jueves, 8 de septiembre de 2022

María, elegida por Dios


 

Muchos siglos habían pasado desde que Dios, en los umbrales del Paraíso, prometiera a nuestros primeros padres la llegada del Mesías. Cientos de años en los que la esperanza del pueblo de Israel, depositario de la promesa divina, se centraba en una doncella del linaje de David, la que concebirá y dará a luz un Hijo, a quien pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios con nosotros (Is. 7, 14). Generación tras generación, los piadosos israelitas esperaban el nacimiento de la Madre del Mesías, Aquella que ha de dar a luz, como explicaba Miqueas teniendo como fondo la profecía de Isaías.

Lo que hoy conmemoramos es el nacimiento de la Madre de Jesús. Una niña judía, María, que fue elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador. 

El nacimiento de María es el anuncio de que la salvación estaba cerca. La celebración de la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, es conocida en Oriente desde el siglo VI. Fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino, el cual se cierra con la Dormición, en agosto. El 8 de septiembre es una de las fiestas marianas más antiguas, introducida en el calendario litúrgico por el Papa Sergio I en el siglo VII. Fue introducida en Occidente y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor.

Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre del Hijo de Dios, y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor y de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.

Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles. Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. "El amor es el hecho mismo de amar", dijo San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de Sí a Dios y a los demás.

María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las ondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.

El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ella es refugio, consuelo, ayuda, apoyo y protección. Invocar a María significa recordar todo esto, porque la madre de Jesús, para el pueblo de Dios, es el refugio seguro y el modelo de vida para todo cristiano, un ejemplo de confianza y entrega.

En María era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de los actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

"En Ella no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura", afirma San Bernardo. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

La familia es el pilar de la sociedad: cuando la familia se tambalea la sociedad se debilita. Para muchos de nosotros la familia ideal está formada por el padre, la madre y los hijos en perfecta armonía. Sobre los padres recae la responsabilidad de educar en valores a sus hijos y corregirlos en su rebeldía; aunque hoy en día muchos hijos no respetan a sus padres y les amargan la vida. Pero, el tener una madre y amarla es lo natural y deseable. Sin ella no habríamos venido al mundo y nuestra casa carecería del calor del hogar que nos hace sentir en familia, acogidos y seguros. La madre en el hogar desempeña una tarea fundamental que no se puede reemplazar. La madre forma el hogar, educa y une a los hijos entre sí y con el padre. El hogar es el lugar donde los hijos anhelan regresar y donde se sienten "en casa". Con su cariño y su cuidado, con su fe en medio de las pruebas, su servicio abnegado y su donarse sin límites, la madre dirige y educa a sus hijos, a quienes quiere más que a sí misma. Ella los conforta, les exige y, aun cuando caen en el lodo del pecado y la miseria, los apoya, los levanta y los anima a seguir creciendo.

Cuando Dios concibió la iglesia, la concibió con la presencia de una verdadera Madre. Dios fundó la iglesia como una gran familia. Le dio a Jesucristo el Señor como cabeza y principio, y como corazón le entregó a María. Dios lo quiso de esa manera: lo pensó, lo decidió y lo realizó. El mismo Cristo lo proclama desde la Cruz, "Ahí tienes a tu Madre". Jn.19,27.

Los cristianos tenemos en María a nuestra Madre, a Ella acudimos para rezarle, pedirle y agradecerle. Y como Madre la aclamamos y veneramos.

¡Felicidades Gran Canaria! Gran Canaria hoy está de fiesta celebrando el Día de la Madre del cielo: veneramos a la Virgen María en su advocación del Pino. Hoy Teror es lugar de encuentro y peregrinación. Los canarios llegan a los pies de la Virgen del Pino para agradecerle sus favores y pedirle ayuda, para poder afrontar las tribulaciones de este valle de lágrimas. Somos hijos necesitados del amor de María, nuestra Madre, necesitados de su dulzura y consuelo, necesitados de su luz y su fuerza. A Ella nos confiamos, pedimos y rogamos.

¡Madre del cielo, Madre del Pino bendita, ten misericordia de todos tus hijos, no nos abandones jamás!

Pidamos a la Virgen María, la Madre del amor, que llene de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo.

¡Viva la Virgen del Pino! ¡Viva Gran Canaria!


Fotografía: Internet

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