Cómo gestionar el daño causado por los demás. La vida es imprevisible, da muchas vueltas y nosotros con ella. En esas vueltas convivimos y vamos conociendo gentes y descubrimos que la convivencia no siempre es fácil, porque las relaciones están sujetas a particulares caracteres y formas de ser. Cada cual tiene su forma de pensar y de actuar, por tanto, es lógico que pueda haber opiniones encontradas que llevan a roces y malas interpretaciones, con lo que es lo mismo, enfados y desavenencias, y enfriamientos y alejamientos de relaciones.
A todos nos han hecho daño alguna vez. Diríamos que casi es una
parte inevitable de estar vivo. Todos los humanos hemos experimentado algún
tipo de dolor emocional causado por alguien que mal te quiere. La vida duele, sin
embargo, lo que hacemos con ese dolor del daño causado es más importante que el dolor en sí.
Y ¿cómo reaccionar y gestionar esos daños gratuitos? Para
gestionar ese dolor hay que tener capacidades especiales; fuerza mental,
principios y valores que ayudan, desde la empatía, a comprender los porqués de
las debilidades que empujan a alguien a dañar por dañar, y lo peor es que, en
su algarada mental buscan una razón para justificar sus malas acciones, pero te
hará a ti culpable de hacer lo que hacen, porque tienen que defenderse.
Echar la culpa a otras personas por nuestro dolor (ese
supuesto dolor fruto de las propias frustraciones, desaciertos y desencantos), es de hecho,
la respuesta más común e instintiva de todas. A todos nos gustaría que en la
vida todo fuera como deseamos y que nuestros particulares gustos se realizaran,
sin más, pero no; todo depende de situaciones y circunstancias que no siempre
podemos controlar, muchas de las cosas nos sobrevienen sin esperar y otras
vienen dadas como resultados de nuestro proceder, pero eso es así, para ti y
para mí, por tanto, no podemos culpar a nadie de lo que está fuera de nuestro
control. Eso de “¡nada me sale bien y me siento mal!” y para desahogar tu frustración
vas y haces daño a quién tú crees que le va bien, (eso es envidia) y quién
actúe así, tiene bloqueados los buenos sentimientos, y cuando no se tiene
sensibilidad emocional se actúa sin humanidad.
Por la vida hay que ir con honestidad y sinceridad, y si haces
daño, tienes que confesar y reconocer lo que hiciste y pedir disculpas por ello. Tienes esa
“ventaja” que te hará sentir mejor absolviéndote de cualquier culpa. En la vida
tenemos que ser responsables de nuestras actos y consecuentes con nuestras
acciones. Puede que echar la culpa de tus culpas sea como sentir lástima de sí
mismo; eso no tiene sentido y es dañino. Puede que experimentes una
satisfacción visceral temporal (después de todo echar la culpa a otros automáticamente
te hace “tener razón”). Sin embargo el efecto resultante es tóxico; te
mantiene atrapado, estancado e incapaz de crecer y realizar tu verdadero
potencial bondadoso.
Vivir en el dolor del rencor y la venganza es negativo para ti,
lo mejor es ser valiente y reconocer los hechos y pedir disculpas por los
daños ocasionados. Pero también puede suceder que a la persona a quién has
dañado, el daño que les has producido le haya dejado una herida y te niega la
satisfacción de una disculpa y quedarás con sentimientos de ira e impotencia,
en otras palabras, con sufrimiento por tus culpas.
Las personas que se agarran a los daños muchas veces reviven
el dolor una y otra vez en sus mentes, mientras que la persona que “causó” el
dolor puede ser que logre olvidarlo, o puede quedarse atrapado con el remordimiento de ese daño echando la culpa a los demás. La persona que hace daño es consciente de ello, por
eso es necesario y conveniente que reconozca sus faltas, muestre arrepentimiento
y se disculpe con el dañado para que dolor del daño se suavice y se desvanezca.
La única manera de que puedas tener nuevas alegrías y felicidad en tu vida es hacer espacio a las buenas acciones. Para ello, toma la decisión de soltar lo malo y de pasar página: Las cosas no desaparecen por sí solas, necesitas comprometerte. Si no eliges esto consciente, podrías acabar auto-saboteando cualquier esfuerzo de cambio. Tomar la decisión de pasar página, también significa aceptar que puedes elegir soltar lo que te ata y no te sentirás tan víctima. Es bueno expresa tu dolor y tu responsabilidad por el dolor que tu daño hizo sentir. Deja de ser víctima y echar la culpa a otros, echar la culpa puede resultar una especie de satisfacción visceral efímera de “tener razón” y que te hace creer justificado cara al “mundo”, sin embargo al “mundo” poco le importas.
Sí, por supuesto, eres único, tan único como todos los demás
y tus sentimientos importan, pero no confundas, “tus sentimientos importan” pero
“tus sentimientos no deberían invalidar todo lo demás como si nada más importara”.
Tus sentimientos forman sólo una parte
de esta red maravillosa y milagrosa de interconexión que llamamos la vida. No importa
cuántas vueltas le damos a algo, pero echando las culpas a los demás jamás se
podrán arreglas las desavenencias. Hay que ser sinceros y confesar la verdad
que te llevó a hacer determinadas acciones dañinas, porque la culpa de que tú hagas lo que
haces solo la tienes tú. Nadie hace lo que no quieres hacer, por tanto, no
busques escaparte de tu responsabilidad, porque con hipocresía y mentiras,
nunca, jamás se ha arreglado un problema de relación.
Por eso, céntrate con alegría en el presente, en el aquí y
ahora y cambia la narrativa que cuentas. Deja de contarte a ti mismo aquel
cuento en el que el protagonista – tú – siempre es la víctima de las acciones
horribles de otras personas. Ponte frente al espejo y mírate a los ojos y
pregúntate ¿por qué?
Estaría bien que siempre que haces daño a alguien, pidas perdón
y te perdonas a ti mismo: El perdón es un bálsamo, pero tiene que salir desde lo
más profundo del ser, porque si se dice de palabra para quedar bien, no tendrá efecto
sanador. El perdón es por tu bien y también hace bien a la persona que perdona.
El perdón, calma, sosiega el espíritu y los ánimos. No hay nada como vivir sin
las ataduras de iras y rencores. La libertad emanada de la paz interior, no
tiene precio. El perdón no solo es poderoso, sino que es excelente para la
salud. Como también es bueno para la salud apartarse de las personas que te hacen daño.
El perdón es un acto de generosidad, aunque a veces cuesta
perdonar. Sólo pensar en alguien te ha engañado, o te ha hecho daño físico,
psicológico o moral, puede generar resentimientos muy poderosos de ira
“justificada” y mucho dolor; en esto casos saber gestionar las emociones para no exaltarte es un don especial. También hay que tener en cuenta que el que te hace daño también se hace daño a sí mismo, por eso, es necesario perdonar y perdonarse, porque el no poder perdonar no solo te afecta a ti,
sino a los de tu alrededor. Así que hazles un gran favor a todos, y a ti mismo:
Perdona. Suelta el dolor y libérate de las garras que te oprimen y ahoga tu
felicidad.
Hoy haz algo diferente y dale la bienvenida nuevamente a la
felicidad en tu vida. Deja sentir la sensibilidad de tus nobles sentimientos y empieza a gestionar tu bienestar
desde la humanidad, y la paz interior y el amor te acompañaran por siempre, y podrás ganarte el cielo.
La vida es mucho mejor sonriendo, amando, perdonando, compartiendo y luchando por nuestros sueños.
Fotografía: Internet
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