sábado, 29 de enero de 2022

¿Por qué somos como somos?

 


En psicología, el “cómo somos” es lo que los psicólogos denominan técnicamente “personalidad”, es decir, ese cóctel de rasgos que nos lleva hacia modos particulares de hacer, de pensar y por supuesto, de sentir.

Después de años de estudios científicos y teorías realizadas por diversos psicólogos se pudo determinar que el carácter y la personalidad están en gran parte determinados por la herencia genética. Esto quiere decir, que así como todo ser vivo cuenta con una carga genética antes de nacer que determina el color de ojos, de piel, de cabello, la altura, la nariz, entre otras características del bio-tipo, también se heredan características del psico-tipo.

Tales características pueden ser las actitudes, la inteligencia, cualidades del carácter y otras que determinan nuestra forma de ser. Algunos psicólogos afirman que existe una delgada línea sobre la personalidad entre la herencia, la educación y el ambiente. Pero el psicólogo navarro Javier Urra afirma que cada persona nace con un temperamento que no cambia a lo largo de la vida. Por ejemplo, así como las personas no pueden modificar su estatura, tampoco pueden modificar ciertos aspectos del temperamento porque nacemos con ellas.

No toda nuestra forma de ser viene dada por la genética. También determina ciertos rasgos de nuestra personalidad la interacción biológico-ambiental, es decir, el entorno en el cual nos desarrollamos desde pequeños y la educación. El hogar, los hábitos de nuestro entorno familiar, la escuela y las relaciones forman parte del proceso de maduración de los rasgos de la personalidad.

Costumbres y hábitos en el entorno obliga a desarrollar ciertos cambios en la personalidad de un niño que esté en pleno crecimiento. Una familia que no acostumbre a demostrar afecto entre sí puede provocar rasgos de introversión y timidez, en cambio si una familia acostumbra a ser afectuosa, educada y con valores, el niño en este entorno puede desarrollar rasgos extrovertidos en su personalidad. Aunque también se puede dar que un niño criado en un ambiente de valores y cariño, al crecer no refleje nada de su crianza y se comporte como un desaprensivo sin principios.

La interacción biológico-ambiental también incluye a la comunidad, el nivel socio-económico, raza y cultura, pues todas influyen enormemente en la personalidad. Esto quiere decir que el “¿Por qué somos como somos?” viene determinado por una gran cantidad de elementos que nos rodean, los cuales hacen que sea una tarea difícil el poder averiguar dónde empieza o termina cada una de las influencias.

Ya hemos mencionado que el carácter se hereda y permanece a lo largo de nuestra vida. Muchos de nosotros podemos estar casi seguros de que sabemos que es el carácter e incluso llegamos a clasificar a cada persona por su manera de ser. Pero ¿cuál es su verdadera definición? El carácter no es más que el conjunto de cualidades propias de una persona que la distingue de las demás por sus acciones y comportamiento, y forma parte del proceso de aprendizaje al relacionarnos con el entorno. El mismo está constituido por tres factores los cuales son:

La emotividad; es usada para clasificar a las personas como emotivas o no emotivas mediante estímulos aplicados por psicólogos.

La actividad; sirve para determinar la necesidad de actuar de cada persona.

La resonancia; sirve para determinar el tiempo de impresión ante un acontecimiento en cada persona. Es decir, la capacidad que tienen de reconciliarse o recuperarse rápidamente de una fuerte impresión o no.

Sabiendo el verdadero significado del carácter es importante destacar, que aunque tenga cierta similitud con el concepto de la personalidad, no son iguales. También es importante que cada uno de nosotros dediquemos un tiempo a preguntarnos ¿cuál es mi personalidad y mi carácter? ¿Por qué somos cómo somos? La pregunta suene más a filosofía que a psicológica, sin embargo, dice el psicólogo Diego Sánchez en ‘la mente corriente’ que trata de aportar su visión como psicólogo ya que, aunque le tienta la temática filosófica deja de lado la metafísica.

Sería caer en el reduccionismo fijarse sólo en algunos rasgos concretos y despreciar otros, pero lo cierto es, que socialmente tendemos a generalizar cómo es una persona por su rasgo más llamativo. Por ejemplo, fulanito es un “narcisista” cuando la gente ve que no parece tener abuela, o menganito es “obsesivo” cuando percibimos que hasta que no ve las cosas perfectas no se tranquiliza. En cambio, la realidad es que somos una mezcla de muchos rasgos, pero claro está que los rasgos más dominantes son los que influyen en nuestro carácter.

Aunque es necesario que normalicemos el hecho de tener una muestra de todos los rasgos de personalidad, ya que, al fin y al cabo nos ayudan a afrontar el mundo e incluso a sobrevivir en él. Si no tuviéramos algo de obsesivo no nos fijaríamos en hacer bien las cosas o no nos aseguraríamos de que hemos cerrado bien el gas o de que deberíamos echarle un ojo al bebé porque se puede caer del sofá. Si no pudiéramos conservar algo de nuestro narcisismo, nuestra autoestima probablemente se vería resentida, ya que necesitamos sentirnos especiales y buenos en algo. Si en ocasiones no nos pusiéramos algo paranoicos, no sacaríamos algunas conclusiones que nos permiten predecir que cierta gente pueda manipular nuestras opiniones o abusar de nosotros. Si no tuviéramos rasgos evitativos nos expondríamos probablemente a más peligros de los aconsejables. Y así un largo etc.

El problema viene cuando un rasgo de los que poseemos se hace fuerte y nos inunda, y comenzamos a estructurar toda nuestra vida según nos imponen los esquemas y reglas del mismo. Uno tiene un problema cuando un rasgo le da problemas o pone en problemas a otras personas, esa es la clave. Uno se hace muy obsesivo o muy dependiente o muy paranoico…, ahí la cosa comienza a complicarse.

Sabemos que nacemos con ciertos rasgos como herencia genética, y que somos algo de eso, algo del entorno donde maduramos, algo que vamos recogiendo en nuestras relaciones y también, algo que desarrollamos con nuestras propias experiencias. Afinando aún más hay un aspecto que determina especialmente el “cómo somos”: el resultado de la interacción con nuestras figuras de apego. Por tanto, vínculos primarios, es decir, la familia o cuidadores de un niño; y vínculos secundarios, el resto de la gente que ha tenido influencia sobre la persona (familiares, amigos, profesores, parejas, compañeros de trabajo…).

A lo mejor no somos de ninguna forma, pero somos moldeables desde que nacemos hasta que morimos. La buena noticia es que todo el mundo puede cambiar, lo aprendido se puede desaprender y sustituirse por esquemas alternativos. Si soy de un determinado modo porque me enseñaron, directa o indirectamente o porque mi carácter instintivo me arrastra y me acarrea conflictos, debo pensar que algo en mí no va bien y analizar qué me empuja a actuar sin control. En este caso hay que pararse a reflexionar e incluso, pedir ayuda para tratar de corregir las actitudes que se interponen en las buenas relaciones. 

La mala noticia es que hay rasgos de personalidad que uno arrastra que son sumamente resistentes al cambio. ¿Por qué? Porque nadie quiere admitir que el modo en el que se ha manejado durante toda su vida, en ciertas situaciones es un método erróneo y no sirve. Eso es duro de aceptar y de hecho, el cerebro nos dota de una serie de mecanismos de defensa que se encargan de proteger nuestros esquemas mentales primigenios. El cerebro busca seguridad para mantener a raya a la ansiedad que brota de la incertidumbre. Antes de echar por tierra lo que me ha hecho resolver ciertos problemas, mejor o peor, la mente se resistirá a aceptar los errores. Nuestra personalidad tiene una tendencia a perpetuarse ante la amenaza de descubrir que lo que llevo haciendo siempre no sirve, que no soy como creía ser, y eso crea una situación de zozobra que puede desembocar en miedo al vacío. Si no soy como creía, ¿qué soy? Mis puntos de referencia y mi identidad se tambalean. De ahí la resistencia al cambio.

Ciertamente, cada uno es como es… De todos modos, que nadie se inquiete, no hay que cambiar todo de cabo a rabo. Cada cual va a seguir siendo como es, la idea es limar solamente aquellos aspectos que dan problemas; el resto de mi personalidad no sólo no debo cambiarlo, sino que debería encargarme de reivindicarlo como característica única que me hace especial y diferente al resto. Es fundamental hacerse bien consciente de esa parte de nosotros con la que sí nos sentimos en armonía, porque son nuestros recursos y nuestra carta de presentación. El arma que nos ayuda en la búsqueda de nuestro propio bienestar, para estar integrados en las buenas relaciones, tanto familiares como sociales.

Démonos nuevas oportunidades. Estemos abiertos al cambio, porque a veces cegados por el orgullo o la ignorancia nos aferramos a seguir siendo de la forma incorrecta y vamos destruyendo nuestras relaciones. En este caso, no culpes a los demás de ser tú como eres; siempre habrá tiempo para demostrar tu mejor versión.

 

Fotografía: Internet

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