sábado, 26 de junio de 2021

Corazón y mente


 

El cerebro piensa, el corazón siente…

Dicen que, los límites están en la mente y la fuerza en el corazón… Pensamos en ‘corazón y mente’ y los imaginamos de la mano y por momentos acalorados intentando ponerse de acuerdo, porque el corazón tiene razones que la razón no entiende.

Con su lenguaje de latidos, el corazón no solo envía mensajes al cerebro, cuando sus neuronas detectan que necesitamos equilibrarnos, sino que pone en marcha sus propios recursos para volver a la situación de equilibrio, y hasta puede hacerlo de un modo autónomo, sin que nuestro cerebro intervenga.

Entre ambos órganos se establece un camino de ida y vuelta en el que diseñan nuestras percepciones sin que seamos plenamente conscientes, pero es donde experimentamos, tanto nuestro ser como las emociones y sensaciones de los demás.

La mente no funciona separadamente del cuerpo, y del mismo modo nuestro cerebro no funciona independientemente de nuestro corazón. Ambos órganos entonan una sinfonía que influye en nuestras percepciones y decisiones, y en el modo en que conectamos con los demás.

¡Quiérete siempre, no olvides que el corazón tiene memoria! Cuando se produzca una batalla entre tu mente y tu corazón, trata de identificar qué mensajes te lanza cada uno y encuentra el equilibrio entre ambos.

Una persona equilibrada es aquella que actúa con el corazón y la mente al unísono. Si la mente y el corazón no se comunican con claridad entre sí, uno dominará al otro.

Se pensaba que el cerebro es el director de orquesta de nuestro organismo, pero cada vez hay más evidencias de que es el corazón quien toma las decisiones.

Y, a la hora de tomar decisiones podemos encontrarnos en una disyuntiva entre lo que deseamos y lo que, creemos, será más beneficioso para nosotros. Se trata de la eterna lucha entre la mente y el corazón a la que todos nos enfrentamos en algún momento. Evidentemente, ambas opciones surgen de un proceso mental (el corazón es un órgano sin capacidad para generar una opinión), pero de ahora en adelante utilizaremos estos términos de forma simbólica.

Dentro de cada uno de nosotros habitan dos realidades, dice la psicóloga Elena Sanz: una que nos habla de impulsos y deseos, y otra que nos acerca a la lógica y la prudencia. Para tener una existencia equilibrada debemos desarrollar la capacidad de aunar ambas direcciones y encontrar un punto común. Guiarnos únicamente por una de ellas nos conducirá al caos o a la frustración.

La fuerza del corazón… El corazón simboliza nuestra parte más primitiva, infantil y libre. Nos impulsa a actuar de forma desinhibida, espontánea y natural. El corazón no valora los riesgos: siente la intensidad del deseo y se mueve para alcanzarlo. No entiende de orgullo, de precaución ni de estrategias. Es la fuerza que nos lleva a confiar plenamente, a entregarnos, a mostrarnos vulnerables y a perdonar.

Es la chispa de inocencia y de pasión que nos permite disfrutar de la vida, ilusionarnos y soñar. Cuando seguimos a nuestro corazón sentimos que todo es posible, que el mundo es justo y las personas están llenas de bondad. El corazón nos grita que nos lancemos al vacío porque podremos volar. Así, bajo su mando somos capaces de abandonar ese trabajo que no nos llena, de arriesgarnos a amar de nuevo, de dar segundas oportunidades y de olvidar el dolor. Sin embargo, en función de la ocasión, esta conducta puede ser tildada de valiente o de temeraria.

Es posible que alcancemos el éxito, pero también puede ocurrir que nos topemos frente a frente con la decepción. Movernos por la vida sin filtros puede conducirnos a ser heridos, traicionados e, incluso, maltratados. La experiencia es un grado y no podemos pasarla por alto. Hemos de aprender de ella, pues tal vez, comprobar si la piscina tiene agua antes de tirarnos será más beneficioso que confiar ciegamente en que así será.

El consejo de la mente… La mente, por su lado, es la voz de la cordura, del análisis y de la responsabilidad. Se va formando a partir de las normas recibidas en casa y de los valores transmitidos por la sociedad. Es quien nos insta a permanecer sentados en el colegio, a tener buenos modales en la mesa y a reflexionar antes de actuar.

La mente recopila la información de cada vivencia y genera una estrategia para anticipar los resultados. De esta forma selecciona la mejor manera de actuar en función de las consecuencias previstas. Por consejo de la mente el niño no juega con el balón dentro de casa (sabe que eso conllevaría una reprimenda). Y del mismo modo los adultos tratamos de usar la lógica en nuestras decisiones personales.

La mente nos alerta de que exploremos otras alternativas laborales antes de abandonar nuestro empleo. Nos insta a tener reticencias a la hora de volver a confiar en quien nos traicionó. Nos recuerda que el mundo no siempre es justo, no siempre es fácil y que es nuestra responsabilidad cuidar de nosotros mismos.

Ante, por ejemplo, una relación dañina, la mente nos susurra “márchate” cuando el corazón nos grita “no te vayas”. La mente nos recuerda “mereces respeto” mientras el corazón nos suplica “un último intento y todo cambiará”.

Mantener la armonía entre el corazón y la mente es importante, porque cuando hay desacuerdos entre ellos, nuestros sueños no avanzan.

Hay que encontrar el equilibrio entre la mente y el corazón… Como vemos ni el corazón ni la mente son infalibles. Si nos aferramos al primero podemos salir heridos, pero si lo hacemos al segundo podemos terminar viviendo una vida gris. Ni la cautela ni la ilusión son suficientes por sí mismas, se necesita una combinación de ambas (específica para cada caso). Así, trata de mantenerte en contacto con ambos polos de tu ser. Aprende a detectar de dónde procede cada mensaje y analiza cuál de los dos suele tener más poder sobre tus decisiones. A continuación, trata de equilibrarlos cada vez que te enfrentes a un dilema y potencia aquel aspecto que tienes menos desarrollado y compensarás la balanza.

Tu corazón es libre, ten el valor de escucharlo. Aprende que el corazón es libre, por lo que nuestra verdadera libertad radica en él. Solo él sabe qué es lo que realmente quieres y deseas en cada momento

Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. Miguel de Unamuno.

La mente no funciona separadamente del cuerpo y del mismo modo, nuestro cerebro no funciona independientemente de nuestro corazón. Ambos órganos entonan una sinfonía que influye en nuestras percepciones y decisiones, y en el modo en que conectamos con los demás. Es algo que empieza a ser analizado por la biología profunda y que nos traslada a una nueva percepción de lo que somos en verdad.

Amamos, estudiamos, reímos, nos frustramos y tomamos decisiones convencidos de que cada uno de estos actos son controlados por el cerebro. Sin embargo, las emociones que subyacen detrás de estas vivencias tienen a menudo como codirector de orquesta también al corazón.

Con su lenguaje de latidos, el corazón no solo envía mensajes al cerebro cuando sus neuronas detectan que necesitamos equilibrarnos, sino que pone en marcha sus propios recursos para volver a la situación de equilibrio y hasta puede hacerlo de un modo autónomo, sin que nuestro cerebro intervenga.

Entre ambos órganos se establece un camino de ida y vuelta en el que diseñan nuestras percepciones sin que seamos plenamente conscientes, pero desde donde experimentamos nuestro ser tanto como las emociones y sensaciones de los demás.

La sensación de unidad, no es raro que vaya acompañada de una profunda percepción de fortaleza interior. La experiencia del "estado de unidad", de la unidad que nace de dentro y que parte de la vivencia de estar –solo estar, sin barreras ni juicio alguno– activa actitudes como el perdón o la reconciliación.

El estado de "paz interior" o "estar en el centro", en un amplio sentido del término, es una experiencia mística. La experiencia es mayor cuando el corazón transfiere información fisiológica, psicológica y social entre los individuos, porque desde el punto de vista evolutivo es esta conexión lo que nos ha permitido llegar hasta aquí como especie.

Ciertos pensamientos son plegarias. Hay momentos en que, sea cual fuere la actividad del cuerpo, el alma está de rodillas. Victor Hugo.

Dice John Cacioppo, creador de la neurociencia social: "Los humanos crecemos, aprendemos y nos desarrollamos en grupo, y la ciencia ha demostrado que tenemos emociones que no existen en otras especies, o que las tienen, pero están apenas desarrolladas. Una es la empatía, una forma de receptividad mutua en la que los demás influyen y moldean nuestro estado de ánimo y nuestra biología".

Al parecer, estamos de verdad en la piel de los demás porque, según Daniel Stern, profesor adjunto del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Cornell, "nuestro sistema nervioso percibe el sistema nervioso de los demás y siente lo que los demás sienten". Cuando ello ocurre resonamos con su experiencia y ellos también con nosotros.

De hecho, ya Aristóteles daba prioridad al corazón antes que, al cerebro, y en la Edad Media se creía que cada persona tenía tres almas: una en el hígado, otra en el corazón y la tercera era el alma.  

 

Fotografía: Internet

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