La desesperanza, cuando lo damos todo por perdido... La
desesperanza es agotamiento mental, emocional y conductual. Es estar cansado de
tantas decepciones y tristezas acumuladas. Es no tener ganas de nada. Es abandonarte a tu suerte.
En una vida que se alimenta de proyectos, darlos todo por perdido es un
veneno que poco a poco, apaga ilusiones, motivaciones y energías. Es la costra
de la decepción permanente y esa espina que nos hace respirar a través de la
amargura, hasta sumirnos en una trampa psicológica muy peligrosa. Porque a la
larga, estos estados nos vuelven muy vulnerables a la depresión y a otros
trastornos con un alto coste emocional.
En la práctica clínica del día a día, dice la psicóloga Valeria Sabater, sabemos que gran parte
de las condiciones psicológicas disponen de un tipo de intervenciones
establecidas que pueden servir de ayuda a la persona. Conocemos, por ejemplo,
qué terapia y estrategias ofrecer a un paciente con un trastorno de ansiedad,
con un trastorno de estrés postraumático, fobias, etc.
Ahora bien, hay otras realidades que por curioso que parezca
son altamente desafiantes para todo profesional. Hablamos de esas situaciones
donde nos llega alguien que dice haber perdido el sentido de la vida, alguien
que se siente atrapado por la desesperanza, alguien que sufre emocionalmente
sin saber muy bien la razón…
Este tipo de estados no aparecen siempre en el DSM-V (Manual
diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales). Muchos son pacientes que
no han cruzado aún esa línea donde aparece ya una condición clínica. No
obstante, están en el abismo, al borde de ese precipicio donde es necesaria la
rápida intervención para no dejarlos caer, para actuar a tiempo.
Porque si hay algo que la mayoría sabemos, es que la
desesperanza es pérdida de significado vital, es esa creencia peligrosa e
irracional donde llegar a pensar que todo, absolutamente todo está perdido…
“La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”. Maurice Maeterlinck.
La desesperanza, la respuesta emocional y conductual que
precede a la depresión que nos enclaustra en una cárcel sin rejas construida
mentalmente para atraparnos en la oscuridad de nuestros miedos. En esos
momentos de abatimiento debemos invocar a la esperanza, para salir de la cárcel
personal en la que a menudo vamos dejando nuestras decepciones, penas, frustraciones
y vacíos.
¿Qué es la desesperanza exactamente? La palabra esperanza
procede del término francés “espoir” y significa respiración. Por tanto, la
desesperanza vendría a simbolizar no solo falta de respiración, sino también
ausencia de “espíritu” o pérdida de esa esencia que nos hace humanos.
Más allá de este significado simbólico, dice la psicóloga, está sin duda la realidad objetiva que se desprende de este
sentimiento. La desesperanza lejos de tener tras de sí una sola explicación,
tiene en realidad todo un complejo entramado de dinámicas y procesos internos
muy llamativos.
Esto hace, por ejemplo, que le sea tan complicado a la persona responder por qué razón se siente desesperanzada. Lo que sienten es la pérdida de significado y de pronto, nada tiene sentido para ellos. Hay una baja autoestima. Experimentan tristeza, apatía, cansancio físico, baja motivación, desinterés por todo aquello que antes les definía. Hay frustración, amargura y un alto pesimismo… Algo que no podemos dejar de lado viendo toda esta sintomatología, es que en caso de que estas dinámicas psicológicas y conductuales sean persistentes, daríamos paso a un evidente proceso depresivo.
La desesperanza, por término medio, viene y va. Es esa
molesta inquilina que nos vista en determinadas épocas, pero que al poco tiende
a desvanecerse cuando cambiamos el enfoque o iniciamos nuevos hábitos.
Es más, estudios como el llevado a cabo en la Universidad de
Twente, en los Países Bajos, nos señalan que la desesperanza suele estar
vinculada con nuestro estilo de personalidad. Hay perfiles con mayor tendencia
al pesimismo y la indefensión, sin embargo, ello no quiere decir que estén
destinados obligatoriamente a sufrir una depresión tras otra.
En todo caso, todos tenemos la posibilidad (y la obligación) de hacer uso
de adecuados recursos personales para disuadir, escampar y hacer frente a la
desesperanza. A veces nos creamos cárceles y cargamos mochilas pesadas, por no saber gestionar nuestras situaciones ni canalizar nuestras emociones, y perdidos en la desesperación se crea un vacío que te atrapa. Por eso debemos sintonizar con nuestras emociones e intenta dar nombre a las sensaciones que sientes para poder vencer los miedos. La desesperanza te lleva a un estado de agotamiento por sentirte triste, frustrado, decepcionado. Es, al fin y al
cabo, un estado acumulativo. Es haber dejado pasar muchas cosas sin haberlas
resuelto previamente. Por tanto, es adecuado desgranar esos orígenes y despejar las ataduras que impide ver, y hay que llamar a las cosas por su nombre, para reconocerlas y para resolverlas.
La desesperanza es un estado emocional que se intensifica a
su vez por nuestros pensamientos y comportamientos. Seguir una misma rutina hará que alimentemos una situación viciada. Por tanto, para romper hay que crear hábitos
nuevos, intentando conectar con la realidad de otro modo. Innovemos, seamos creativos, iniciemos nuevos proyectos en la medida de lo posible.
Lo importante es, que cuando nos encontremos en esa cárcel de
la desesperanza, abramos puertas para generar corrientes alternativas y ser abrazados por motivaciones ilusionantes, que sean motor de arranque para seguir avanzando. Queda claro, no obstante, que no siempre es posible salir de estos
cubículos de dolor psicológico por nosotros mismos, pero tenemos que hacer un
esfuerzo e intentar romper con la monotonía y dejar correr aire nuevo que
inyecte nuevas ilusiones y que active la luz de la esperanza en el corazón, porque cuando el corazón sienta calor, ya nada podrá ensombrecer tus días.
Fotografía: Internet
No hay comentarios :
Publicar un comentario