El destino es una incógnita. ¿Crees en el destino? No sé qué pensar sobre el destino, aunque muchas personas responderíamos que sí creemos en el destino, al
menos en algunos momento de nuestra vida lo cuestionamos, siempre cuando las cosas no van del todo
bien.
El destino es un camino que no sabemos a dónde nos lleva. A
menudo sentimos esa extraña sensación donde la casualidad, lo inesperado, va
poniendo obstáculos en nuestro camino, obligándonos a encauzar la vida en una u otra dirección. Intentamos paliar el contratiempo buscando una salida que nos ayude a afrontar nuevos retos; los embates de la vida rompen con nuestros ideales, proyectos e ilusiones, pero hay que sobreponerse...
No labra uno su destino, lo aguanta. Gustave Flaubert.
Y¿hasta qué punto el azar es real? ¿Es posible que todo lo que
nos parece casualidad esté predeterminado? El destino es una fuerza que está
por encima de nosotros y que nos empuja hacia una sucesión inevitable de
acontecimientos, de circunstancias de las que no podemos escapar, dice la
psicóloga Valeria Sabater.
Algo así va mucho más allá de una simple sincronicidad, supone llegar a pensar que nada ocurre por azar, sino que estamos determinados. ¿Estamos entonces a merced del destino, o somos realmente libres para elegir nuestro propio camino? Pero la cuestión se centra en que, si aceptamos la existencia del destino, asumimos que parte de lo que nos sucede está marcado por los designios del misterio. Es algo que escapa por completo de nuestra comprensión y puede que incluso hasta de nuestra propia consciencia. Entonces, ¿dónde están los hilos de nuestra responsabilidad? ¿Cómo ser responsable de algo que ni siquiera controlamos?
Hay científicos que afirman la existencia de un “destino casi
obligado”, y es el relativo a la herencia: la genética de nuestros progenitores
en ocasiones nos determina en muchos aspectos, a veces en carácter y otras en
rasgos físicos, en enfermedades… El contexto social y personal en el que somos
educados también puede afectarnos al menos con una probabilidad de un 30 o un
40%.
Pero, por otra parte, también tenemos la concepción
indispensable del “libre albedrío”, donde cada uno está condicionado por sus
propias elecciones. Lo está por su propia historia personal y también por su
vida en una sociedad que le permite inclinarse por una determinada senda u
otra, reconociendo sus errores, confiando en uno mismo y asumiendo nuevos
retos. Y es que, como dijo una vez un viejo escritor italiano, “El destino no
reina sin la secreta complicidad del instinto y la voluntad”. Porque la vida de
uno no se teje en las estrellas, sino en nuestra propia realidad y en el día a
día, que nos va poniendo pruebas y retos para probarnos como personas.
Somos libres de establecer nuestras propias metas y conseguir
nuestros propios logros, si el destino nos deja, la casualidad existe. Y a veces las casualidades
son tan singulares que no podemos evitar dotarlas de ese halo de magia
inexplicable. Porque a las personas, por muy racionales que seamos, siempre nos
ha gustado esa pincelada singular donde contener todo lo extraño e
inexplicable.
En general, recurrimos al destino cuando las cosas no nos van
del todo bien. Quizá hemos hecho un gran esfuerzo esperando conseguir un
resultado importante y sentimos que las cosas no han salido como deberían, o al
menos, no tan rápido cómo esperábamos. Entonces solemos decirnos con cierta
resignación: "estaba escrito, esta es la vida que me ha tocado vivir”. En
otras ocasiones ocurre todo lo contrario, es decir, las cosas han ido
especialmente bien o hemos tenido un golpe de suerte. Entonces nos decimos con
alegría e incredulidad “¡si es que me tenía que pasar a mí!”.
Lo que tienen en común las dos situaciones es la falta de
control, la sensación de que no existe una relación clara entre nuestro
esfuerzo y los resultados. Por tanto, recurrimos al destino cuando sentimos que
nuestra vida, o al menos una parte de ella, no está bajo nuestro control. Es
posible que se trate de un intento de nuestros desconcertados cerebros para
recuperar la sensación de que el mundo es predecible y hasta cierto punto
controlable.
Debemos tener en cuenta que a la vez que nosotros actuamos
para conseguir nuestros objetivos hay una cantidad ingente de factores que no
controlamos El problema está en los efectos secundarios de este intento.
Pensemos en los dos casos que hemos mencionado antes. En primer lugar, si es el
destino quien ha decidido que las cosas nos tienen que ir mal, entonces ¿qué se
supone que debemos hacer? ¿Cómo cambiamos el destino?
Las personas adoptaremos una de las dos estrategias
siguientes. La primera consiste en una especie de rendición perezosa, en
dejarnos en manos de esas misteriosas fuerzas que desconocemos, pero suponemos
que están ahí. Dado que nuestras vidas dependen del destino, y no sabemos cómo
actuar sobre él, la decisión más sabia es quedarnos sentados en el sofá,
esperando a que el siguiente giro del susodicho destino nos sea más favorable.
En el otro extremo estarán aquellas personas que eligen
adoptar una actitud activa, de lucha, buscando alguna forma de influir en las
fuerzas externas que gobiernan sus vidas. Es posible que algunas supersticiones
y rituales tengan esta función. El problema es que, si nos hemos equivocado de
fuerzas misteriosas, podemos estar invirtiendo cantidades ingentes de tiempo y
esfuerzo en la dirección equivocada. Sería algo así como intentar cambiar el
canal de la televisión con el mando a distancia del aire acondicionado,
sencillamente no va a funcionar, por mucho que nos empeñemos.
Hay otra alternativa, una alternativa que pasa por ser más
realistas sobre nuestras exigencias de control y la forma de conseguirlo. Es
imposible tener el control sobre toda nuestra vida, sobre cada momento y cada
situación imaginable. Sin embargo, si troceamos bien nuestra realidad, en porciones
relativamente pequeñas y abordables, si ordenamos esas porciones de acuerdo con
la importancia real que tienen para nosotros, entonces es posible que no
necesitemos el destino. Nos bastará con una dosis alta de acción, flexibilidad
y perseverancia. En primer lugar, acción, porque es la única fórmula eficaz
para transformar las cosas, para influir sobre ellas. En segundo lugar,
flexibilidad, porque si el mando del aire no funciona, es importante saber
buscar otras formas de cambiar los canales de la televisión.
Por último, perseverancia, porque es imposible que todo salga
bien a la primera, ¡hasta los mandos a distancia más modernos fallan de vez en
cuando! Hemos de asumir que no tenemos el control sobre el mundo, y por tanto, cuando las cosas no salen como esperábamos, no es que exista una mano
negra tratando de hacernos la vida imposible, es que no tenían por qué salir
bien. Podemos cambiar algunas cosas y tenemos la capacidad de influir sobre
otras tantas, pero no debemos engañarnos, debemos tener en cuenta que a la vez
que nosotros actuamos para conseguir nuestros objetivos hay una cantidad
ingente de factores que no controlamos y cuya influencia hace que los
resultados de nuestras acciones sean menos predecibles.
No estoy segura de sí existe algo parecido al destino, pero creo en el destino, en la existencia de alguna clase de orden que fija nuestro futuro y establece un techo para nuestros sueños que nunca podremos superar, con independencia de cuanto nos esforcemos. Creo que hay algo que se mueve sin que yo intervenga y sus consecuencias afectan mi vida, para bien o para mal.
Fotografía: Internet
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