Cerca de un arroyo de aguas cristalinas había un pequeño bosque repleto de árboles y plantas. Todos gastaban las energías en ser más altos y grandes, con muchas flores y aromas, por lo que quedaban débiles y tenían poca fuerza para echar raíces. En cambio, un laurel dijo: «Voy a invertir mi savia en tener una buena raíz, así creceré y podré dar mis hojas a todos los que me necesiten».
Las otras plantas estaban muy orgullosas de ser bellas y no dejaban de admirarse y de hablar de los encantos de unas y otras, y se reían de los demás. El laurel sufría a cada instante esas burlas. Pero él estaba convencido de lo contrario, deseaba tener una buena raíz para que sus hojas crecieran sanas.
Un buen día se desató una terrible tormenta y sacudió y resopló sobre el bosque. Las plantas con flores se vieron tan fuertemente golpeadas que, por más que gritaban, no pudieron evitar que el viento las destruyera. En cambio, el pequeño laurel, como tenía pocas ramas y mucha raíz, apenas perdió unas cuantas hojas.
Fue entonces cuando todos comprendieron que lo que nos mantiene firmes en los momentos difíciles no son las apariencias, sino lo que está oculto en las raíces; dentro del corazón es donde está nuestra fuerza interior.
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