El
Pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la ley de Dios, que consiste
en decir, hacer, pensar o desear algo contra los mandamientos de la Ley de Dios
o de la Iglesia, o faltar al cumplimiento del propio deber y a las obligaciones
particulares.
En sus juicios acerca de valores morales, el hombre no puede
proceder según su personal arbitrio. En lo más profundo de su conciencia
descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero
a la cual debe obedecer... Tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en
cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente.
El pecado es un misterio, y tiene un sentido profundamente
religioso. Para conocerlo necesitamos la luz de la revelación cristiana. (...)
El pecado escapa a la razón. Ni la antropología, ni la historia, ni la
psicología, ni la ética, ni las ciencias sociales pueden penetrar su
profundidad. Algunos dicen que Dios no es afectado por el pecado.
Efectivamente, no afecta a la naturaleza divina, que es inmutable; pero sí
afecta al «Corazón del Padre» que se ve rechazado por el hijo a quien Él tanto
ama.
Si el pecado no ofendiera a Dios sería porque Dios no nos quiere. Si Dios nos ama, es lógico que le «duela» mi falta de amor. Lo mismo que le agradaría mi amor, le desagrada mi desprecio: hablo de un modo antropológico, pero es necesario hacerlo así, para entendernos. Si Dios se quedara insensible ante mi amor o mi desprecio, sería señal de que no me ama, que le soy indiferente.
A mí no me duele el desprecio de un desconocido; pero sí, si
viene de una persona a quien amo. No es que el hombre haga daño a Dios. Pero a
Dios le «duele» mi falta de amor. El bofetón de un niñito no le hace daño a una
madre, pero sí le apena, porque ella prefiere un cariñoso besito. El que hace daño a un hermano hace daño a Dios y se daña así mismo, porque hacer el mal atenta contra el amor. En la vida todo es
cuestión de amor.
La inmutabilidad de Dios no significa indiferencia. La
inmutabilidad se refiere a la esfera ontológica, pero no a la afectiva. Dios nos
ha creado desde el amor. El Dios del Evangelio es Padre. La Filosofía no puede
cambiar la Revelación.
Es un misterio cómo el pecado del hombre puede afectar a
Dios. La
Biblia expresa la ofensa a Dios del pecado con la imagen del adulterio, porque
el pecado es ante todo ofensa a Dios. El pecado ofende a Dios por lo que supone
de rebelión. David, arrepentido de su pecado, exclamaba: «Contra Ti pequé,
Señor».
«El pecado es un 'no' deliberado dado al amor redentor de
Cristo, y esta negativa lastima a Cristo».
Hay hechos que tienen un significado importante.
«La Iglesia ha condenado la opinión de quienes sostenían que
puede darse un pecado puramente filosófico, que sería una falta contra la recta
razón sin ser ofensa de Dios».
«La Iglesia ha condenado la idea de que pueda existir un
pecado meramente racional o filosófico, que no mereciera castigo de Dios».
El pecado está en la no aceptación de la voluntad de Dios,
más que en la transgresión material de la ley. Por eso, puede haber pecado sin
transgresión material de la ley si existe el NO a Dios en la intención;
mientras que puede haber transgresión de la ley sin pecado, si no se ha dado el
NO a Dios voluntariamente.
El pecado no es algo que nos cae inesperadamente, como un
rayo en medio del campo. El pecado se va fraguando, poco a poco, dentro de
nosotros mismos. Las repetidas infidelidades a Dios, los apegos desordenados
consentidos, el irresponsable descuido de las cautelas, van preparando la
caída. Es como un gusano que va horadando la mente y el corazón y no te deja en
paz hasta que no ejecutas el mal sobre tu víctima.
La moral no consiste en el cumplimiento mecánico de una serie
de preceptos, sino en nuestra respuesta cordial a la llamada de Dios que se
traduce en una actitud fundamental en nuestro corazón imprimida por el Espíritu
al servicio de Dios, y al amor a los hermanos. La opción fundamental es una
decisión libre, que brota del núcleo central de la persona, una elección plena
a favor o en contra de Dios, que condiciona los actos subsiguientes, y es de
tal densidad que abarca la totalidad de la persona, dando sentido y orientación
a su vida entera, porque la opción fundamental no consiste en liberarse del
cumplimiento de determinadas normas o preceptos, sino muy al contrario, en
hacer una llamada a la interiorización y profundización de la vida de cada
cristiano.
La opción fundamental por Dios consiste en colocar a Dios en
el centro de la vida: «Concebirle como el Valor Supremo hacia el cual se
orientan todas las tendencias, y en función del cual se jerarquizan las
múltiples elecciones de cada día».
«Es claro que las actitudes determinan nuestro comportamiento
moral de forma positiva o negativa».
Las actitudes son predisposiciones estables o formas
habituales de pensar, sentir y actuar en consonancia con nuestros valores. Son,
por tanto, consecuencia de nuestras convicciones o creencias más firmes y
razonadas de que algo «vale» y da sentido y contenido a nuestra vida. Constituyen
el sistema fundamental por el que orientamos y definimos nuestras relaciones y
conductas con el medio en que vivimos.
Evidentemente que en el hombre tienen más valor las actitudes
que los actos. Hay actos que expresan más bien la periferia del ser y no el ser
mismo del hombre. Los actos verdaderamente valiosos son los que proceden de
actitudes conscientemente arraigadas.
«Se ve claramente que, aunque la actitud sea lo que define
auténticamente al ser moral del hombre, los actos tienen también su
importancia, porque, repetidos, conscientes y libres van camino de convertirse
en actitud».
No hace falta que el acto se repita para que sea considerado
grave. Por ejemplo: un adulterio o un crimen planeado a sangre fría, con
advertencia plena de la responsabilidad que se contrae, buscando el modo de
superar todas las dificultades, y sin detenerse ante las consecuencias con tal
de conseguir su deseo o venganza, qué duda cabe que los actos comprometen la
actitud moral del hombre.
La opción fundamental puede ser radicalmente modificada por
actos particulares. No es sincera una opción fundamental por Dios, si después de
una mala acción no se confirma con actos concretos de arrepentimiento. Los
actos son la manifestación de nuestra opción. Si la opción fundamental no va
acompañada de actos singulares buenos, se ha de concluir que la tal opción se
reduce a buenas intenciones.
Es en las acciones particulares donde la opción fundamental
de servir a Dios se puede vivir de verdad. (...) La ruptura de la opción
fundamental no es sólo por apostasía. Lo que sí parece cierto es que la actitud
no cambia en un momento. Los cambios vitales en el hombre son algo paulatino.
El pecado mortal que separa al hombre definitivamente de Dios
es la consecuencia final de una temporada de laxitud moral. Por eso decimos que
el pecado venial dispone para el mortal. El pecador sabe que peca y trata de
ocultar su repugnante presencia, pero, Dios lo ve todo y lo sabe todo...
Algunos opinan que al final de la vida, Dios dará a todos la
oportunidad de pedir perdón de sus pecados; pero esta posibilidad de la opción
final no tiene ningún fundamento en la Biblia. Por eso es rechazada por
teólogos de categoría internacional como Ratzinger, Rahner, Pozo, Alfaro, Ruiz
de la Peña, etc.
Hay, además otros pecados llamados pecados de omisión: «los
pecados cometidos por los que no hicieron ningún mal..., más que el mal de no
atreverse a hacer el bien, que estaba a su alcance».
Jesucristo condena al infierno a los que dejaron de hacer el bien: «Lo que con éstos no hicisteis». A veces hay obligación de hacer el bien, y el no hacerlo es pecado de omisión. Se equivocan los cristianos, que pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga a un más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fueran ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales.
El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser
considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Hoy es muy
usual en algunos ambientes hablar de pecado social, se puede pecar en grupo al
maquinar dañar con alevosía, pero el pecado, en sentido verdadero y propio, es
siempre un acto de la persona.
Lo cierto es que el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. Pero en el fondo de toda situación de pecado hallamos siempre personas pecadoras, ya que, las estructuras de pecado se deben a los pecados de los hombres, y lo más grave es, que el pecador peque a sabiendas.
«Todo pecado es un ultraje a Dios. (...) En un sentido propio
y verdadero tan sólo son pecado los actos que de forma consciente y voluntaria
van contra la ley de Dios. (...) Por eso, precisamente, el hombre es la única
creatura que puede ser pecadora entre los seres que componen la creación
visible».
Aunque es cierto que pecados personales generalizados crean
un ambiente de pecado, «no se puede diluir la responsabilidad personal en
culpabilidades colectivas y anónimas.
Hay que sentirse responsables de nuestros pecados que
deterioran el ambiente. Hausherr, Profesor del Instituto Oriental de Roma,
publicó un libro titulado Le Penthos en el que habla del influjo de algunos
pecados en el medio ambiente espiritual del Cuerpo Místico de Cristo.
Ya dijo Santo Tomás de Aquino que: El pecado ofende a Dios
lo que perjudica al hombre.
Cuando el diablo se mezcla en los asuntos humanos para
arruinar una existencia o trastornar un Imperio, es muy extraño que no se halle
inmediatamente a su alcance algún miserable al que no hay más que soplarle una
palabra al oído para que se ponga seguidamente a la tarea. Alejandro Dumas.
Nunca es tarde para el arrepentimiento y la reparación. Charles Dickens
Fuente: Catholic.net
Fotografía: Internet
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