Hoy es un día, donde la memoria de los recuerdos se reaviva
en el pensamiento, y en el corazón los sentimientos y la añoranza se conjugan y
me envuelven emociones encontradas; la pena de su ausencia y la alegría de
vivencias inolvidables, y con un nudo en la garganta el día se convierte en
‘memoria’ a mi madre del alma.
Unos días me parece que fue ayer y otros me parece una
eternidad, pero desde hace treinta años convivo con una ausencia notable (también
la de mi padre), pero es curioso como esa ausencia pasa de ser dolorosísima
para irse convirtiendo en algo que se puede sobrellevar. Es como llevar sobre
la cabeza algo pesadísimo sin tambalearse, es cuestión de aprender a moverse
con todo eso encima. Los marineros que saben de tempestades explican que, en
caso de tempestad, que un barco se hunda o no depende de si la carga está bien
repartida. Pues eso he hecho yo en estos treinta años: aprender a repartir la
carga de la pena, del dolor, de la añoranza de haber perdido a mi madre. Y aceptar que se haya ido a una edad temprana, porque todavía estaba llena de
fuerza y vitalidad, y la enfermedad le robó todo. Pero sé que el dolor por la ausencia de mi madre sería el mismo, aunque hubiese dejado este mundo a los
noventa años.
Ahora vivo sin ella, pero vivo feliz de la mano de todos los buenos
recuerdos que me dejó. Aunque si me hubiera gustado evitarle su enfermedad,
porque recordar su imagen en su enfermedad me duele, y cuando pensara en
ella, que pienso siempre, la recordaría en sus mejores momentos, bella y espléndida, llena de salud y
de energía. Llena de vida y de futuro. Llena de amor por la vida y entregada a su familia.
En estos años me he acostumbrado a echar de menos a mi madre
todos los días, desde el saludo de la mañana hasta las confidencias del día a
día. A veces la siento tan cerca que cambiamos impresiones sobre los
aconteceres familiares. La echo de menos en todo y por todo. La vida sigue y
los acontecimientos se suceden y no todo sucede como nos gustaría, por eso sé
que se ha librado de algún disgusto.
En todo pienso a diario cuando pienso en mi madre. Ella está presente en mi día a día. A veces siento pena y tristeza, otras veces nostalgia y otras, una gratitud inmensa por todo lo que me dio y me dejó. Gratitud por la oportunidad de haber acumulado ese arsenal de recuerdos preciosos que siguen alimentando y manteniendo esa unión tan especial con ella. Y cuando pienso en mi madre la recuerdo riendo. Sí, la echo mucho de menos, pero hoy no más que cualquier otro día de esta vida. De esta vida extraña que sigue su curso aunque mi madre no esté, pero está...
Mi madre fue una mujer extraordinaria. Ella como ninguna
otra habría estado dispuesta a dar su vida por todos y cada uno de sus diez
hijos. Mujer valiente. Mujer que tuvo la capacidad de concebir y criar y
encaminar a su numerosa prole junto a mi padre, otra impresionante criatura de
hombros fuertes y manos encallecidas. Son ejemplo a seguir. Nos enseñaron cómo
andar por la vida y nos indicaron los caminos que nos llevarían a ser gente de
bien; aunque hoy sus enseñanzas brillan por su ausencia. Pero un cáncer se
interpuso en su camino, aunque siguió viviendo su vida con normalidad, hasta
que la doblegó y cayó rendida.
Aún enferma, día a día ella seguía batallando con el ritmo de vida no muy diferente de lo que fue toda su vida. Cuando el cáncer vino a consumirla del todo, rara vez se quejó, al contrario, aceptó su dolor físico y su fatalidad con humildad. En las últimas horas de su vida, recuerdo, cuando bajo el efecto de medicinas paliativas ella trataba de sobrellevar la agonía final, y yo alcanzaba a percibir su aliento a través de mi corazón, y mis gemidos quedos atravesaban mi alma y desgarraban mi vida.
Como la mujer profundamente cristiana que fue, hoy puedo
imaginarla en el más allá, en la gloria merecida "victoriosa sobre la
lápida de su tumba" —como diría San Pablo—, con la amplia sonrisa con la
que siempre me repetía uno de sus consejos favoritos: “Hija, todos los
problemas en la vida tienen solución. Todos, menos el de la muerte...”
Para una madre sus hijos no dejan de ser niños, aunque peinen
canas: “Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y
mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados”.
El ser humano que ha recibido mayores elogios y a quien se le debe la máxima veneración es a la madre. La grandeza de una madre nace del hecho de haber dado lo más grande que puede recibir un ser humano, y es la propia vida. Si el gozo de dar es proporcional al valor del don que ofrece, nadie en la vida puede sentirse más feliz que una madre cuando da a luz. Con sobrada razón la mujer ha sido para pintores y poetas la personificación más atractiva de la belleza.
Recordarla la recuerdo porque estamos unidas por siempre, unidas por la sangre y por el amor que nos tuvimos, y hoy me
abraza y me da la bendición desde el cielo. Siempre estuvo y estuve. Siempre ha estado y está junto
a mí, presente y espiritualmente cuando más la necesito, y la necesito cada
segundo de mi vida.
Una madre es quien nos da la vida con su propia vida, quien nos trae al mundo
como si de un milagro se tratara. La palabra madre significa mucho más que todo
eso, en una sola palabra caben millones de sentimientos, como el amor
incondicional, el cariño, el consuelo y la entrega absoluta a su familia. Una
madre es el pilar fundamental de una familia, la que nutre en todos los
sentidos y da todo sin esperar nada a cambio, sin ella todo se desvanece. Valerosa madre.
Perder a una madre es quizás la peor pérdida a la que puede
enfrentarse una persona, pero debemos pensar en que no es un adiós, si no un
hasta luego y que siempre estará viva en nuestro recuerdo y en nuestro corazón.
Madre si llorando te devolviera la vida, lloraría todo el día
o todo el año por ti, pero como sé que no es así te honraré con mi cariño, mi sonrisa y mi
recuerdo…
Mamá, de tu mano voy contigo a través del tiempo y a pesar de
la muerte. Vives en mi mente cuando te pienso y en mi corazón cada vez que
late… Mamá, no te has ido del todo
porque aún permaneces en mi corazón, en mi memoria, en mi recuerdo, y te sueño a mi lado y siento tu respirar y tu aliento.
Mi Madre me dijo que el mejor regalo que Dios me podía dar,
era la salud… Te equivocaste Mamá, el mejor regalo de mi vida has sido Tú. Eres el Ser más grande y más importante de mi vida, y estoy orgullosa y agradecida de tenerte como Madre.
¡Madre mía, dame tu bendición allá en el cielo!
Allí donde te encuentres, madre mía,
recibe de lo íntimo de mi alma,
un beso que te bese cada día
hasta que a mí me crezcan las alas…
Fotografía: Internet
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