Decimos verano y pensamos en playa, pero creo que es más
acertado decir verano y pensar en las fiestas de los pueblos.
Los pueblos se están quedando en silencio por el éxodo y el
imparable progreso hacia una sociedad cada vez más urbanista… A pesar del
creciente abandono del mundo rural; el verano en España sigue siendo de los
pueblos. Con la llegada del calor estival y las vacaciones, las grandes
ciudades se vacían y la mayoría de sus habitantes regresan al lugar que les
recuerda unos orígenes no tan lejanos.
El verano en los pueblos es la gran época de las fiestas
patronales. Julio, agosto, septiembre, son los meses destinados a estas fiestas
patronales que llenan de júbilo y efervescencia la mayoría de los pueblos
españoles. Unas celebraciones de origen eminentemente agrícola para agradecer a
sus santos y vírgenes las buenas cosechas y rogarles también por inviernos que
satisfagan las necesidades de la tierra.
Las fiestas de pueblo son sinónimo de tradición, cultura y
recreo, pero también son el escenario ideal para que sus gentes puedan
desencorsetarse de la rigidez cotidiana de sus vidas. Cada pueblo tiene sus
propias tradiciones y costumbres a la hora de celebrar las fiestas de verano.
Aparte del placer que supone el reencuentro con la familia y los amigos,
disfrutar al fresco de la dilatación horaria del día, de esos días
interminables de noches placidas que invitan a tumbarte mirando a las
estrellas.
Todos tenemos un pueblo dónde ir en verano, ya sea por arraigo
familiar o de amistad, pero en mi caso, es porque en mi pueblo están mis raíces
y mi cuna; en él nací y crecí, con el pueblo me identifico porque allí está
parte de mi vida y necesito llenarme del aire y del paisaje para recargar mis
energías reavivando vivencias y recuerdos.
Mi pueblo, Juncalillo, perteneciente al municipio de Gáldar en la isla de Gran Canaria, celebra dos fiestas al año; como pueblo de
campesinos, en junio homenajeamos a San Isidro labrador y en agosto al Patrono
Santo Domingo de Guzmán. La fiesta de Santo Domingo cuenta con un acto muy emotivo
por lo que representa y significa. Representa la fe de nuestros mayores y
significa que el legado de su fe y agradecimiento, seguirá pasando de
generación a generación como antorcha encendida en su memoria y recuerdo. Hemos
recibido un legado cristiano y el pueblo se debe a ese cumplimiento y tenemos que conservar, proteger y mantener vivo ese compromiso. La Rama lleva implícito un sentimiento a la memoria de nuestros mayores, se vive y se siente "con la garganta cantando, los pies bailando y el corazón rezando".
En 1918, hace ciento veinticinco años, un huracán asoló mi pueblo. El vendaval arrasó con todo a su paso. Cayeron los muros del cementerio y hasta el techo de la iglesia lo arrancó y fue a parar a unos doscientos metros. La gente atemorizada se refugió en sus casas-cuevas. Amainado el viento, los mayores se reunieron con el capellán al frente para valorar los desperfectos, frente al paisaje desolador y viendo que no hubo víctimas ni daños personales, pensaron que Santo Domingo de Guzmán puso su mano para proteger a la gente. No encontraron otra explicación para lo que pudo ser una tragedia, que la protección del Santo y en agradecimiento a esa protección, ofrecieron la promesa de ofrendarle una rama de pino por sus fiestas. Pues, desde entonces, todos los años, cientos de peregrinos depositan a sus pies una rama de pino. Se denomina “La fiesta de la Rama de Santo Domingo”. En el principio la rama se iba a buscar al Pinar de Tamadaba, casi medio siglo después se cambió el recorrido, pero con el mismo sentimiento de lo que representa esa promesa-ofrenda. Como promesa cristiana durante el recorrido se rezaban rosarios y se cantaban cantos religiosos, pero se hacían varias paradas para descansar, esos momento eran alegres, sonaba la música y se cantaba y bailaba, se repartían viandas y bebida para recuperar fuerzas porque el camino era largo y pedregoso. Sudorosos y polvorientos se llega frente al Santo para dejarle a sus pies la rama de pino como ofrenda, y seguidamente se celebra la Santa Misa en acción de gracia.
En la fiesta del patrón de Juncalillo, tres actos conviene resaltar: la celebración del pregón el sábado anterior a la fiesta; la bajada de La Rama, el sábado víspera de la fiesta y la función solemne el día de la festividad, segundo domingo de agosto.
Con alguna que otra particularidad, creo que todas las fiestas de
pueblo se parecen y todas son especiales en su riqueza, por eso merecen tanto
mimo como cualquier otro tipo de patrimonio cultural que merezca la pena
conservarse. Su tradición, su cultura y su historia viven en todas estas
fiestas que mantienen el espíritu de la gente que nos han precedido, una época
dedicada a compartir, descansar y disfrutar. Las fiestas patronales son algo
más que eventos sociales para divertirse y desconectar, estas citas ejercen un
importante papel a la hora de mantener viva toda esa cultura popular que no se
encuentra al alcance de los libros y se transmite de generación en generación.
Las fiestas de los pueblos son muy particulares y aunque no
sean muy espectaculares, la gente goza de sus fiestas igualmente. A veces sobra con un pregón o una procesión en
honor al patrón o patrona del municipio. Lo único imprescindible es su gente y
que las calles se conviertan en el epicentro de un encuentro social donde prime
la alegría del encuentro, la remembranza de la gente que dieron vida al lugar. Un
soplo de aire fresco capaz de insuflar un aliento de vida y alegría a eso
lugares para que no caigan en el olvido.
Fotografía: Sebastián López, Cronista Oficial de Gáldar
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