Jueves Santo: Día del Amor fraterno. Día del Amor inconmensurable, amor salvador sin límite y verdadero…
Jueves Santo es el día en que más se ha amado, un amor que
traspasa el espacio y el tiempo y que llega hasta nosotros como el eco de una inmensa
explosión. Este amor se concreta en la institución de la Eucaristía; la
institución del orden sacerdotal y el mandamiento del Señor sobre el amor
fraterno. En la celebración eucarística del día debemos actualizar y
dejarnos alcanzar por la fuerza de ese amor expansivo de entrega y servicio.
El amor de Jesús, extremo y extremado era de una categoría
desconocida entre sus contemporáneos, como una realidad de otro mundo. Sus
actitudes y gestos de amor tenían toque de gracia, eran como una creación
nueva. Todos se admiraban. Amaba a los niños, y ya no querían despegarse de él.
Amaba a los pobres, y lo sentían como el mayor tesoro de sus vidas. Amaba a los
enfermos, y los curaba con su ternura. Amaba a los pecadores, y empezaban,
entre lágrimas, a revivir. Iba atando a todos con ataduras de amor.
Amar, servir, dar la vida. El Señor le dice hoy a Pedro: Lo
que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. El gesto
de lavar los pies es un gesto que realizaban los esclavos a los amos, es el
gesto que realiza Jesús: he venido a servir. Es verdad, es difícil de entender,
no se corresponde con la lógica de este mundo. Ningún apóstol es del todo
consciente de lo que está pasando, del 'signo' que está haciendo Jesús, de lo
que les está regalando.
Esa noche en algún momento durante la cena, ocurre algo
inesperado. Jesús se levanta, pone a un lado su manto y agarra una toalla.
Luego pone agua en un recipiente que tiene a mano y empieza a lavar los pies a
sus discípulos. Cuando le llega el turno a Pedro, protesta: “No me lavarás
los pies jamás”. Y Jesús le contesta: “Si no te los lavo, no eres uno de
los míos”. Pedro le dice de corazón: “Señor, entonces no me laves solo
los pies, sino también las manos y la cabeza”. La respuesta de Jesús le
sorprende: “El que se ha bañado está completamente limpio y solo necesita
lavarse los pies. Y ustedes están limpios, aunque no todos” (Juan 13:8-10).
Se refería a Judas, el traidor.
¿Cuál fue el significado de que Jesús lavase los pies a los
discípulos? Diríamos que tiene tres significados: Para Jesús, fue la
demostración de su humildad y su servicio. Para los discípulos, el lavamiento
de los pies contrasta directamente con las actitudes de su corazón en ese
momento. Para nosotros, lavar los pies es un símbolo de nuestro papel en el
cuerpo de Cristo.
El servicio desinteresado de Jesús simboliza la limpieza
espiritual (Juan 13:
6-9) y muestra a todos un gran modelo de humildad. (v. 12-17). La
muerte de Jesús en la cruz, que produce pureza espiritual para aquellos que
ponen su fe en Él, fue sin duda otra muestra desinteresada de servicio.
(Filipenses 2: 5-11).
Como lo reveló en Mateo 20:28, “Él no vino para ser
servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. La
humildad expresada por su acto con la toalla y la palangana presagió su último
acto de humildad y amor en la cruz.
La experiencia de la última Cena fue una de esas realidades
que marcan la historia humana: una realidad intensa y encendida, una página
bellísima, un acontecimiento que llegó a ser un punto de referencia
inolvidable. En la última Cena también hubo ambiciones, los discípulos discutían
sobre los primeros puestos; hubo traiciones negras, con nombres de Judas, pero,
superando negruras y bajezas, hubo cascada luminosa, incendios de amor.
Gracias Jesús por hacerte presente en la Eucaristía. Gracias
por los sacerdotes que te sirven a través de su ministerio entregado. Gracias
por el amor de tantos hombres y mujeres que, poniendo en ti los ojos, aman y
dan la vida por los demás. Ayúdanos a llenarnos de este amor desbordante y
explosivo. Enséñanos a amar sin medida, a amar hasta que duela, a darlo todo en
lo cotidiano de nuestras vidas, a amar al que no lo merece ni agradece, a
regalar amor al que no ha conocido la fuerza de este don. Tu amor, Jesús,
salvará al mundo.
Jesús nos amó hasta el extremo… Una de las manifestaciones
del amor, que es el deseo del bien, es el amor a los hermanos. El amor fraterno
nos enseña a compartir nuestros bienes y a llevar una convivencia sana y
constructiva. El amor fraterno nos prepara a vivir en la sociedad y se extiende
a los que no son hermanos de sangre, pero se aman como si lo fueran.
En la vida humana hay algunas circunstancias y situaciones
que no son objeto de elección. No podemos elegir a nuestros padres ni el elegir
o situación para nacer. Tampoco podemos elegir a nuestros hermanos. Y esto, en
diversas etapas de la vida trae problemas. De pequeños hay peleas con los
hermanos para llamar la atención de los padres. Ya mayores, también hay peleas
por una relación desgastada.
Las peleas de infancia o de madurez pueden sanarse con el
cultivo del amor fraternal. El amor fraternal es del deseo del bien de un
prójimo que comparte nuestro origen y que es igual a nosotros. En el amor
filial o paterno siempre hay una relación de autoridad o de superioridad. Por
tanto, no puede haber un amor entre iguales, sino entre subordinados, pues el
hijo se subordina al padre.
En cambio, entre hermanos hay una relación de iguales. Esta
igualdad se da tanto por el origen como por la relación. Los buenos hermanos siempre están dispuestos
a ayudarse a compartir, no se entiende que un hermano haga daño a otro. Los hermanos tienen una
capacidad de desearse el bien más sinceramente porque ven en el otro un reflejo
de sí mismo. Esto implica que hay un profundo conocimiento del otro y de sus
necesidades. El amor fraterno, entonces, se da entre los iguales y desea el
bien para los iguales. No olvidemos que el amor fraternal más perfecto es el
mutuo, aunque a veces esto no suceda así. No obstante, en esta posible situación,
el amor fraterno puede llegar a ser mutuo si uno de los hermanos comienza a amar
desinteresadamente primero.
Quien no ama a su hermano no ama a Dios. Una lección
universal sobre el amor fraternal la encontramos en la Primera carta de Juan.
En ella se discute la posibilidad de amar a Dios sin amar a los hermanos, sean
estos carnales o de religión. La respuesta de Juan es contundente: No se puede
amar a Dios si no amamos a nuestro hermano. Pues si no amamos al hermano que os
queda cercano y conocemos bien, ¡cuánto más Dios, que es inmaterial y perfecto,
el cual nos queda lejos como un objeto de amor si no lo conocemos bien!
Por eso dice San Juan: “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien
no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”. (1 Jn
4, 20) El apóstol nos invita a practicar el amor fraternal como un medio para
conocer a Dios y como una práctica para el amor divino. Esto es una cuestión de
posibilidades. No es posible amar lo que no se conoce. Y si conocemos al
hermano que es semejante a nosotros y no lo amamos, no es posible que podamos amar a
Dios. Pues Dios no es como el hermano que es cercano, sino que es misterioso y
un tanto oculto. A Dios no lo conocemos como al hermano, y como no podemos amar
lo que no conocemos no podemos amar a Dios si primero no ejercemos el amor fraternal.
El amor del que se habla aquí no se circunscribe a los
hermanos carnales, sino que se expande a toda la comunidad de creyentes, que
son hermanos por tener a Dios como Padre y por ser hijos en el Hijo. Incluso
parece que el apóstol llama a los cristianos a amar a toda la comunidad humana
en el amor fraternal.
A veces, más veces de las deseadas, surgen malos entendidos y
desencuentros entre hermanos carnales, pero si hay buena voluntad, respeto, humildad y
sinceridad todo se puede aclarar. Otra cosa es que se agrupen y no quieran reconocer las
acciones que llevan el propósito de difamar y perjudicar la dignidad de una
hermana, y lo niegan con descalificaciones quebrantando la ley del amor
fraterno y quedando como enemigos. Jesús, testimonio de amor y verdad tuvo
enemigos que lo insultaron, lo maltrataron, lo acusaron falsamente y lo
clavaron en la cruz.
Si bien es cierto que es muy difícil que amemos a nuestros enemigos, Dios nos llama a amarlos, la palabra de Dios nos dice que para Dios no hay nada imposible, quizá para nosotros sin su presencia es imposible, pero para Él no lo es, de tal manera que tenemos que orar para que Dios a través de su Espíritu Santo nos de la capacidad de amar, pero esto lleva su proceso, no es de la noche a la mañana, primero el Señor tiene que sanar alguna herida que posiblemente no nos deje amar, Él tiene que trabajar en otras áreas de nuestra vida. A veces traemos tantas cosas de nuestra vida pasada que nos cuesta tanto amar a nuestro prójimo, la palabra de Dios nos dice que nos amemos los unos a los otros, pero si no hay amor, Dios no está en nuestro corazón, porque Dios es amor, sin distinción alguna, Dios ama a todos por igual. Lo importante es que Dios sabe que, aunque nos desprecien en nuestro corazón hay esperanza, también pena y compasión por los que nos desprecian. Por tanto, si un hermano me hace daño y pido explicación, no es que yo haya dejado de amar a mi hermano, lo que hago es invitarle a que confiese su mala acción y reconocer su error le servirá a él de perdón personal y de perdón de Dios, y así se abrirá la puerta a la reconciliación entre los hermanos... Si la verdad triunfa, triunfa la paz; si triunfa la paz, triunfa el amor.
¡Feliz Jueves Santo!
Día del amor inconmensurable...
Dios nos bendiga a todos.
Fotografía: Internet
No hay comentarios :
Publicar un comentario