Decimos normalmente que cada persona es un mundo, por aquello
de que su interior es de una complejidad tal, que resulta muy difícil de
esclarecer. Y no andamos equivocados. Cada uno ha recibido, desde su concepción
e infancia, gran cantidad de sensaciones de toda índole, tanto positiva como
negativas, y ello en forma muy particular. No es de extrañar que no encontremos
dos personas iguales en su forma de reaccionar, de ver las cosas, de juzgar.
Todos llevamos en nuestro interior un mundo de informaciones, de sensaciones, que
a través de la vida hemos recibido, lo cual nos hace reaccionar de una manera o
de otra.
Nuestro inconsciente tiende a borrar los recuerdos más
dolorosos, pero si queremos sanarlos y dejar de sufrir, debemos sacarlos a la
luz. Quedarse en los recuerdos es anclarse en el pasado; mientras que
sanarlos, significa libertad inmediata para seguir adelante. Porque olvidar el
agravio, es la condición ‘sine qua non’ para crecer como persona.
Para conseguir la mayor paz y felicidad en nuestro interior,
es bueno entrar dentro de nosotros mismos, para sanar aquello que nos hace
daño. Ante la complejidad de cada persona y ante la diversidad de unos con
otros, es cuestión de ver cada caso.
Pongamos la mirada en los recuerdos
que todos arrastramos. Hablando de los recuerdos y el olvido, hay muchas
heridas de la vida que son tan amargas que la conciencia no soporta retenerlas y
las envía al subconsciente. Por eso muchas situaciones desagradables se
olvidan. Olvidos falsos, que alguna vez, como de paso, resurgen al ver a
alguien, pero no queremos complicarnos e inmediatamente ignoramos y olvidamos
ese recuerdo.
Estos son recursos para mantener la paz interior. Ese olvido no hace que las heridas se hagan inofensivas. Son falsos olvidos que se transforman en una gran espina que nos convierte en susceptibles, temerosos, competitivos, celosos, envidiosos, y ansiosos. Nos queda un dolor escondido, por las malas experiencias a las que nos hemos enfrentado y no han sido sanadas a tiempo, quedan escondidas y lastiman por lo bajo, produciendo sensaciones desagradables y difusas. Por lo mismo, puedo llegar a herir a otro como yo fui herido.
Hay pequeñeces que ahora parecen infantiles, pero que cuando
las recordamos nos producen dolor, y nos llevan de nuevo a aquel niño que
sufrió y no fue sanado, o a aquel adolescente desilusionado que aún está
clamando un S.O.S dentro de sí. En consecuencia, si esto no lo voy sacando, irá
acumulando desperdicios dentro del corazón.
Los recuerdos no sanados nos pueden acarrear situaciones no agradables y difíciles. En otras palabras. Cuando veamos caracteres raros, reacciones extrañas, estados de ánimo tristes, abatidos, cabizbajos, etc. podemos sospechar que algún recuerdo no querido hay en el subconsciente de la persona, porque cada sentimiento, desde la concepción da por resultado recuerdos que están grabados en el subconsciente, y estamos afectados emocional y físicamente por los recuerdos que recibimos desde los sentidos y asociamos experiencias presentes con las pasadas. Los recuerdos dolorosos negativos, tienden a hacernos negativos e infelices. Ejemplo. Un padre bebedor, y su falta de amor con sus hijos, o la falta de amor en la relación entre sus padres, traerá a los niños fuertes recuerdos negativos, resentimiento hacia el padre bebedor.
Experiencias traumáticas cuyo resultado es el resentimiento y
la culpabilidad. En una palabra, cualquier experiencia traumática puede
conllevar un carácter agrio, falta de generosidad, de libertad y en consecuencia,
falta de felicidad.
El psiquiatra Hugh Missaldine, M.D., afirma que todos tenemos
dentro de nosotros mismos al pequeño niño que fuimos, viviendo en nosotros con
todas sus tensiones, odios, resentimientos, orgullo, dolores, amor propio, etc.
Muchos de los problemas de los adultos resultan de estos sentimientos y
emociones negativas ocurridas en la niñez o pubertad.
Y el psicólogo Ramón Soler dice que: El conocimiento científico
sobre cómo funciona nuestra memoria aún está en pañales. Por ahora, tenemos muy
pocos datos sobre cómo se seleccionan y se almacenan los recuerdos o por qué
recordamos unos acontecimientos y otros no.
No obstante, en los últimos años los neurólogos están
realizando importantísimos descubrimientos sobre la importancia de las emociones
a la hora de almacenar recuerdos. Las conclusiones de las investigaciones nos
dicen que es más probable que recordemos un hecho si va unido a una emoción (ya
sea agradable o desagradable). Esto explica el por qué recordamos perfectamente
el día del nacimiento de un hijo o el momento en el que nos felicitó el
profesor por haber hecho el mejor trabajo de la clase y sin embargo, no podemos
recordar lo que cenamos hace dos semanas.
Sobre los recuerdos bloqueados y las barreras del trauma, cuenta el psicólogo Ramón Soler, la experiencia de pacientes en su consulta. De vez en cuando, alguna de las personas que acude a mi consulta, me comenta que no guarda ningún recuerdo de su infancia, ninguno, ni bueno, ni malo. Su amnesia llega a tal grado, que incluso, tampoco logra identificarse cuando ve las fotografías de su niñez o en las reuniones familiares, cuando todo el mundo empieza a comentar anécdotas del pasado, se siente incapaz de recordar nada de lo que los demás relatan. "Es como si no fuera mi historia, como si no lo hubiera vivido", me dijo una paciente en una de sus primeras sesiones.
En estos casos no es correcto usar el término “olvidar”,
sería más apropiado decir que no recordamos nuestro pasado. La información no
se pierde, siempre está en nuestro interior, pero en estas circunstancias,
escondida bajo una característica muy peculiar: el acceso a estos recuerdos ha
sido bloqueado.
Nuestro inconsciente, en un afán de protegernos frente a situaciones traumáticas que hayamos vivido, bloquea esos recuerdos para evitarnos el sufrimiento diario de revivir el dolor de aquellos momentos. La amnesia, ante este tipo de vivencias, tenemos que comprenderla como un mecanismo inconsciente de protección frente a situaciones que nos superaron y que no pudimos asumir en su momento debido a su gravedad y a nuestra inmadurez. Sin embargo, la coyuntura de no recordar estas situaciones traumáticas, no elimina el efecto negativo que aquellos sucesos ocasionaron en nosotros. El dolor, la pena, el miedo o la rabia continúan presentes en nosotros. En nuestro cuerpo, en nuestras emociones, sentimos su acción, su peso, pero no comprendemos su causa, su origen, puesto que lo desconocemos.
Aquellos sucesos pasados borrados por nuestro inconsciente,
nos siguen afectando en nuestro presente de tal forma que pueden llegar a
provocar graves cuadros de ansiedad, depresión e incluso, síntomas físicos como
dolores o enfermedades. Debido a su malestar, la persona puede iniciar todo un
peregrinaje por distintos profesionales de la salud, pero ninguno conseguirá
ayudarla si no logra acceder a sus recuerdos y sanar las situaciones
traumáticas del pasado.
Otro problema derivado del hecho de olvidar (o de bloquear el
acceso a la información) es que la mente se acostumbra a este proceso y termina
extralimitándose en sus funciones bloqueando no sólo los recuerdos
desagradables y traumáticos o los que no interesa airear, sino también los
positivos.
Nuestra memoria nos proporciona un bagaje de recuerdos y experiencias vividas que configuran nuestra personalidad y nos hacen ser quienes somos. Si no recordamos nuestra historia, si no podemos pensar o hablar de ella ¿quiénes somos, entonces?
Para poder sanar nuestro pasado y rescatar nuestra memoria para conocernos en profundidad, resulta imprescindible encontrar una terapia que nos ayude a sumergirnos en nuestra historia para recuperarla, sacarla a la superficie, asimilarla y sanarla. Con toda probabilidad, encontraremos resistencias y pensaremos que es mejor no remover lo que está oculto, sin embargo, en nuestro presente existe una importante diferencia con respecto al niño o la niña que ocultaron sus recuerdos dolorosos: hoy en día somos adultos, ahora somos más fuertes y podemos utilizar herramientas para hacer frente a los efectos de esos recuerdos que me causan daño; sería bueno que lo hagamos con un terapeuta, el acompañamiento adecuado que nos ayudará a sacar a la luz todos aquellos recuerdos que nos bloquean y nos impiden vivir con tranquilidad para poder disfrutar de las emociones de la vida. Solo así, podremos llegar a comprender y sanar toda nuestra historia. Además, una vez quitados los velos de nuestro pasado, también podremos desactivar los efectos negativos de los traumas en nuestra psique.
No es un trabajo fácil y, por momentos puede resultar
doloroso, pero de no hacer nada con ello, el dolor seguirá presente y
seguiremos viviendo desconectados de nosotros mismos. El beneficio de conectar
con nuestro interior y de retomar el poder que perdimos en el pasado, hace que
el esfuerzo merezca totalmente la pena.
La psicología racionaliza el pasado y anima a aceptar los recuerdos dolorosos o bien ayuda a aprender a vivir con ellos. Los sicólogos ponen énfasis en el diálogo, todo esto es a un nivel intelectual, cuando en realidad la dificultad se centra en lo emocional. Los recuerdos son la base para nuestra vida emocional estable. Si vives en un sin vivir, mejor busca a un profesional que te escuche y te ayude a buscar la salida de tu laberinto emocional, porque poniendo cada recuerdo en su lugar, podrás liberarte de esa carga que no te deja disfrutar del día a día.
No se trata de estar a cada rato recordando dolores pasados.
Si estamos atentos a toda tristeza que nos aparezca dentro, terminaremos
obsesionados. Tampoco se trata de darles vueltas interiormente, sino de
reconocer cosas viejas que empujan desde dentro hacia fuera, hacia la luz y que nos impiden vivir sosegados y tranquilos.
Hablo de la luz desde el plano intimista, me refiero a la fe desde
la experiencia personal, la fe tiene poder sanador. Se trata de revivir hechos
dolorosos ante la mirada de Cristo, y luego olvidarlos, confiando en la obra
sanadora del Señor. No debemos permitir que quede ninguna parte de nuestra
vida fuera de la mirada y de la luz del Señor.
Puede tratarse de cosas que nos den vergüenza, o que nos hagan sentir culpables, pero para alcanzar la paz es necesario no esconderlas más. No hay mayor liberación, cuando siendo consciente que has causado un daño a una persona, vas con humildad ante ella y reconoces tu error. Aunque Jesús lo ve todo, la mirada de Jesús no hace daño, no nos hace sufrir, no busca lastimar; solo busca mi felicidad, mi sanación y mi liberación. Justamente un signo de que hemos sanado la herida, es que podemos presentar serenamente aquel hecho ante la mirada del Señor. Él conoce el hecho, no se lo podemos ocultar. Pero es necesario presentárselo y permitirle que entre para poder sanarme.
"La paz os dejo, la paz os doy". Bellas palabras
del Evangelio. Pero estas palabras deben ser una reflexión que los cristianos
debemos hacernos.
Entregamos nuestras vidas a Dios y no siempre gozamos de una
profunda y verdadera paz interior, porque estamos atrapados en recuerdos de culpas. La santidad a que Cristo nos ha llamado es
una armonía entre cuerpo, mente y espíritu. Una integración de los tres
elementos, y los recuerdos tienen influencia en nuestra vida emocional, mente y
cuerpo.
Sabemos de la influencia que tiene en el hombre los recuerdos
sensoriales. Si los recuerdos son positivos y agradables, tendremos una persona
positiva y feliz. Si los recuerdos son negativos y dolorosos, la persona será
negativa e infeliz. El 90% de la mente humana es subconsciente, y allí está
almacenada todas las experiencias de nuestra vida.
Los peores recuerdos siempre se quedan con nosotros, mientras
que los buenos parecen deslizarse por nuestros dedos. Diane Sawyer.
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