Un ateo, mientras caminaba a través de la selva iba sonriendo ante tanta belleza que había a su alrededor, y pensó:
«¡Qué milagros de la naturaleza han creado los poderes de la evolución…!»
En ese momento escuchó un murmullo cerca del río. Fue a investigar y vio que un enorme oso pardo avanzaba hacia él. El hombre empezó a correr como un rayo y cuando tuvo coraje para darse la vuelta vio que el oso lo estaba alcanzando.
Trató de retomar sus pasos, pero tropezó y cayó al suelo.
Mientras trataba de levantarse, el oso saltó sobre su pecho y levantó una pata para aporrearlo. El ateo gritó:
—!Ay, Dios mío!
El tiempo se detuvo. El oso se congeló. La selva estaba en silencio y hasta el río paralizó su curso. Una luz blanca brilló sobre el hombre y una voz resonó desde el cielo:
—Durante todos estos años has negado mi existencia y has enseñado que no existo y apoyas la idea de que todo fue creado por un accidente cósmico. ¿Esperas que te ayude en esta situación? ¿Puedes confirmarte como creyente?
El ateo miró hacia la luz y dijo:
—Sería hipócrita de mi parte si de repente te pidiese que me tratases como a un cristiano, pero, quizás podrías convertir al oso al cristianismo.
La luz se fue, el río comenzó a correr y los sonidos de la selva se reiniciaron. Entonces, el oso bajó su pata derecha, puso sus dos patas juntas, inclinó su cabeza y dijo:
—Te doy gracias, mi Dios, por el alimento que voy a recibir.
No hay comentarios :
Publicar un comentario