Los rencores colectivos o mutuos están basados en prejuicios que pueden transmitirse generacionalmente y que dan cohesión al grupo que los comparte. Las personas pueden reconocer los odios colectivos, pero no los individuales, porque los mismos que odian no quieren que se vea su odio, quieren mostrarse como buena gente para despertar tu empatía y te sumes a su causa; su causa es la desprestigiar al que odia, por eso trata de maquillar su odio para no generar malestar emocional, como desasosiego o sentimientos de culpa entre sus seguidores.
Desde el punto de vista de la salud, el odio es un
sentimiento negativo que solo hace daño a quien lo siente y padece; a las
personas odiadas no les llega nada de ese odio. Es algo así como beberse un
veneno y esperar a que muera la otra persona. A nivel físico, se genera un
estado de excitación que puede producir tensión muscular, malestar
gastrointestinal, hipertensión y sentimientos de sobrecarga. Y, a nivel
psíquico, el odio supone un reconocimiento doloroso de la impotencia o
inferioridad ante la persona odiada. Vivir con rencor o con deseos de venganza
es malo para la salud porque genera más odio y no le deja a la persona seguir
adelante sin esa pesada carga, paralizando su proyecto de vida. Porque el
rencor es como una bestia metida en el lodo: cuanto más patalea, más se atasca. Pero, al decir verdad, lo más malo de ese odio que consume por dentro al que lo padece, es que sí afecta a la persona odiada, porque sus acciones van siempre encaminadas a dañar, perjudicar y destruir al que odia.
El odio, es una
respuesta primaria y moviliza grandes emociones, pero el rencor enquistado
hacia otra persona absorbe la atención, encadena al pasado, impide cicatrizar
la herida y, en último término, dificulta la alegría de vivir. Es difícil
implicarse en proyectos positivos cuando una persona está atrapada por el odio,
respira por la herida sufrida y mantiene centrada su atención en las cualidades del que cree que le supera y esa obsesión le roba la tranquilidad y el sosiego.
En algunas personas el rencor puede llegar a crear
sentimientos de culpa, como también ocurre en el caso de la envidia, porque no
pueden evitar desear el mal de la persona odiada y ello va en contra de su
conciencia moral y del sistema de valores asumido, lo que puede llevarle a
mantener el rencor en la intimidad, sin confesarlo a nadie. En estos casos
odiar puede convertirse en un desprecio de sí mismo.
Con frecuencia, el odio no termina nunca de extinguirse y
crea una excitación emocional negativa en la persona que lo padece, por lo que
es un mecanismo de adaptación negativo. Es más, hay quienes, por un fenómeno de
generalización, llega a transformar el odio en un
resentimiento contra el mundo entero.
Hay personas predispuestas al odio, como las desconfiadas,
las inseguras y las carentes de empatía. El resentimiento enfermizo está ligado
a una especial hipersensibilidad irascible para sentirse herido o maltratado,
lo que lleva a una deformación de la realidad. Necesitan sentirse agraviados para justificar su inquina y resentimientos. Los mecanismos del olvido
podrían neutralizar el odio, pero en estas personas hipersensibles la memoria
de la ofensa percibida como tal, impide el olvido y su agresividad perdura en el tiempo.
El odio es muy resistente a la extinción, pero a veces se atenúa durante algún tiempo o pierde intensidad cuando la persona tiene algún éxito personal o profesional o se aleja física y emocionalmente de la persona odiada. Prevenir el odio supone potenciar la estabilidad emocional, la empatía, el perdón y la capacidad de admiración por los logros de los demás, solo así, podrán valorarse así mismo y liberarse de su pesada carga.
No busques culpables del fuego que sientes. El odio afecta tu salud, te roba la paz interior, te seca el amor y la felicidad. El odio te destruye el alma, te envenena el corazón, te roba la calma y te sumerge en un mundo de rabia y dolor.
El perdón te devuelve la paz que el odio te roba... ¡Recuerda que nada ni nadie es más importante que tu paz interior!
Deja de odiarte a ti mismo por todo lo que no eres, y empieza a amarte por todo lo que ya eres...
Fotografía: Internet
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