miércoles, 25 de diciembre de 2024

Dios siempre presente



Dios siempre está presenta, llega la Navidad para que no lo olvidemos. Vivamos la Navidad con plenitud, porque el Niño Jesús nos trae un mensaje liberador y de amor.

No sé si es por el consumismo del que estamos rodeados o que nuestro cerebro está programado para cambiar su percepción en cuanto llega diciembre, lo cierto es que estamos en la época en la que todos nos sentimos inspirados para portarnos mejor, hacer obras buenas, ser pacientes, tolerantes y amables con los demás, lo que en otro tiempo no nos sería posible realizar, pero en Navidad se respira un ambiente conciliador.

Los cristianos devotos, participan de la esperanza de que Dios irrumpe ya en medio de sus vidas, como la luz que rasga la noche y convierte la oscuridad del hombre en la claridad de la divinidad. Pero nunca pensaron que Dios podría irrumpir en la realidad de «un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 1, 12) porque los hombres no le habían dejado sitio en sus posadas. Todas las religiones nos hablan de la manifestación de Dios al mundo; sin embargo, ninguna fue capaz de imaginar que Dios podría llegar a ser uno de nosotros y mucho menos que lo sería como un niño indefenso y necesitado nacido en la apartada aldea de Belén.

La celebración de la Navidad se convirtió, así, desde los inicios de la fe, en acontecimiento central de la vida litúrgica cristiana. Y la vivencia de este misterio cautivó de tal modo el corazón de San Francisco de Asís que un 24 de diciembre del año 1223 representó el primer Belén de la historia. Tan acertada fue su inspiración que el Belén se convirtió en la mejor expresión del misterio de la Navidad, permitiendo que la celebración litúrgica llegase a nuestras casas y nuestras calles, impregnando a toda la sociedad del anuncio expresado en el nacimiento de Jesucristo.

No es la Navidad la celebración de los buenos deseos de las personas, sino la celebración del nacimiento de Jesucristo, el único que puede colmar las esperanzas de paz, amor y plenitud de todos los hombres de buena voluntad. Las luces de calles y escaparates no deben ocultar, sino conducir, a contemplar el misterio inaudito del Dios que nace en Belén. Sin la contemplación de Jesús la Navidad se reduce a fiesta humana, vacía de la presencia de Dios, el único que con su nacimiento da respuesta a las necesidades humanas más hondas.

No hay imagen que conlleve más ternura que la de este Niño envuelto en pañales, que habita en un pesebre y es calentado tan sólo por el calor de una mula y un buey. «El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño» (Is 1, 3). Las figuras de la mula y el buey, popularizadas por San Francisco de Asís y presentes en el Evangelio apócrifo del Pseudomateo, hacen referencia a este pasaje del profeta Isaías que alude a la dificultad del hombre que se cree sabio para descubrir a Dios. Sólo los sencillos, como la mula y el buey, serán capaces de encontrar a Dios en medio de los avatares de la vida. La Navidad es, singularmente, la fiesta de los niños, de los pequeños, de los sin doblez. Nos recuerda a todos que la necesidad más imperiosa del ser humano es la necesidad de amar y ser amados. La sonrisa de un niño y el brillo de sus ojos al contemplar a Jesús en el pesebre y al acercarse a adorarlo son la mejor expresión de lo que toda persona ansía. La civilización del amor, tantas veces pregonada por San Juan Pablo II, brota de aquel pesebre y sigue siendo el reto a proponer a la sociedad actual demasiadas veces falta de referentes auténticos.

Esa necesidad de dar y recibir amor, se está dejando de lado por el exceso de consumismo. Navidad, no es una fiesta cualquiera, es la fiesta de un divino cumpleaños: el 25 de diciembre festejamos el aniversario 2024 de Jesús, que nació de la Virgen María para vivir con su Familia sagrada durante 30 años y luego predicar el reino de Dios, el perdón de los pecados y la salvación del mundo durante tres años más, y, finalmente, morir en la cruz, en un acto de suprema obediencia al Padre, para redimir a todos los seres humanos de todos los tiempos.  Y esta inmensa obra de amor, se coronó con su gloriosa Resurrección, que conmemoraremos dentro de unos meses.

Después de este repaso, creo que queda claro el motivo de la fiesta que estamos por celebrar: el Nacimiento del Hijo de Dios, la Natividad o la Navidad, como gusten llamarle, no se trata de unas “felices fiestas” cualquiera sino de la más importante para el mundo, porque si Cristo no hubiese nacido, no habría salvación.

Por eso es bueno que reflexionemos que, aunque este tiempo nos llena de entusiasmo, deberíamos prolongarlo a los 364 días restantes, porque ya fuimos rescatados de la muerte eterna, sin embargo, aunque la salvación es gratuita, no se nos da si no la aceptamos y vivimos como Dios quiere, es decir, la salvación es para quien quiera recibirla porque, como expuso San Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. No pretendo abrir un debate teológico, solamente deseo destacar que lo que Dios ha hecho para rescatar al género humano, no tiene comparación con nada que nuestra imaginación pudiese gestar, sin embargo, respeta nuestra libertad, pero quien lo acepta, sabe que tiene un compromiso: no sólo abstenerse del mal sino hacer el bien.

La Navidad no está en el comer y beber, ni en las lucecitas de colores que llenan la calles, ni en el ajetreo comercial de bolsas de regalo. La Navidad no es lo exterior, la Navidad se vive desde la fe y se siente en el corazón. Dios nace en cada alma buena que  necesita de su amor para vivir en paz, con la esperanza de un mañana mejor, donde no exista la maldad entre los hermanos y que la alegría ponga armonía en las relaciones sinceras y duraderas. En un corazón que actúa con maldad, nunca habrá Navidad.  

En el misterio de la Navidad se hace realidad el deseo de plenitud que toda persona guarda en su interior. Y la plenitud desborda. Porque el hombre deseaba colmar sus aspiraciones humanas, pero en la Navidad son alumbradas las aspiraciones divinas. El Hijo de Dios se hace hombre para que el hombre pueda llegar a recibir la misma naturaleza divina. Nunca Dios se abajó tanto, ni el hombre pudo llegar a cima más alta.

Que el silencio interior, puerta para abrir el paso al Niño Dios, que desde el cielo se ha lanzado hasta nosotros, permita que la bendición de este Niño llegue en este día a todos los buenos corazones.

¡Feliz Navidad para toda persona de buena voluntad!


Fotografía: Internet


  

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