Muchas veces nos agredimos a nosotros mismos por errores que
hemos cometido en el pasado. Puede suceder que se trate de algo muy viejo, pero
que no deja de regresar a la memoria cada cierto tiempo y nos lleva a darnos un golpe
en la cabeza diciendo cosas como éstas: "¿Por qué? ¡Cómo pude hacer
eso! ¿Por qué no lo evité? ¡Cómo se me ocurrió decir esas tonterías!".
En realidad, cuando hacemos daño lo hacemos empujados por envidias, enfados, ira, y aunque empujados por esos resentimientos que nos roba el sosiego, somos conscientes de nuestro objetivo y hacemos lo que hacemos para producir daño, pero, también pudiera ser qué, en ciertas circunstancias nuestra conciencia no es consciente de lo que hacemos. Pudiera ser... Tal vez, pudiera ser, que en realidad no somos culpables de
lo que hicimos, porque en verdad no éramos conscientes de la intencionalidad, pero aún sin tener de antemano conciencia de esa
mala intención, igualmente nos culpamos y nos agredimos por no haberlo
evitado. Eso se llama remordimiento.
El remordimiento es algo enfermizo; es un rechazo de nuestros
errores que nos limita, nos paraliza, nos llena de angustias y nos encierra en
nuestro orgullo herido, y esto nos lleva a una reflexión que nos puede ayudar a un verdadero cambio, porque para poder
cambiar de verdad es necesario aceptarse a sí mismo y aceptar lo que nos pasa y lo que hicimos. Tomar conciencia de nuestros actos despierta el remordimiento y éste nos lleva al arrepentimiento.
El verdadero arrepentimiento nos hace levantar los
ojos hacia Dios para reconocer su amor que nos espera, que perdona
"setenta veces siete", que nos quiere vivos y felices, que nos regala
siempre una nueva oportunidad. Por eso el arrepentimiento, en lugar de
debilitarnos nos fortalece para empezar de nuevo; en lugar de paralizarnos nos
lanza hacia adelante con esperanza. Cuando has hecho daño lo que te sana es la humildad de pedir perdón, ahí el verdadero arrepentimiento. Busca a la persona que has perjudicado con injurias, calumnias, desprecios y toda clase de maldades, y pídele perdón. Quizás la persona que has dañado no necesita que le pidas perdón, pero tú sí.
Tomemos conciencia de nuestros actos, porque no todo nos sale
bien, pero debemos intentarlo, por eso, como buenos cristianos pedimos al
Espíritu Santo que nos regale su gracia poderosa para que sepamos perdonarnos a
nosotros mismos, para no quedarnos anclados en los errores del pasado, y poder darnos
la oportunidad de empezar de nuevo y recuperar la dignidad que nos impulsa a caminar
decididos hacia adelante, empujados por la fe y rodeados por su Amor que nos
sostiene.
Porque dejar fluir es recibir con amor lo que la vida te trae. Nadar en contra de la corriente conlleva el riesgo de ahogarnos si no estamos muy experimentados. Es como si nos quedáramos atrapados en una tormenta infinita. Por un lado, nos esforzamos demasiado quedándonos sin energía y agotados y por otro, mantenemos la esperanza de que las circunstancias cambien y podamos conseguir nuestro propósito. Si dejamos que todo fluya, todo resultará más sencillo.
Dejar fluir significa dejar que el carrete del hilo se vaya
desatando. Es aceptar en lugar de luchar, aprovechar la corriente para
dirigirnos hacia donde deseamos. Esto implica dejarnos sorprender por lo que
pasa en cada momento, en lugar de planificar al máximo.
Dejar fluir es todo un arte, un maravilloso reto que nos hará
más libres. Se trata de recibir con amor y aceptación lo que la vida nos
traiga, sabiendo extraer el aprendizaje de cada experiencia y sobre todo, de
ser conscientes de que es imposible controlarlo todo. De esta manera, cuando
nos dejamos sorprender, comenzaremos a disfrutar cada momento. Además, nos
libraremos de la frustración generada por el choque entre lo que habíamos
imaginado y lo que en realidad pasa.
Si intentamos controlar lo que va a suceder, además de
tiempo, gastaremos energía porque la mayoría de variables escapan a nuestro
control. Ahora bien, si cultivamos la actitud de la paciencia y esperamos a ver
qué pasa, será mucho más fácil que la angustia y la preocupación desaparezcan
porque dejamos de focalizarnos en el futuro para estar en el presente.
¿Cómo dejar fluir? Dejar fluir es el arte de dejarse llevar,
recibir gratamente a la sorpresa y liberar a su vez los miedos que nos impiden
seguir creciendo. Es vivir el presente en toda regla. Existen muchas formas de
practicar este maravilloso arte. Estas son algunas de las más efectivas.
Practicar la aceptación. Es el primer paso para que el fluir
entre a formar parte de nuestra filosofía de vida. Aceptar lo que sucede a
nuestro alrededor, en lugar de luchar en su contra es la premisa básica. A
menudo nos empeñamos en que las circunstancias sucedan como esperamos y las
personas actúen como habíamos pensado, pero esto tan solo es un engaño de
nuestra mente. Puede suceder o no, por ello, no hay nada que esperar, sino aceptar
y a partir de ahí, decidiremos qué hacer.
Conectar con el presente. Vivir en el aquí y ahora, en
conexión con cada instante nos permite fluir porque nos libera del peso del
pasado y las expectativas del futuro. No pienses en el ayer ni en el mañana, disfruta del ahora.
Hay que intentar extraer el aprendizaje de cada vivencia. Si
sacas fruto de cada experiencia, aunque esta no sea demasiado agradable, será
más fácil dejar fluir. De todo y de todos podemos aprender, no lo olvidemos,
dice la psicóloga María Alejandra Castro Arbeláez, que nos invita a dejar fluir.
Abrirse a lo inesperado. Cada momento es único. En lugar de
rechazar aquello que no conocemos, ¿por qué no nos arriesgamos? Eso sí, desde
la responsabilidad y el compromiso, por supuesto.
Reconocer las sincronías. El arte de dejar fluir implica
también reconocer que hay momentos en los que confluyen en nuestras vidas distintas
situaciones y encuentros, sean estas sincronías coincidencias o no, es
importante reconocerlas y valorarlas como parte de nuestro crecimiento.
Meditar. La meditación es un poderosos ejercicio para
comenzar a entrar en contacto con uno mismo, para indagar en nuestro interior y
despertar. Gracias a ella desarrollaremos mucho más nuestra sensibilidad y
conectaremos con el presente.
Cuando hayamos comenzado a dejar fluir, cada vez será más fácil no ir en contra de la corriente. Hay cosas por las que no podemos luchar, y gastamos mucho tiempo, energía y enfados intentando forzar a que se den como queremos. Siendo pacientes y dejando que el camino nos vaya mostrando por dónde ir, podríamos vivir con mayor plenitud. Dejar fluir no es ir contra corriente, es una buena opción para vivir plenamente. Además, esta práctica nos ofrece importantes beneficios...
Dejar fluir nos abre la puerta a la tranquilidad y la calma, a la posibilidad de saborear la armonía de todo lo que nos rodea, al estar abiertos a lo que suceda siendo conscientes de que no todo depende de nosotros únicamente, nos permite vivenciar los momentos de forma auténtica. De forma que podemos tener más libertad a la hora de generar nuevas ideas para optar por nuevos caminos o tomar decisiones mejores.
Dejarnos sorprender por lo que acontezca nos ayuda a liberarnos de la culpa y las expectativas, es decir, de esas tensiones que nos obligan a permanecer en un estado de alarma continuo. Permitiéndonos fluir relajadamente con las circunstancias, nos hace más flexibles y menos rígidos en cuanto a nuestras posturas e ideas, y nos resultará más fácil ponernos en el lugar del otro y fortaleceremos la empatía.
Cuando dejamos fluir, nos desapegamos de las personas de las situaciones o cosas. Dejamos a un lado esa costumbre de aferrarnos para ser felices, soltamos lo que nos hace daño y comenzamos a apreciar el verdadero valor de lo que nos rodea, porque de algún modo nos acerca a ese sentimiento que tanto ansiamos y que se encuentra en nuestro interior: la felicidad. Al estar en calma, sin apegos y conectados con el presente será mucho más fácil ser felices.
Dejar fluir es soltar, es permitir que sucedan las cosas,
aprendiendo de ellas tal y como son, apreciando cada experiencia, cada
instante, porque todo tiene su momento en nuestras vidas.
Dejar fluir es todo un arte y tú eres el pintor en esta gran
obra que es la vida. Tú decides lo mejor para tu vida. Vive el ahora, ayer ya pasó, y si algo salió mal, corrígelo si puedes y no lo hagas más. Vivir es este momento, aprende a recibir lo bueno que te llega con los brazos abiertos y conseguirás obtener la paz necesaria para seguir haciendo camino. Deja fluir y todo fluirá...
Haz por sanarte. No se trata de tener todas las certezas, sino de aprender a vivir conscientemente. Dejar fluir sana la mente y el espíritu.
Fotografía: Internet
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