Un campesino que tenía a su esposa enferma le encomendó una serie de oraciones a un sacerdote budista. El sacerdote empezó a rezar, pidiéndole a Dios que curara a todos los enfermos.
—Un momento —interrumpió el campesino—. Yo le pedí que rezara por mi esposa y usted está pidiendo por todos los enfermos.
—Estoy rezando por ella.
—Pero pide por todos y puede terminar beneficiando a mi vecino que también está enfermo y yo no lo estimo.
—Usted no entiende nada de curaciones —dijo el monje, apartándose—. Al pedir por todos los enfermos estoy uniendo mis oraciones a las de millones de personas que se encuentran ahora rezando por sus enfermos. Sumadas estas voces llegan hasta Dios y benefician a todos; Divididas pierden su fuerza y no llegan a ninguna parte.
De la gente mezquina y egoísta no nos podemos librar, pero nada hay peor que tenerlas cerca.
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