domingo, 8 de agosto de 2021

Reflexiones de un Dominico


 

Un hermoso himno que cantamos a Santo Domingo dice: “Oh admirable esperanza la que diste a los que lloraban a la hora de tu muerte”. Más que un himno a Santo Domingo, este es un himno a la esperanza.

Domingo, en el lecho de muerte continúa siendo para sus frailes un predicador, les promete ser más útil desde el cielo y con esta promesa los llena de esperanza. Domingo es modelo de esperanza, es el predicador de la esperanza no sólo cuando estaba para morir, sino a lo largo de toda su vida. Domingo con su predicación devuelve la esperanza del anuncio gozoso del Evangelio, devuelve la esperanza en que una Iglesia renovada es posible, que un nuevo estilo de vida de estudio, de fraternidad, de oración y de enseñanza y predicación perduraría por los siglos y daría mucho fruto.

Pudiéramos decir que sus frailes, los hijos y las hijas de Domingo somos nacidos en la esperanza. Cuanto bien nos hace recordar que hacemos parte de la esperanza con la cual Domingo fundó la Orden de Predicadores y que nos corresponde ser también anunciadores de esperanza. No somos anunciadores de catástrofes, de condenación ni de miedo, somos hombres y mujeres como Domingo, predicadores de la gracia, de la Alegría del Evangelio, de la buena nueva que engendra vida, que trae paz. Nos ha correspondido vivir este año momentos muy duros como humanidad, la incertidumbre, el aislamiento, la zozobra, el contagio silencioso y arrasador que no perdona condición, nos amenaza. Sería fácil perder la esperanza. Pero ahora más que nunca nos corresponde a nosotros dar razones de nuestra esperanza. Porque la esperanza es necesaria para vivir.

La esperanza que quiso infundir Domingo a sus frailes cuando les prometió ser más útil desde el cielo es la prueba de ello. La esperanza nos reanima con un nuevo impulso para darnos las fuerzas suficientes para sobrepasar la crisis. Si de algo estoy seguro es de que la humanidad necesita anuncios de esperanza. De las tres virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad, la esperanza es como la hermana menor, es la que lleva a las dos mayores (la fe y la caridad) de la mano: ellas caminan juntas por la calle tomadas de la mano, las dos Grandes a los dos lados y la pequeña en el centro. La niña esperanza es quién arrastra a las dos hermanas, porque si se detiene la esperanza se detiene todo. Que como dice un poeta francés: “la fe que más le gusta a Dios es la esperanza”. Porque así no hubiese ya nada más que hacer por parte nuestra para cambiar una cierta situación difícil, quedaría siempre una gran tarea por cumplir: la de mantenernos bastante comprometidos y mantener lejana la desesperación: la de soportar con paciencia hasta el final. Precisamente ese fue el último deseo de Domingo, infundir en sus frailes y en su familia de predicadores una esperanza que los movilizará, que los empujará para continuar, para no ver la muerte del padre fundador como una derrota que paraliza, sino que, bajo la promesa de ser más útil desde el cielo, los empuja hacia nuevos desafíos, hacia nuevos retos, hacia nuevas tareas por cumplir.

Qué bueno es celebrar esta amable esperanza y pedirle a Domingo que cumpla hoy su promesa, que necesitamos escuchar que pronuncia sobre nosotros aquella maravillosa promesa, porque queremos permitirle a la esperanza que cante silenciosamente sus melodías en nuestra alma. Porque necesitamos oírla con cuidado y tratar de aprender su música. Pues necesitamos de sus cantos para aliviar nuestro corazón, para serenar los pregones de nuestras dolencias, para encender el entusiasmo frente al asedio de una humanidad que sufre y está sedienta y reclama la cercanía del Dios misericordioso de la vida, que puede hacer nuevas todas las cosas y que puede transformar todo mal en una oportunidad para vivir. Y así como predicadores dar cuenta de nuestra propia esperanza, intentando oír y permitirle al mundo oír el palpitar del corazón de un Dios que pareciera ausente, pero que está cerca de nosotros porque le interesamos ahora más que nunca.

Fray Oscar Guayán, O.P. - Reflexión desde el Convento de Cristo Rey, Piedecuesta, Santander.

 

Himno a Santo Domingo de Guzmán:

 

A la lid esforzada legión

del glorioso Domingo Guzmán

a luchar contra el mundo y Satán,

tremolando de Cristo el perdón.

 

Adelante aguerridos seguid

combatiendo la vil impiedad.

Viva Cristo animosos cantad

y Domingo el invicto adalid.

 

Somos hijas de Domingo,

del mundo lumbre y doctor,

excelso predicador

de la Gloria y la Verdad.

 

Sol hermoso y fulgurante

que en las alturas del cielo

ilumina el bajo suelo

con rayos de santidad.

 

Hoy día 8 de agosto, la Iglesia celebra la festividad de Santo Domingo de Guzmán, y por ello, son muchos los lugares que están de fiestas porque tienen como Patrón a Santo Domingo, entre ellos, mi pueblo de Juncalillo de Gáldar.

Pero por motivos de la Covid-19, una pandemia que se ha extendido por el mundo entero, los festejos están restringidos y solo nos queda rezar y rogar al Santo para que nos cuide y proteja de este bicho que esperamos sea combatido lo más pronto posible.

¡Viva Santo Domingo de Guzmán!

¡Viva Juncalillo! 


Fotografía: Internet

 

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