"Dios te salve María, llena eres de gracia...". Cuando se habla de la oración a la Madre de Dios, estas son las primeras palabras que pasan por la mente de un cristiano. Es cierto que el Ave María es la oración a la Virgen María que más se conoce y se reza, pero existen muchas oraciones a la Virgen, aunque cada cual eleva sus particulares oraciones. María es la Inmaculada Concepción, la Madre de Dios, la elegida del Señor.
"No tengas miedo de amar demasiado a la Santísima Virgen, nunca la amarás lo suficiente y Jesús estará muy feliz ya que la Santísima Virgen es su Madre", dijo Santa Teresa de Lisieux a su primo.
Ofrecer nuestras oraciones a Santa María, para que se las presente a su Hijo,
es la mejor manera de acercarnos a Cristo. La oración nos conduce al corazón de María: fuente de humildad, de ternura, de amor absoluto e ilimitado,
que nos hace verdaderos cristianos. María es el modelo del cristiano, la que
nos permite seguir los pasos de su Hijo, Jesús.
En el Evangelio según San Juan (19:26-27), Jesús, al momento
de morir, hace de María la madre de todos los cristianos. Él le dice:
"Mujer, aquí tienes a tu hijo", y volviéndose a Juan, exclama:
"Aquí tienes a tu Madre". María se convierte en la madre de Juan, de
los discípulos y de todos los cristianos, es decir, en la Madre de la Iglesia.
La Virgen
María es intercesora poderosa y milagrosa ante Dios. En momentos difíciles acudamos
en su ayuda. Ella como Madre atenderá nuestras súplicas, será nuestro refugio,
nuestro consuelo, nuestra fuerza y luz para seguir caminando por este valle de
lágrimas:
Ampáranos, Señora y Madre nuestra. Santísima e Inmaculada
Virgen María, a Ti que eres la Madre de mi Señor, la Reina del mundo, la
Abogada, esperanza y refugio de los pecadores, humildemente quiero pedir tu
bendición. Yo te venero, oh, gran Reina, y te doy gracias por tantos favores que
me has hecho; pero sobre todo te doy gracias por librarme de todos los males.
Te amo, oh, Señora dignísima de todo amor y por el amor que te tengo, en Ti
pongo toda mi confianza y mi esperanza de salvación. Recíbeme como a tu siervo
y cúbreme con tu manto de protección, Tú que eres la Madre de la misericordia.
Y puesto que tienes tanto poder para con Dios, líbrame de las tentaciones o al
menos obtenme la gracia de vencerlas. Te pido un verdadero amor a Jesús y la
gracia de una santa muerte. Oh, Madre mía, por el amor que tienes a Dios,
Nuestro Señor, te ruego que seas mi ayuda en todo tiempo, pero principalmente
en el último instante de mi vida. No me dejes, Madre mía, hasta que me veas salvo
en el cielo, para bendecirte allí y cantar tus alabanzas por toda la eternidad.
Amén.
No hay comentarios :
Publicar un comentario