En psicología, el “cómo somos” es lo que los psicólogos
denominan técnicamente “personalidad”, es decir, ese cóctel de rasgos que nos lleva hacia modos particulares de hacer, de pensar y por supuesto, de
sentir.
Después de años de estudios científicos y teorías realizadas por diversos psicólogos se pudo determinar que el carácter y la personalidad están en gran parte determinados por la herencia genética. Esto quiere decir, que así como todo ser vivo cuenta con una carga genética antes de nacer que determina el color de ojos, de piel, de cabello, la altura, la nariz, entre otras características del bio-tipo, también se heredan características del psico-tipo.
Tales características pueden ser las actitudes, la
inteligencia, cualidades del carácter y otras que determinan nuestra forma de
ser. Algunos psicólogos afirman que existe una delgada línea sobre la
personalidad entre la herencia, la educación y el ambiente. Pero el psicólogo navarro
Javier Urra afirma que cada persona nace con un temperamento que no cambia a lo
largo de la vida. Por ejemplo, así como las personas no pueden modificar su
estatura, tampoco pueden modificar ciertos aspectos del temperamento porque
nacemos con ellas.
No toda nuestra forma de ser viene dada por la
genética. También determina ciertos rasgos de nuestra personalidad la interacción
biológico-ambiental, es decir, el entorno en el cual nos desarrollamos desde
pequeños y la educación. El hogar, los hábitos de nuestro entorno familiar, la
escuela y las relaciones forman parte del proceso de maduración de los rasgos
de la personalidad.
Costumbres y hábitos en el entorno obliga a desarrollar
ciertos cambios en la personalidad de un niño que esté en pleno crecimiento. Una
familia que no acostumbre a demostrar afecto entre sí puede provocar rasgos de
introversión y timidez, en cambio si una familia acostumbra a ser afectuosa,
educada y con valores, el niño en este entorno puede desarrollar rasgos
extrovertidos en su personalidad. Aunque también se puede dar que un niño criado en
un ambiente de valores y cariño, al crecer no refleje nada de su crianza y se
comporte como un desaprensivo sin principios.
La interacción biológico-ambiental también incluye a la comunidad, el nivel socio-económico, raza y cultura, pues todas influyen enormemente en la personalidad. Esto quiere decir que el “¿Por qué somos como somos?” viene determinado por una gran cantidad de elementos que nos rodean, los cuales hacen que sea una tarea difícil el poder averiguar dónde empieza o termina cada una de las influencias.
Ya hemos mencionado que el carácter se hereda y permanece a lo largo de nuestra vida. Muchos de nosotros podemos estar casi seguros de que sabemos que es el carácter e incluso llegamos a clasificar a cada persona por su manera de ser. Pero ¿cuál es su verdadera definición? El carácter no es más que el conjunto de cualidades propias de una persona que la distingue de las demás por sus acciones y comportamiento, y forma parte del proceso de aprendizaje al relacionarnos con el entorno. El mismo está constituido por tres factores los cuales son:
La emotividad; es usada para clasificar a las personas como
emotivas o no emotivas mediante estímulos aplicados por psicólogos.
La actividad; sirve para determinar la necesidad de actuar de
cada persona.
La resonancia; sirve para determinar el tiempo de impresión
ante un acontecimiento en cada persona. Es decir, la capacidad que tienen de reconciliarse o
recuperarse rápidamente de una fuerte impresión o no.
Sabiendo el verdadero significado del carácter es importante destacar, que aunque tenga cierta similitud con el concepto de la personalidad, no son iguales. También es importante que cada uno de nosotros dediquemos un tiempo a preguntarnos ¿cuál es mi personalidad y mi carácter? ¿Por qué somos cómo somos? La pregunta suene más a filosofía que a psicológica, sin embargo, dice el psicólogo Diego Sánchez en ‘la mente corriente’ que trata de aportar su visión como psicólogo ya que, aunque le tienta la temática filosófica deja de lado la metafísica.
Sería caer en el reduccionismo fijarse sólo en algunos rasgos
concretos y despreciar otros, pero lo cierto es, que socialmente tendemos a
generalizar cómo es una persona por su rasgo más llamativo. Por ejemplo,
fulanito es un “narcisista” cuando la gente ve que no parece tener abuela, o
menganito es “obsesivo” cuando percibimos que hasta que no ve las cosas
perfectas no se tranquiliza. En cambio, la realidad es que somos una mezcla de
muchos rasgos, pero claro está que los rasgos más dominantes son los que influyen en nuestro carácter.
Aunque es necesario que normalicemos el hecho de tener una
muestra de todos los rasgos de personalidad, ya que, al fin y al cabo nos
ayudan a afrontar el mundo e incluso a sobrevivir en él. Si no tuviéramos algo
de obsesivo no nos fijaríamos en hacer bien las cosas o no nos aseguraríamos de
que hemos cerrado bien el gas o de que deberíamos echarle un ojo al bebé porque
se puede caer del sofá. Si no pudiéramos conservar algo de nuestro narcisismo, nuestra autoestima probablemente se vería resentida, ya que necesitamos sentirnos
especiales y buenos en algo. Si en ocasiones no nos pusiéramos algo paranoicos, no sacaríamos algunas conclusiones que nos permiten predecir que cierta gente
pueda manipular nuestras opiniones o abusar de nosotros. Si no tuviéramos
rasgos evitativos nos expondríamos probablemente a más peligros de los
aconsejables. Y así un largo etc.
El problema viene cuando un rasgo de los que poseemos se hace
fuerte y nos inunda, y comenzamos a estructurar toda nuestra vida según nos
imponen los esquemas y reglas del mismo. Uno tiene un problema cuando un rasgo
le da problemas o pone en problemas a otras personas, esa es la clave. Uno se
hace muy obsesivo o muy dependiente o muy paranoico…, ahí la cosa comienza a
complicarse.
Sabemos que nacemos con ciertos rasgos como herencia genética, y que somos algo de eso, algo del entorno donde maduramos, algo que vamos
recogiendo en nuestras relaciones y también, algo que desarrollamos con
nuestras propias experiencias. Afinando
aún más hay un aspecto que determina especialmente el “cómo somos”: el
resultado de la interacción con nuestras figuras de apego. Por tanto, vínculos
primarios, es decir, la familia o cuidadores de un niño; y vínculos
secundarios, el resto de la gente que ha tenido influencia sobre la persona
(familiares, amigos, profesores, parejas, compañeros de trabajo…).
A lo mejor no somos de ninguna forma, pero somos moldeables desde que nacemos hasta que morimos. La buena noticia es que todo el mundo puede cambiar, lo aprendido se puede desaprender y sustituirse por esquemas alternativos. Si soy de un determinado modo porque me enseñaron, directa o indirectamente o porque mi carácter instintivo me arrastra y me acarrea conflictos, debo pensar que algo en mí no va bien y analizar qué me empuja a actuar sin control. En este caso hay que pararse a reflexionar e incluso, pedir ayuda para tratar de corregir las actitudes que se interponen en las buenas relaciones.
La mala noticia es que hay rasgos de personalidad que uno arrastra que son
sumamente resistentes al cambio. ¿Por qué? Porque nadie quiere admitir que el
modo en el que se ha manejado durante toda su vida, en ciertas situaciones es un
método erróneo y no sirve. Eso es duro de aceptar y de hecho, el cerebro nos
dota de una serie de mecanismos de defensa que se encargan de proteger nuestros
esquemas mentales primigenios. El cerebro busca seguridad para mantener a raya
a la ansiedad que brota de la incertidumbre. Antes de echar por tierra lo que
me ha hecho resolver ciertos problemas, mejor o peor, la mente se resistirá a aceptar los errores. Nuestra personalidad tiene una tendencia a perpetuarse ante la
amenaza de descubrir que lo que llevo haciendo siempre no sirve, que no soy
como creía ser, y eso crea una situación de zozobra que puede desembocar en
miedo al vacío. Si no soy como creía, ¿qué soy? Mis puntos de referencia y mi
identidad se tambalean. De ahí la resistencia al cambio.
Ciertamente, cada uno es como es… De todos modos, que nadie se
inquiete, no hay que cambiar todo de cabo a rabo. Cada cual va a seguir siendo
como es, la idea es limar solamente aquellos aspectos que dan problemas; el
resto de mi personalidad no sólo no debo cambiarlo, sino que debería encargarme
de reivindicarlo como característica única que me hace especial y diferente al
resto. Es fundamental hacerse bien consciente de esa parte de nosotros con la
que sí nos sentimos en armonía, porque son nuestros recursos y nuestra carta de
presentación. El arma que nos ayuda en la búsqueda de nuestro propio bienestar,
para estar integrados en las buenas relaciones, tanto familiares como sociales.
Démonos nuevas oportunidades. Estemos abiertos al cambio,
porque a veces cegados por el orgullo o la ignorancia nos aferramos a seguir siendo de la
forma incorrecta y vamos destruyendo nuestras relaciones. En este caso, no
culpes a los demás de ser tú como eres; siempre habrá tiempo para demostrar tu
mejor versión.
Fotografía: Internet
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