Cuando alguien me ha ofendido trato de elevar mi alma muy
alto para que la ofensa no la alcance. René Descartes.
Ya sea por alta sensibilidad o porque se está a las greñas,
cabe preguntarse el por qué unas personas se ofenden más que otras y qué se
esconde detrás de esa actitud.
Un comentario hecho por alguien que no tenía intención de herir puede hacer impresión en una persona debido, entre otras razones a su historia personal.
Sentirse ofendido es un sentimiento común que todos experimentamos de vez en cuando, solo que algunos con más frecuencia que otros...
Aquellos que dicen estar ofendidos se sienten menospreciados,
humillados o insultados. Según cuenta Laura Rodríguez, psicóloga del centro de
psicología on line Cepsim: «La víctima de una ofensa percibe que su amor
propio o su dignidad han sido heridos por algo o alguien. Se traduce en una
respuesta de alerta, ya que la persona ha sido agredida de un modo u otro y
puede reaccionar de múltiples formas: puede defenderse y agredir a su vez al
ofensor, quitarle importancia o culpabilizarse, e incluso no reaccionar en
absoluto».
Cuando nos sentimos ofendidos suele ser por algo. Cuando
nos ofendamos por algo podemos preguntarnos el por qué nos afecta, cual es el fondo de esa ofensa, cómo nos sentimos, y sobre todo, podemos valorar si reaccionar o
no. «Defendernos ante una ofensa es fundamental en muchos casos, pero
también hay que elegir nuestras batallas, estimar si merece la pena dejar pasar
alguna o, incluso, si nuestra reacción puede ser moderada y derivar en un
aprendizaje», aconseja Laura Rodríguez.
Explica la experta en psicología que cuando algo nos ofende
es porque nos afecta y nos duele, y duele más cuando te ofenden conscientemente y a traición. Al parecer, sumergirse en ese dolor y
analizar esas palabras o hechos que han sido interpretados como ofensas «nos
ayuda a dar sentido a lo que nos ocurre, entender por qué algo nos hace sentir
así e ir más allá para dar un nuevo sentido a las emociones que han surgido
tras la ofensa».
Por esta razón, debemos ser cautos a la hora de emitir sugerencias o críticas y estar muy atentos a las reacciones que se pueden producir, dice la psicóloga. «Es importante ser conscientes de que podemos llegar a ofender a alguien cercano y, de hecho, lo hacemos en muchos momentos, y no de forma intencionada, sino simplemente porque el otro, por su historia, por sus valores personales o por su propio contexto, lo interpreta como un ataque y siente que se le menosprecia». Advierte que hay personas más sensibles que otras a la ofensa: «Podemos analizar si somos más susceptibles valorando nuestras propias inseguridades, la forma que tenemos de encajar las críticas, si nos cuesta admitir los errores, si situamos la responsabilidad de los hechos en nosotros mismos o siempre en el otro, etc.»
Aparentemente, en las relaciones sociales y familiares, tal como expone la
psicóloga, la gente está constantemente en guardia, hay opiniones cada vez más
polarizadas y eso hace que cualquier comentario o conducta que vaya en contra
de nuestros valores se interprete como una ofensa personal y provoque una
reacción que puede llegar a ser agresiva. Y también hay que tener en cuenta
que hoy en día las redes de telecomunicaciones son las grandes protagonistas de
las relaciones sociales. «Las redes sociales son un gran disparador en estos
casos y una simple opinión puede generar un efecto rebote que se traduce en
rabia y ataques personales. El anonimato, la falta de comunicación no verbal,
la no contextualización y la expresión sin filtro que se da en ellas hacen que
aumenten las posibilidades de que algo nos ofenda», explica.
Pero en el terreno que la ofensa se lleva la palma es el
círculo familiar, porque ahí se ofende con alevosía: Hermanas, primas, cuñadas, en femenino se da más. Las
comparaciones desatan rivalidades que se manifiestan en forma de injurias,
calumnias y descalificaciones con el fin de echar por tierra el prestigio de quién nos hace sobra para
calzarse sus zapatos. El familiar que ofenda la nobleza de su sangre es un
indigno ser.
Es conveniente reflexionar sobre ese efecto negativo que provocamos en el otro con una palabra, un acto, un gesto, y no debemos juzgar el hecho de que la otra persona se sienta ofendida y analizar si podríamos haber asegurado nuestra postura desde otro punto, con más asertividad, más respeto o en otro contexto: «Hemos de ser cautos a la hora de hacer comentarios que puedan ser hirientes o de posicionarnos sobre un tema porque podemos herir la sensibilidad de alguien, pero siempre hay que ir con la verdad».
Defender nuestras opiniones e ideas es fundamental en
nuestras relaciones interpersonales. Sin embargo, mantener una comunicación
sincera no implica que, a veces tengamos que pedir disculpas por un comentario
o acto que ha ofendido al otro. Pero ojo, podemos encontrarnos con los que buscando bronca dicen sentirse ofendidos, por tanto, hay que tener cuidado con esos 'listos ofendiditos' que por ocultar sus fechorías la van liando para hacer ruido y no tener que dar explicaciones de sus malintencionadas acciones.
El hombre que olvida una ofensa, no la perdona, la olvida,
pues el perdón parte de un sentimiento heroico, de un corazón noble, de un
espíritu generoso, mientras que el olvido viene de una debilidad de la memoria,
o de la despreocupación, amiga de un alma pacífica, y frecuentemente, de la
necesidad de calma y de tranquilidad; en efecto, el odio, a la larga, mata al
infortunado que se complace en alimentarlo. Giacomo Casanova.
Todos hemos recibido alguna vez algo que hemos entendido como
un agravio o una ofensa, alguien ha hecho o ha dicho algo que nos ha molestado.
Hay algunas personas que tienen una mayor capacidad para perdonar la ofensa, sin
embargo, hay otras que no la tienen o se niegan a tenerla; y se les oye decir
eso de, “esto no lo voy a perdonar nunca”. Si eres de estos últimos,
permíteme que te diga que esa frase, y también esa actitud, sólo consigue
fastidiarte a ti mismo; tanto física como psicológicamente.
Qué podemos hacer para conseguir perdonar lo que en principio
hemos entendido como imperdonable. Porque si bien es cierto que muchas veces no
resulta nada fácil perdonar; también es cierto que quedarse centrado en el
rencor y en las ganas de venganza, es tan eficaz como tomarte una cucharada de
veneno para que se muera el otro.
Vamos a empezar por aclarar lo que no significa perdonar, ya
que muchas veces puede llevar a confusión:
Perdonar no significa que tengas que reconciliarte con la
persona que te ha ofendido. O por lo menos no necesariamente. A veces puede
ser; pero otras, simplemente no es posible.
Perdonar no significa borrar de la memoria lo que ha ocurrido, porque eso tampoco es posible. Además, recordar eso que produjo tanto dolor tiene una función importante; es la del aprendizaje.
Tampoco significa que tengas que dejar de defender tus
derechos; ni por supuesto, olvidar los valores que te definen. Ni mucho menos,
dejar de defender lo que crees que es lo justo. Y menos aún significa eso tan
oído de “yo perdono, pero no olvido”.
Perdonar es ser capaz de recordar sin dolor y sin odio; y
además eliminar todo deseo de venganza. Para empezar, hay que identificar el
sentimiento que ha provocado en ti la ofensa. Puede ser rabia, dolor, tal vez
la sensación de impotencia o frustración…, al identificar lo que sientes disminuye
la intensidad del malestar.
Es verdad, los demás pueden hacernos cosas muy feas, pero
tus emociones la vas a generar tú mismo en función de cómo interpretes lo que haya
pasado. Insisto en que no se trata de justificarlo; se trata de darle al hecho
una interpretación lo menos dramática posible. Porque de esta forma, las
emociones serán menos intensas y por tanto menos dolorosas. Tú tienes el poder
de liberarte del rencor. El mal está en los que actúan con maldad para herirte.
Antes la duda, hay que pedir una explicación sincera, eso es sabiduría. En definitiva, perdonar una ofensa es un acto consciente,
para el que debemos darnos algún tiempo a que se curen las heridas. Tomar la
decisión de no querer vivir en las intencionadas acciones hirientes, es algo que debemos
hacer para que la herida no duela, mientras esperamos saber el por qué de esas malas acciones. No para perdonar a la otra persona; sino para liberarnos a nosotros
mismos de ese veneno que se llama rencor y que seguramente, no merece la pena
guardar. No hay nada como vivir en paz, aunque el precio sea alejarte de las personas que no viven en paz.
Pero pensando en lo que me aconsejaba mi padre: "Si te ofenden, defiéndete; pero sin llegar nunca a pelearte". Edmondo De Amicis.
Fotografía: Internet
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