viernes, 1 de noviembre de 2019

Buenos samaritanos


Para ser santo hay que ser como el buen samaritano… Los santos como bien sabemos, no eran perfectos. Cometieron errores durante su vida y, muchos llevaron vidas desordenadas antes de que sus corazones se convirtieran. Esto nos da esperanzas de que incluso nuestros fríos corazones, tan distantes de Dios, pueden ser volcados hacia Él y ser dados a una vida nueva. 

Todos estamos llamados a ser santos. Los santos siempre parecen “muy santos” como para que nosotros les imitemos, pero en realidad son mucho más parecidos a nosotros de lo que nos imaginamos. Ellos lucharon contra las mismas pesadumbres y contradicciones, pecados y malos hábitos que nos agobian a nosotros hoy en día.

¿Qué quiere decir ser Santo? Ser santo es participar de la santidad de Dios. Nuestro Padre, nos creó para ser santos. Dios nos ha llamado y nos capacita a todos a ser santos: "Sean santos... porque Yo, el Señor, soy santo" (Lev 19,2; Mt 5, 48). Cristo vino al mundo para hacer posible nuestra santidad. Es por eso que en el Nuevo Testamento se le llama "santos" a los cristianos (1 Cor 1, 12; Rm 1, 5; 1Pe 1, 15-16). Son santos solo si viven su fe (Apoc 21, 2.10). Los santos del cielo murieron en gracia de Dios. Su santidad comenzó en la tierra.

El Papa Emérito Benedicto XVI nos explica: "El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo". 

¿Quién es mi prójimo? En Lucas 10:25-28 leemos que un experto en la ley judía le pregunto a Jesús cual, de todas las leyes de Moisés, era la más importante. Jesús sabiamente contesto: 

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo"

Y, queriendo probar a Jesús otra vez, el hombre preguntó: "¿Quién es mi prójimo?". Jesús respondió con esta parábola del buen samaritano: 

Un hombre judío estaba haciendo el viaje desde Jerusalén hacia Jericó. En el camino fue asaltado por unos hombres quienes les robaron su ropa, lo golpearon y lo dejaron casi muerto. Un sacerdote también iba de viaje por este camino y al ver al hombre herido, cruzó al otro lado de la calle y siguió sin ofrecer ayuda. Un levita también pasó por allí, pero al igual que el sacerdote, cruzó la calle y se fue sin ayudarlo. Después pasó un hombre de Samaria, un pueblo despreciado por los judíos. El samaritano vio al hombre y se compadeció de él. Tomó vino y aceite para limpiar sus heridas y después de haberlo vendado, lo montó en su cabalgadura y llevó a un alojamiento donde pasó la noche cuidándolo. Al siguiente día el samaritano le pagó al dueño de aquel lugar dos monedas de plata para que cuidara del judío y le dijo que si hubiera gastos adicionales le pagaría el resto la próxima vez que estuviera en el área. 
Al terminar la parábola Jesús pregunto:
¿Cuáles de estos tres hombres fue el prójimo del judío? 
El experto en la ley respondió:
El que mostró misericordia. 
Jesús entonces dijo: 
Muy bien, vayan y hagan ustedes lo mismo. 

Esta parábola nos enseña acerca de la manera en que Dios quiere que las personas interactúen entre sí y que rompan todas las barreras religiosas y raciales. Dios quiere que todos se lleven bien sin importar de qué manera decidan adorarle. Esto se hace evidente en la historia por el samaritano que ayudó a un hombre que a su vez probablemente no lo habría ayudado en la misma situación. En el mundo moderno, si todos fueran como el Buen Samaritano no tendríamos ni mucho menos los problemas que tenemos, porque todos se preocuparían por los demás sin importar quiénes sean. Eso se llama Caridad.

La caridad es brindar nuestro ser, nuestro tiempo, nuestras manos. La caridad está en un bombero que deja su familia para ayudar a un desconocido en desgracia; el amor al prójimo está en ese abuelo que dedica sus noches a cuidar niños prematuros; un corazón generoso lo vemos en esas mujeres que agrandan su mesa y multiplican sus panes compartiendo lo poco que tienen con aquellos que sienten hambre; el amor por el hombre está en miles de personas que recolectan donaciones día a día y la llevan a cientos de kilómetros donde hace falta una mano una palabra cariñosa y una alegre sonrisa… 

Muchas veces ponemos el foco en realidades que merecen nuestra crítica y nuestra denuncia, pero siendo justos, también hay muchos motivos para sentir orgullo. Nos fijamos hoy en todos esos buenos samaritanos que encarnan la parábola de Jesús, quizás sin conocerla, pero sus acciones son pruebas de amor que relucen en el corazón de cada persona que ejerce la caridad y los convierte en santos de carne y hueso.

Nos quejamos de que la sociedad va derivando a la deshumanización, pero gracias a Dios, todavía existen santos de carne y hueso con los que nos cruzamos cada día y casi ni nos damos cuenta porque actúan sin hacer aspavientos. Yo tengo la suerte de haber conocido y vivido junto a gente buena y santa, con su silenciosa entrega y paciencia fueron creando la senda que les conducía al cielo, y aunque se fueron sus enseñanzas y ejemplo están presente. Las enseñanzas de los buenos maestros están basadas en la honestidad en la lealtad y sobre todo en la sinceridad... La verdad es el único camino que facilita la fluidez de las auténticas relaciones, cuando falla la verdad todo se convierte en hipocresía, y eso entristece a los santos...

La caridad es el océano desde dónde salen y a dónde van a parar todas las demás virtudes. Henri Lacordaire.

Fotografía: karigamb08 

No hay comentarios :

Publicar un comentario