viernes, 29 de noviembre de 2019

Temporero


Temporero, se aplica a la persona que realiza un trabajo con carácter temporal. Un trabajador temporero se dedica a un empleo durante una determinada temporada del año. La palabra temporero tiene su origen en la característica temporal del trabajo al que se dedican. 

Los temporeros suelen estar relacionados con el campo y la agricultura, pero no tiene por qué ser así. Sin embargo, son los más conocidos ya que históricamente es de sobra conocido que determinados cultivos tienen unas épocas en las que se plantan y otras en las que se recogen.

Por ejemplo, en España tenemos temporadas de uvas, de fresas, de aceitunas, de naranjas, de melones, de tomates, etc., y para la recolección se contratan a personas que buscan esos trabajos de temporada y viven de aquí para allá, quizás porque le ahoga estar dentro de un local o porque les gusta cambiar de ambientes o porque no encuentran otra cosa.

Y ¿la zafra? Se le llama Zafra al periodo en el que se cosechan los campos de todos los productos citados y muchísimos más, que necesitan de mano temporal para su recolección. 

En Gran Canaria podemos hablar de las zafras del tomate, temporada en que la gente dejaba el norte y se desplazaba al sur de la isla durante los meses de la zafra. Los almacenes de empaquetado se llenaban de mujeres jóvenes venidas de diversos pueblos. La temporada de empaquetado duraba desde noviembre hasta abril. Eran tiempos en que la juventud veía en la zafra la oportunidad de progresar económicamente y también de salir y conocer otros lugares y nueva gente. 

En el mes de noviembre llegaban a los pueblos perdidos entre montañas, dos enormes camiones que parecía salirse de aquellos caminos polvorientos, en uno se cargaba los enseres; ropas, calderos alguna silla etc., y en el otro iban más de veinte personas sentadas en unas barras atravesadas a modo de banco, sin otro sistema de seguridad que el de mantener el equilibrio sentados quietos, sosteniéndose unos a otros frente a los vaivenes, además la plancha cajón del camión, ni siquiera tenía barrotes que diera protección y seguridad para que alguien no se saltase en uno de los tantos baches. 

Cerca de los almacenes de empaquetado, los terratenientes ponían a disposición de los temporeros unos barracones, con un patio central o distribuidor que estaba rodeado por varias habitaciones grandes llenas de literas que hacía de dormitorio y estar, baños comunes y unos pequeños cuartitos a modo de cocina. Los grupos estaban formados por doce y más personas. Hay que decir que los grupos que compartían espacio eran del mismo lugar de procedencia, pero iban emparejados familiarmente, por ejemplo: dos hermanas, tía y sobrina, dos primas, dos amigas, en femenino porque eran las mujeres las que copaban los puestos de empaquetado. Por tanto, litera y cocinilla iba emparejada. Había que cocinar por turno porque el poyo era muy pequeño para poner en marcha seis cocinillas. Cocinillas de petróleo que se le daba fuelle para poder prender una mecha y cuyo sonido era muy peculiar. 

De pareja con una prima materna ya había ido el año anterior Vita cuando Flor, que tenía trece años, pensó ir porque en la escuela ya no había más materia que enseñarle desde los once, aunque preparada  para ir al Instituto, no podía ser, ya que en la casa de los abuelos maternos ya había algún hermano y en la casa de los abuelos paternos tampoco podía ser por la grave enfermedad del abuelo que había que cuidarlo. Tanto la maestra como el marido hablaron con la madre de Flor para hacerles saber la pena que sería que no pudiera aprovechar el talento para seguir estudiando, y la madre les dijo que más pena tenía ella porque deseaba que sus hijos pudieran prepararse para que tuvieran un futuro mejor que el que tenían ellos, por eso pensaban dejar el campo. 

La decisión la tomó Flor animada por otras chicas que dejaban la escuela y se iban al sur con sus hermanas mayores. Cuando Flor se lo dijo a sus padres ellos no creían que se lo dijera en serio y no les parecía buena la idea, entre otras cosas, porque solo tenía trece años. El almacén de empaquetado admitía con catorce años, pero como era fácil falsificar la edad, solo había que despegar el plástico y con cuidado borrar y poner o quitar años. Seguro que aún hay quienes tienen en el carnet menos años.

Preparando para marchar a la zafra, murió el abuelo paterno de Flor, pero el curso ya había empezado y la oportunidad de continuar los estudios se fueron al traste. Por voluntad propia, con trece años se fue a la zafra con su hermana mayor vestidas de luto. 

Entre la gente que se iban a la zafra se creaban lazos de confraternidad y con alegría esperaban que llegara el día de la partida. El día que llegaban los camiones todos los vecinos se prestaban a colaborar cargando los bártulos para el camión y las despedidas eran muy cariñosas. “Adiós con el corazón que con el alma no puedo…”. Kilómetros y kilómetros de carretera y las mujeres lo pasaban cantando y gastando bromas. 

Cinco meses fuera del pueblo, al regresar de la zafra las mujeres llegaban con más vitalidad y más guapas, su amplio y variado vestuario les daba un toque elegante, y muchas se enamoraron de muchachos de otros lugares y al casarse dejaban el pueblo y formaban su nuevo hogar donde abundaba el trabajo. 

Como la experiencia era positiva la gente repetía, y Flor y Vita repitieron. Se acababan de quitar el luto de un año por el abuelo paterno y murió el abuelo materno, y otra zafra vestidas de negro. 

Todos los días había que madrugar para ir al almacén, al mediodía, un tiempo para comer y otra vez al almacén. En cuanto a las tareas, las mayores tenían a las pequeñas como si fueran sus criadas. Las pequeñas hacían la comida y lavaban, y las mayores estaban siempre de cháchara y acicalándose. Aunque hay hermanas mayores que creen que las pequeñas tienen que estar a su servicio. Las pequeñas alguna vez se revelaban y no hacían la comida para fastidiar a las mayores. Como siempre hay alguien que sabe más y guiadas por la cocinera todas preparaban la misma comida. Lo que si hacían con frecuencia eran bollos y tenían para varios días. 

Una tarde Flor y una compañera se dispusieron hacer bollos, cada una preparó su masa con huevos, harina, azúcar, anís limón, matalahúva…, al mismo tiempo que hacían las roscas las dos comían de su masa, sabía igual porque los ingredientes y las cantidades eran las mismas, frieron los bollos, recogieron la cocina y la compañera empezó a ponerse mala, le sentó mal la masa y comenzó a vomitar,  Flor nada más verla se contagió y las arcadas la revolvieron y también empezó a vomitar, y las dos pasaron una mala noche y al día siguiente no fueron al almacén. Lo curioso de esto fue, que se inventaron que se habían bebido una botella de anís, y que estaban borrachas, y empezaron a esconder los cuchillos, y aunque les decía que no pudieron beberse la botella porque ya estaba casi vacía, y porque sí mantenían que sí, y lo peor es que se mantuvo en el tiempo la historia inventada de la botella de anís. Es más, Vita no creyó a Flor y mandó recado a los padres, y el padre se presentó el siguiente fin de semana, recorrió media isla para verificar lo sucedido. Flor le explicó lo que pasó junto con la compañera, él las creyó y no puso en duda lo que realmente pasó. Flor estaba muy contenta por ver a su padre, comieron y hablaron de tantas cosas… Cuando llegó el momento de ir a coger “el coche de hora”, Flor le acompañó hasta la parada, su padre le echo el brazo por el hombro y ella por la espalda y entrelazados caminaban despacio para dilatar el tiempo de estar juntos. Al despedirse de su padre Flor lloraba desconsolada, como si se fuera la vida con él. 

El ambiente del almacén era muy ameno, las empaquetadoras cantaban y hablaban mientras cogían con una mano un papel y con la otra un tomate y con un giro de muñeca lo envolvía. Las mujeres más mayores y las jóvenes eran las empaquetadoras, las más niñas se dedicaban a trasportar cestos y otras tareas. Un encargado estaba siempre merodeando pendiente que todos estuvieran trabajando y claro, con las guapas mujeres casaderas tenía una cierta empatía y congeniaban bien. 

En cuanto al entretenimiento, los fines de semana los barracones eran visitados por vendedores ambulantes y el ambiente era alegre, y por las tardes se solía reunir tocadores y cantadores en algún barracón y se hacían grandes bailes. Flor solía ir sola a visitar a sus tíos y primos porque su hermana no iba al lejano caserío rodeado de tomateros. También iban al cine o a espectáculos itinerantes que llegaban por el lugar. Incluso el Terrateniente convocó un concurso de belleza y se presentaron del almacén varias mujeres que creían tener posibilidades de ganar, entre ellas, Vita la hermana de Flor, y ganó el concurso. El título de ‘Miss empaquetadora’ le sirvió para asegurarse de que era guapa, que lo era. Vestida de luto por el abuelo, con una falda plisada y peinada de peluquería recorrió una alta pasarela, y le entregaron de recuerdo un juego de tocador plateado y un almuerzo al que no llevó a su hermana sino a sus amigas. 

Lo malo de ser guapa es que te obliga a cuidarte y pasarte la vida pendiente de la belleza, y los años afecta tanto a las feas como a las guapas, y aunque te operes, el paso del tiempo estropea, y si te haces un tratamiento tras otro puede ser que sea peor el remedio que la enfermedad. El ego de esa belleza pasajera impide aceptar cumplir años, y cuando llega el cumple nadie se atreve a felicitarle para no perder la amistad. Nadie puede decir que ya no cumple años, eso es una infantilería absurda. En lo aparente, todo lo que luce y seduce tiene caducidad, los signos que embelesan cambia la piel, lo que nunca cambia es la belleza de ser una buena persona llena de bondad y generosidad, solo esa belleza perdura en el tiempo. 

Los años mozos pasan pronto y el paso del tiempo va dejando las huellas en la piel. La piel de veinte años no es la misma que de setenta. Lo importante es cumplir años llenos de salud, vitalidad y paz interior, y sonreír mucho para que las arrugas se marquen más y mejor. La belleza está en el alma no en la piel; la piel muere el alma es eterna. 

Lo que da sentido a la vida no es la belleza, ni la riqueza, ni la popularidad, ni estudios, ni ser perfectos. Lo que da sentido a la vida es ser auténtico, fuerte, humilde y poder compartir lo mejor que hay en ti para tocar la vida de otros.

Fotografía: Internet

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