domingo, 16 de diciembre de 2018

Mal que nos pese


Mal que nos pese, algunas personas cargan en sus espaldas el abrumador peso de unas relaciones fraternales marcadas por la distancia, los enfados, o los crudos enfrentamientos con alguno de sus hermanos. Hay hermanos que se repelen porque lo llevan escrito en los genes, pero por desgracia hay hermanos que no habiendo motivos para el desencuentro, se inventan historias cargadas de injurias y calumnias para desprestigiar al que ve como rival. Fea acción de un ser feo por dentro y eso dice mucho del mal que los corroe… 

Casi nunca faltan motivos para llevarnos mal con alguno de ellos: desde la aparente incompatibilidad en la forma de ver la vida y comportarse ante ella de unos y otros, hasta causas muy concretas: herencias y otras cuestiones económicas, atención a los padres o hermanos enfermos, incomprensión o falta de solidaridad ante situaciones penosas que alguien padece, envidias por sentirse inferior. Según los especialistas en relaciones, sobran los argumentos que explican la distancia o la ausencia de comunicación entre hermanos.

Hemos de partir de que lo natural entre hermanos en llevarse bien, siquiera por los lazos sanguíneos y por ese pasado vivido en común. Ello no significa que debamos sentir un cariño idéntico por todos ellos, pero resulta evidente que una fértil y serena relación entre hermanos ayuda a que todos nos sintamos mejor. Porque, querámoslo reconocer o no, la familia pesa mucho. Y, en última instancia, recurrimos a ella cuando los problemas más graves nos amenazan.

Es habitual que no nos suponga mayor problema expresar lo que sentimos o queremos, tratar las discrepancias e incluso los conflictos, cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo; sin embargo, a veces nos sentimos incapaces de tratar ciertas cuestiones con nuestros hermanos. Enseguida salta la chispa, surge la discusión, entran en liza las palabras mayores, y se hace imposible mantener la más mínima comunicación. O también puede ocurrir que nos encontremos con una fría y protocolaria acogida a nuestro propósito de entablar conversación sobre el tema que nos interesa, lo que no nos anima precisamente a un nuevo intento. Y la cosa es que a menudo nos preguntamos el porqué de esa situación; querríamos resolver el problema, pero no sabemos cómo hacerlo para que fluya la chispa natural de la relación. 

Las malas relaciones fraternales acaban, en la mayoría de los casos, convirtiéndose en un lastre para nuestras vidas, que acabamos arrastrando con una emotividad muy negativa, diferente que la que nos supone, por ejemplo, romper con un amigo. Quizá sea porque, como dicta la tradición, aplicado al marido o esposa: "mi hermano (o hijo) es sangre de mi sangre y a ti te encontré en la calle". Tampoco carece de lógica el planteamiento inverso: "a mis padres y hermanos me los impuso la naturaleza, a mis amigos y a mi pareja los elegí, para bien o para mal, yo". Pero no se trata de opciones excluyentes. Necesitamos tejer a nuestro alrededor relaciones humanas satisfactorias, tanto las familiares como las ajenas a ese ámbito. Nuestro bienestar emocional depende, en buena medida, de la capacidad que tengamos para conseguir este objetivo.

Como en cualquier relación entre seres humanos, en las fraternales hay de todo. Algunas están definitivamente rotas, tras agrias discusiones repetidas a lo largo de los años. En otras ocasiones, quizá la mayor parte, son relaciones grises, teñidas de mediocridad, rutina y distancia emocional, que se mueven dentro de una cordialidad aparente, de un pacto entre adultos; prima la ausencia de comunicación, aunque se mantienen las apariencias. No nos atrevemos a hablar sincera y abiertamente con ese hermano (y, mucho menos, a abordar temas delicados) por miedo a que resurjan los fantasmas de ese conflicto arrinconado. Sufrimos el temor a que se termine de romper ese débil lazo que nos permite al menos hablar de vez en cuando o mantener una conversación intranscendente en las reuniones familiares y en los funerales. Cuántos de nosotros, ante la inminencia de encontrarnos con ese hermano con el que nos llevamos mal, hacemos repaso de cada uno de los temas que no conviene tocar o del modo en que debemos comportarnos para no dar pie a discusiones o enfados que pueden "marcar" toda una velada y propiciar escenas desagradables. 

Afortunadamente, no todas las familias sufren este problema. En algunas, incluso, los hermanos, además de respetarse y quererse como tales, son amigos y confidentes, participan en proyectos conjuntos, se miman mutuamente y se sienten orgullosos de la relación fraternal establecida. Nuestra enhorabuena para ellos. 

Quienes sufren por la inexistencia de comunicación con alguno de sus hermanos y están dispuestos a afrontar las dificultades que supone comenzar a superar el problema, deben saber que casi siempre es posible enmendar la situación, aunque ello nos suponga un gran esfuerzo y, en algunos casos, riesgos emocionales importantes. 

Comencemos por el origen del problema: A veces, la interiorización que cada hermano hace de los papeles que desde la niñez se le asignan en el seno del hogar (esas expresiones que nos califican como "el o la responsable", "inteligente", "tímido-a", "juerguista", "cariñoso-a", "estudioso-a", "simpático-a", "cortito"...) puede perjudicar la relación entre hermanos. Desde estas clasificaciones, y con la diferencia de trato que conllevan por los padres y/o por el resto de los hermanos, se organiza la relación, con toda la asimetría y carga peyorativa que puede entrañar para alguno. Más que a un compañero, estas diferencias nos pueden hacer ver a nuestro hermano como un rival. Ahí pueden nacer muchas envidias y resquemores, que tendrán su repercusión en la fase adulta. 

Ya en la adolescencia, cuando comenzamos a emanciparnos del hogar, el problema puede ser la falta de una comunicación fluida y abierta con los hermanos. La ausencia de confianza nos llevará a un distanciamiento que se agudizará con el paso del tiempo. Este silencio y el "por la paz, un ave maría" que con tanta frecuencia se da en el hogar paterno, no es más que una vulgar tapadera que nos conduce a una actitud pasiva, que lejos de solucionar el problema, lo enquista y aumenta impidiendo la relación. Podemos acabar convirtiéndonos en desconocidos el uno para el otro. Dejar que pase el tiempo es una actitud poco conveniente. Pretender siempre que "las aguas vuelvan a la calma" sin abordar algo que sí ha pasado, no resuelve nada, y afecta negativamente a la confianza entre nosotros, imprescindible en toda relación humana que se pretenda auténtica. Y no nos referimos sólo a confianza en la otra persona, sino también a la propia autoestima, a la confianza en mi capacidad de establecer relaciones sinceras, con franqueza y honestidad. 

Sobre las relaciones entre hermanos los psicólogos dan pautas que ayudan a mejorar y entender ciertos desencuentros, y la mejor manera de afrontarlos y solucionarlos para conectar de nuevo y  resurja la chispa de los sentimientos fraternales: 

• Primero, reflexionemos sobre cómo están mis sentimientos con respecto a mis hermanos. Responsabilizándonos de nuestra actitud y comportamientos. 

• Seamos positivos. Perdonemos, olvidemos (tras analizar los motivos, si puede ser) los errores propios y ajenos. Y construyamos una nueva relación, basada en la confianza y el cariño. 

• No rehuyamos ningún problema del pasado, por traumático que sea, si afecta negativamente a nuestra relación. Todo puede hablarse. 

• Propiciemos la cercanía, reservando tiempo específico al encuentro personal. Hablemos de cómo vivimos la niñez y la adolescencia, de los días bonitos compartidos y de los enfados que se resolvieron. Y de los que nos quedaron como asignatura pendiente. Revisemos el pasado, para encarar el futuro sin resquemores. 

• Definamos qué tipo de relación deseamos. Seamos sinceros. Especifiquemos lo que no aguantamos de él o ella, y pidámosle que haga lo propio respecto de lo que le fastidia de nosotros. Sin duda, surgirán sorpresas. Y quizá, incluso quede espacio para alguna risa. 

• Reconozcamos que necesitamos establecer una relación sólida, con una disposición sincera a ayudarnos mutuamente en esta nueva etapa. 

• Partamos de que los hermanos, por el mero hecho de serlo, no tienen que llevarse por fuerza extraordinariamente bien ni mantener una comunicación cotidiana, o de confidencialidad total. Haremos de nuestra relación lo que estimemos mejor para todos. 

• Interioricemos que una buena relación fraternal, nos asienta, nos refuerza ante nosotros mismos y ante los demás. Y nos llena de bienestar, especialmente si antes habíamos padecido las tensiones y disgustos de una relación difícil. 

• También a ellos les vendrá bien. Pero como quiera que alguien tiene que dar el primer paso, démoslo nosotros. La dicha y las felicitaciones vendrán después y seremos los primeros en congratularnos. 

Los hermanos a menudo ofrecen la primera y, probablemente, la más intensa relación de un niño o una niña con un igual. Además de tener en común los genes, la clase social, la raza, la cultura, la generación..., comparten las experiencias familiares y los acontecimientos de la vida. 

A los hermanos les une el hecho de compartir también los juguetes, la ropa, el dormitorio, el baño, los espacios íntimos, los recuerdos. Todo ello va a hacerles establecer fuertes alianzas, sólidos lazos afectivos. Normalmente, los hermanos van a recibir la misma educación, los mismos valores intergeneracionales, que van conformando la propia identidad como «hijo/a de», «nieto/a de», «alumno/a de»... 

Durante la infancia, los hermanos son una fuente constante de compañía mutua. Lo característico de las interacciones entre hermanos pequeños son las expresiones intensas y desinhibidas de amor, afecto, lealtad, hostilidad, odio y resentimiento. 

Los hermanos en los años escolares, para establecer nuevas relaciones ponen en práctica las habilidades sociales que han aprendido del otro. Se enseñan mutuamente habilidades para la resolución de conflictos, frente a situaciones de competitividad, rivalidad, ante los compromisos y en materia de educación. 

En la adolescencia los hermanos recurren unos a otros y se convierten en confidentes, consejeros y asesores, particularmente con relación a las amistades, las presiones de los compañeros, la sexualidad y ante los problemas que puedan surgir. Son grandes aliados. En la madurez, cuando los hermanos comienzan a tener sus propios hijos, y ya asumiendo su papel de tíos y tías, pueden proveer una red adicional de cariño y apoyo para todos. 

Durante la vejez, a una edad avanzada, cuando los chicos han crecido y se han ido del hogar, cuando los cónyuges han fallecido, los hermanos se proporcionan nuevamente apoyo y tejen una red social mutua. En muchos casos, se restablece el contacto frecuente y, en ocasiones, incluso se mudan de casa para estar cerca, brindándose compañía en esta etapa de la vida, de la misma forma que lo hicieron desde el comienzo de su existencia. 

En definitiva, la importancia de los hermanos en la relación fraternal es un sistema de apoyo único, ya que los hermanos son los miembros de la familia que, con toda probabilidad, más van a coexistir temporalmente a lo largo de la vida. Están más cerca que los propios padres, son maestros, modelos a imitar debido a que esta relación a menudo está basada en la admiración, el cariño, la confianza y la simpatía. 

Podríamos decir que un hermano mejora la calidad de vida, dado que aumenta el bienestar emocional, proporciona compañía, ofrece cariño y, con mucha frecuencia, aporta seguridad de carácter duradero. Hay padres que deciden no tener otro hijo porque piensan que no podrán mantener económicamente a más de uno o no dispondrán de todo el tiempo que le querrían dedicar. 

Consideran que no podrían conciliar la vida familiar y la profesional. Es cierto que los hijos únicos se granjean grandes amigos y muchos aseguran no haber añorado nunca un hermano. Pero también es cierto que, cuando se pregunta acerca de la persona más significativa en su vida, la mayoría de la gente pone al mismo nivel a un hermano que a un padre y tiene mucho que decir sobre lo que aporta un hermano a lo largo de la existencia, no únicamente en la infancia. 

Hay que reconocer que en las relaciones puede haber ciertos roces, y, Pankaj Gupta, viendo como normal que entre los hermanos haya diferencias, decía: “Los hermanos que nunca se pelean son como familiares lejanos”. 

Pero cuando hay una sólida relación, desde antiguo ya decía el filósofo griego, Antístenes: “Cuando los hermanos están de acuerdo, ninguna fortaleza es tan fuerte como su vida en común”.

 “Verdaderamente, el hermano es aquel que te da su paraguas en la tormenta y luego te lleva a ver el arco iris”. Karen Brown.

Fotografía: geralt

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