La madre murió en el parto y la niña huérfana no tenía familia, pero un amigo se hizo cargo de ella. Este amigo era acróbata y se ganaba la vida recorriendo los pueblos más recónditos de India ofreciendo su espectáculo de circo. El número en el que se habían especializado consistía en que la niña trepase por un largo palo que el hombre sostenía con fuerza. Con esta arriesgada pirueta la pequeña se jugaba la vida día tras día. Por eso, el acróbata le dijo:
—Amiga, para evitar que suframos un accidente, lo mejor será que yo me ocupe de estar pendiente de cada uno de tus movimientos y tú de los míos y así evitaremos despistes que nos pongan en peligro.
La niña se le quedó mirando con sus ojos grandes y expresivos y le contestó:
—No creo que eso sea lo más acertado. Para evitar riesgos innecesarios, lo mejor será que cada uno se concentre y se ocupe de sí mismo.
Ésa es la clave. En la vida es genial contar con los demás, pero para avanzar seguro hay que centrarse en uno mismo y librar las propias batallas, en lugar de intervenir en las ajenas.
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