Un hermoso himno que cantamos a Santo Domingo dice: “Oh
admirable esperanza la que diste a los que lloraban a la hora de tu muerte”.
Más que un himno a Santo Domingo, este es un himno a la esperanza.
Domingo, en el lecho de muerte continúa siendo para sus
frailes un predicador, les promete ser más útil desde el cielo y con esta
promesa los llena de esperanza. Domingo es modelo de esperanza, es el
predicador de la esperanza no sólo cuando estaba para morir, sino a lo largo de
toda su vida. Domingo con su predicación devuelve la esperanza del anuncio
gozoso del Evangelio, devuelve la esperanza en que una Iglesia renovada es
posible, que un nuevo estilo de vida de estudio, de fraternidad, de oración y
de enseñanza y predicación perduraría por los siglos y daría mucho fruto.
Pudiéramos decir que sus frailes, los hijos y las hijas de
Domingo somos nacidos en la esperanza. Cuanto bien nos hace recordar que
hacemos parte de la esperanza con la cual Domingo fundó la Orden de
Predicadores y que nos corresponde ser también anunciadores de esperanza. No
somos anunciadores de catástrofes, de condenación ni de miedo, somos hombres y
mujeres como Domingo, predicadores de la gracia, de la Alegría del Evangelio,
de la buena nueva que engendra vida, que trae paz. Nos ha correspondido vivir
este año momentos muy duros como humanidad, la incertidumbre, el aislamiento,
la zozobra, el contagio silencioso y arrasador que no perdona condición, nos
amenaza. Sería fácil perder la esperanza. Pero ahora más que nunca nos
corresponde a nosotros dar razones de nuestra esperanza. Porque la esperanza es
necesaria para vivir.
La esperanza que quiso infundir Domingo a sus frailes cuando
les prometió ser más útil desde el cielo es la prueba de ello. La esperanza nos
reanima con un nuevo impulso para darnos las fuerzas suficientes para
sobrepasar la crisis. Si de algo estoy seguro es de que la humanidad necesita anuncios
de esperanza. De las tres virtudes teologales, la fe, la esperanza y la
caridad, la esperanza es como la hermana menor, es la que lleva a las dos
mayores (la fe y la caridad) de la mano: ellas caminan juntas por la calle
tomadas de la mano, las dos Grandes a los dos lados y la pequeña en el centro.
La niña esperanza es quién arrastra a las dos hermanas, porque si se detiene la
esperanza se detiene todo. Que como dice un poeta francés: “la fe que más le
gusta a Dios es la esperanza”. Porque así no hubiese ya nada más que hacer por
parte nuestra para cambiar una cierta situación difícil, quedaría siempre una
gran tarea por cumplir: la de mantenernos bastante comprometidos y mantener
lejana la desesperación: la de soportar con paciencia hasta el final.
Precisamente ese fue el último deseo de Domingo, infundir en sus frailes y en
su familia de predicadores una esperanza que los movilizará, que los empujará
para continuar, para no ver la muerte del padre fundador como una derrota que
paraliza, sino que, bajo la promesa de ser más útil desde el cielo, los empuja
hacia nuevos desafíos, hacia nuevos retos, hacia nuevas tareas por cumplir.
Qué bueno es celebrar esta amable esperanza y pedirle a
Domingo que cumpla hoy su promesa, que necesitamos escuchar que pronuncia sobre
nosotros aquella maravillosa promesa, porque queremos permitirle a la esperanza
que cante silenciosamente sus melodías en nuestra alma. Porque necesitamos
oírla con cuidado y tratar de aprender su música. Pues necesitamos de sus
cantos para aliviar nuestro corazón, para serenar los pregones de nuestras
dolencias, para encender el entusiasmo frente al asedio de una humanidad que
sufre y está sedienta y reclama la cercanía del Dios misericordioso de la vida,
que puede hacer nuevas todas las cosas y que puede transformar todo mal en una
oportunidad para vivir. Y así como predicadores dar cuenta de nuestra propia
esperanza, intentando oír y permitirle al mundo oír el palpitar del corazón de
un Dios que pareciera ausente, pero que está cerca de nosotros porque le interesamos
ahora más que nunca.
Fray Oscar Guayán, O.P. - Reflexión desde el Convento de Cristo Rey, Piedecuesta, Santander.
Himno a Santo Domingo de Guzmán:
A la lid esforzada legión
del glorioso Domingo Guzmán
a luchar contra el mundo y Satán,
tremolando de Cristo el perdón.
Adelante aguerridos seguid
combatiendo la vil impiedad.
Viva Cristo animosos cantad
y Domingo el invicto adalid.
Somos hijas de Domingo,
del mundo lumbre y doctor,
excelso predicador
de la Gloria y la Verdad.
Sol hermoso y fulgurante
que en las alturas del cielo
ilumina el bajo suelo
con rayos de santidad.
Hoy día 8 de agosto, la Iglesia celebra la festividad de Santo
Domingo de Guzmán, y por ello, son muchos los lugares que están de fiestas
porque tienen como Patrón a Santo Domingo, entre ellos, mi pueblo de Juncalillo
de Gáldar.
Pero por motivos de la Covid-19, una pandemia que se ha
extendido por el mundo entero, los festejos están restringidos y solo nos queda
rezar y rogar al Santo para que nos cuide y proteja de este bicho que esperamos
sea combatido lo más pronto posible.
¡Viva Santo Domingo de Guzmán!
¡Viva Juncalillo!
Fotografía: Internet
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