Un hombre desorientado estaba ante dos caminos y no sabía cuál conducía a su destino. Una anciana con una canasta, vestido largo desgastado y sandalias llenas de barro le ofreció ayuda, pero él al ver el aspecto de ésta, la rechazó y escogió uno de los caminos al azar.
El hombre empezó a andar y al poco se hizo de noche, hasta que llegó a un acantilado con un puente en muy mal estado y prefirió no cruzar. Como ya era muy oscuro, decidió acampar, sin comida ni agua y esperar al día siguiente para volver por el mismo camino.
Al amanecer emprendió su travesía hasta llegar de nuevo donde estaban los dos caminos, y allí volvía a estar la anciana. Fue entonces cuando le preguntó:
—Señora, no me diga que el otro camino tampoco conduce a ningún sitio.
La mujer le contestó:
—Sí, buen hombre, ese paso conduce al valle de la abundancia. Ayer se lo quise decir porque yo estoy aquí cada día para ayudar a los peregrinos, pero usted no me quiso escuchar.
A continuación, sacó una manzana de la canasta y se la dio.
Esto nos hace ver que nadie puede elegir por ti mismo el camino a seguir, pero siempre encontrarás señales que te ayuden a tomar la mejor decisión. Debes andar cauto y sin prejuzgar, ya que nadie se cruza en tu vida por casualidad.
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