El cerebro piensa, el corazón siente…
Dicen que, los límites están en la mente y la fuerza en el
corazón… Pensamos en ‘corazón y mente’ y los imaginamos de la mano y por
momentos acalorados intentando ponerse de acuerdo, porque el corazón tiene razones que
la razón no entiende.
Con su lenguaje de latidos, el corazón no solo envía mensajes
al cerebro, cuando sus neuronas detectan que necesitamos equilibrarnos, sino
que pone en marcha sus propios recursos para volver a la situación de
equilibrio, y hasta puede hacerlo de un modo autónomo, sin que nuestro cerebro
intervenga.
Entre ambos órganos se establece un camino de ida y vuelta en
el que diseñan nuestras percepciones sin que seamos plenamente conscientes,
pero es donde experimentamos, tanto nuestro ser como las emociones y
sensaciones de los demás.
La mente no funciona separadamente del cuerpo, y del mismo
modo nuestro cerebro no funciona independientemente de nuestro corazón. Ambos
órganos entonan una sinfonía que influye en nuestras percepciones y decisiones,
y en el modo en que conectamos con los demás.
¡Quiérete siempre, no olvides que el corazón tiene memoria! Cuando
se produzca una batalla entre tu mente y tu corazón, trata de identificar qué
mensajes te lanza cada uno y encuentra el equilibrio entre ambos.
Una persona equilibrada es aquella que actúa con el corazón y
la mente al unísono. Si la mente y el corazón no se comunican con claridad
entre sí, uno dominará al otro.
Se pensaba que el cerebro es el director de orquesta de
nuestro organismo, pero cada vez hay más evidencias de que es el corazón quien
toma las decisiones.
Y, a la hora de tomar decisiones podemos encontrarnos en una
disyuntiva entre lo que deseamos y lo que, creemos, será más beneficioso para
nosotros. Se trata de la eterna lucha entre la mente y el corazón a la que
todos nos enfrentamos en algún momento. Evidentemente, ambas opciones surgen de
un proceso mental (el corazón es un órgano sin capacidad para generar una
opinión), pero de ahora en adelante utilizaremos estos términos de forma
simbólica.
Dentro de cada uno de nosotros habitan dos realidades, dice
la psicóloga Elena Sanz: una que nos habla de impulsos y deseos, y otra que nos
acerca a la lógica y la prudencia. Para tener una existencia equilibrada
debemos desarrollar la capacidad de aunar ambas direcciones y encontrar un
punto común. Guiarnos únicamente por una de ellas nos conducirá al caos o a la
frustración.
La fuerza del corazón… El corazón simboliza nuestra parte más
primitiva, infantil y libre. Nos impulsa a actuar de forma desinhibida,
espontánea y natural. El corazón no valora los riesgos: siente la intensidad
del deseo y se mueve para alcanzarlo. No entiende de orgullo, de precaución ni
de estrategias. Es la fuerza que nos lleva a confiar plenamente, a entregarnos,
a mostrarnos vulnerables y a perdonar.
Es la chispa de inocencia y de pasión que nos permite disfrutar de la vida, ilusionarnos y soñar. Cuando seguimos a nuestro corazón sentimos que todo es posible, que el mundo es justo y las personas están llenas de bondad. El corazón nos grita que nos lancemos al vacío porque podremos volar. Así, bajo su mando somos capaces de abandonar ese trabajo que no nos llena, de arriesgarnos a amar de nuevo, de dar segundas oportunidades y de olvidar el dolor. Sin embargo, en función de la ocasión, esta conducta puede ser tildada de valiente o de temeraria.
Es posible que alcancemos el éxito, pero también puede
ocurrir que nos topemos frente a frente con la decepción. Movernos por la vida
sin filtros puede conducirnos a ser heridos, traicionados e, incluso, maltratados.
La experiencia es un grado y no podemos pasarla por alto. Hemos de aprender de
ella, pues tal vez, comprobar si la piscina tiene agua antes de tirarnos será
más beneficioso que confiar ciegamente en que así será.
El consejo de la mente… La mente, por su lado, es la voz de
la cordura, del análisis y de la responsabilidad. Se va formando a partir de
las normas recibidas en casa y de los valores transmitidos por la sociedad. Es
quien nos insta a permanecer sentados en el colegio, a tener buenos modales en
la mesa y a reflexionar antes de actuar.
La mente recopila la información de cada vivencia y genera
una estrategia para anticipar los resultados. De esta forma selecciona la
mejor manera de actuar en función de las consecuencias previstas. Por consejo
de la mente el niño no juega con el balón dentro de casa (sabe que eso
conllevaría una reprimenda). Y del mismo modo los adultos tratamos de usar la
lógica en nuestras decisiones personales.
La mente nos alerta de que exploremos otras alternativas laborales
antes de abandonar nuestro empleo. Nos insta a tener reticencias a la hora de
volver a confiar en quien nos traicionó. Nos recuerda que el mundo no siempre
es justo, no siempre es fácil y que es nuestra responsabilidad cuidar de
nosotros mismos.
Ante, por ejemplo, una relación dañina, la mente nos susurra
“márchate” cuando el corazón nos grita “no te vayas”. La mente nos recuerda
“mereces respeto” mientras el corazón nos suplica “un último intento y todo
cambiará”.
Mantener la armonía entre el corazón y la mente es
importante, porque cuando hay desacuerdos entre ellos, nuestros sueños no
avanzan.
Hay que encontrar el equilibrio entre la mente y el corazón… Como vemos ni el corazón ni la mente son infalibles. Si nos aferramos al primero podemos salir heridos, pero si lo hacemos al segundo podemos terminar viviendo una vida gris. Ni la cautela ni la ilusión son suficientes por sí mismas, se necesita una combinación de ambas (específica para cada caso). Así, trata de mantenerte en contacto con ambos polos de tu ser. Aprende a detectar de dónde procede cada mensaje y analiza cuál de los dos suele tener más poder sobre tus decisiones. A continuación, trata de equilibrarlos cada vez que te enfrentes a un dilema y potencia aquel aspecto que tienes menos desarrollado y compensarás la balanza.
Tu corazón es libre, ten el valor de escucharlo. Aprende que
el corazón es libre, por lo que nuestra verdadera libertad radica en él. Solo
él sabe qué es lo que realmente quieres y deseas en cada momento
Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. Miguel de Unamuno.
La mente no funciona separadamente del cuerpo y del mismo
modo, nuestro cerebro no funciona independientemente de nuestro corazón. Ambos
órganos entonan una sinfonía que influye en nuestras percepciones y decisiones,
y en el modo en que conectamos con los demás. Es algo que empieza a ser
analizado por la biología profunda y que nos traslada a una nueva percepción de
lo que somos en verdad.
Amamos, estudiamos, reímos, nos frustramos y tomamos
decisiones convencidos de que cada uno de estos actos son controlados por el
cerebro. Sin embargo, las emociones que subyacen detrás de estas vivencias
tienen a menudo como codirector de orquesta también al corazón.
Con su lenguaje de latidos, el corazón no solo envía mensajes
al cerebro cuando sus neuronas detectan que necesitamos equilibrarnos, sino
que pone en marcha sus propios recursos para volver a la situación de
equilibrio y hasta puede hacerlo de un modo autónomo, sin que nuestro cerebro
intervenga.
Entre ambos órganos se establece un camino de ida y vuelta en
el que diseñan nuestras percepciones sin que seamos plenamente conscientes,
pero desde donde experimentamos nuestro ser tanto como las emociones y
sensaciones de los demás.
La sensación de unidad, no es raro que vaya acompañada de una
profunda percepción de fortaleza interior. La experiencia del "estado de
unidad", de la unidad que nace de dentro y que parte de la vivencia de
estar –solo estar, sin barreras ni juicio alguno– activa actitudes como el perdón
o la reconciliación.
El estado de "paz interior" o "estar en el
centro", en un amplio sentido del término, es una experiencia mística.
La experiencia es mayor cuando el corazón transfiere información fisiológica,
psicológica y social entre los individuos, porque desde el punto de vista
evolutivo es esta conexión lo que nos ha permitido llegar hasta aquí como
especie.
Ciertos pensamientos son plegarias. Hay momentos en que, sea
cual fuere la actividad del cuerpo, el alma está de rodillas. Victor Hugo.
Dice John Cacioppo, creador de la neurociencia social: "Los
humanos crecemos, aprendemos y nos desarrollamos en grupo, y la ciencia ha
demostrado que tenemos emociones que no existen en otras especies, o que las
tienen, pero están apenas desarrolladas. Una es la empatía, una forma de
receptividad mutua en la que los demás influyen y moldean nuestro estado de
ánimo y nuestra biología".
Al parecer, estamos de verdad en la piel de los demás porque, según
Daniel Stern, profesor adjunto del departamento de Psiquiatría de la
Universidad de Cornell, "nuestro sistema nervioso percibe el sistema
nervioso de los demás y siente lo que los demás sienten". Cuando ello
ocurre resonamos con su experiencia y ellos también con nosotros.
De hecho, ya Aristóteles daba prioridad al corazón antes que, al cerebro, y en la Edad Media se creía que cada persona tenía tres almas: una en el hígado, otra en el corazón y la tercera era el alma.
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