sábado, 13 de febrero de 2021

Desafectos


 

Los desafectos o el desamor es uno de los sentimientos más humanos que existen. Un sentimiento que se vive con cierto dramatismo existencial en el instante en el que se produce ese desengaño que frustra las expectativas personales de amores fraternales o de enamorados.

El amor puede hacernos sentir maravillosos... Los afectos y desafectos casi que es lo mismo, unos vigentes y otros caducados o trasmutados, pero que siguen siendo afectos que dejan o dejaron poso y huella. Hablo de afectos desaparecidos o perdidos o con posibilidad de caer en el olvido o ya prescritos o también de afectos dolidos que pasan a ser odios reprimidos. Los afectos a veces se dejan y se apartan por decisión propia y ya entonces son desafectos, no siempre barnizados por la inquina y el resentimiento o el rencor. Se necesita fuerza de voluntad para alejarse y tomarse un tiempo para poder procesar las emociones encontradas. Sí, el corazón si se rompe y duele, duele todo... Duele cuando logras respirar y cuando intentas sosegar la mente. Duele cuando los recuerdos se ahogan y le das la espalda para poder olvidar...

Amar y ser amados es una necesidad. Los afectos nos llegan de nacimiento unas veces, y encontrados por el camino muchas más... El cariño que nos profesan nada más nacer y que nosotros devolvemos, es ese primer afecto que nos llena durante tanto tiempo, y no existe otro. El más duradero de todos los afectos, el familiar, de madre y padre y hermanos y toda la consanguineidad que nos rodea, como manta que nos quiere proteger de las intemperies que nos llegan, de los fríos con los que nos tendremos que enfrentar y nadie podrá evitarlo por más que ese abrazo de todos ellos juntos nos quieran aislar de esos gélidos vientos. Y ese afecto inicial no está a salvo ni siquiera de ser mutado en desafecto, en malquerencia, por motivaciones que no están muy claras. Puede ser que con el tiempo nos vemos niños y nos da por pensar que nuestros padres no nos quería y nos obligaba a hacer lo que ellos se les antojaba, y los cuidados y desvelos no lo valoramos y lo que era educación en valores lo vemos como normas impuestas, y todo el amor que recibimos o damos se vuelve contra quién nos lo da o quién lo recibe en forma de desdén y alejamiento, y ya no hay reconciliación, solo desafecto. La ternura desaparece y ese niño que fuimos ya no la inspira, incluso ese recuerdo tierno se entierra y se borra cualquier posible marca que nos diga donde estuvo ese sentimiento, y al hijo se le repudia, y al padre y la madre se les destierra del futuro del hijo. Y cuando la envidia surge entre hermanos, se ahonda un distanciamiento que la vida abundará, y cada uno llevará su vida y será el desafecto el nexo de unión, un afecto alejado, distante, teñido de amor enrarecido, algo indiferente y el amor de familia se convierte en moneda de cambio entre simpatizantes y partidarios de unos contra otros.

Luego con los años aparecen la amistad y el aprecio por ciertas personas que avanzan junto a nosotros en el día a día, y creemos que ellos nos acompañarán durante todo nuestro camino y no se nos pasa por la cabeza que irán quedándose en la cuneta, por el destino, por cambios de residencias, de estudios. Mudados a otros lugares nos lleva a encontrar a otros compañeros de viaje, también por tiempo limitado. Pero otras veces esos amigos dejan de serlo no por el devenir de la cotidianidad de los días, o por los caprichos de la vida. La enemistad surge de pronto por un roce, por una desilusión, por un enfado fundado o infundado, por suspicacias o por cualquier nimiedad y entonces apartamos la amistad y lo mandamos al exilio, dudando de la fidelidad a nuestra causa y el desafecto lo deja en un Gulag interior, que mucho tiempo después quizás se rehabilite en la memoria, pero que por siempre quedará como un afecto osco, lejano, sin el calor de algo que nos toque y nos despierte emoción; solo recuerdo de un pasado donde iniciábamos nuestro periplo en comunidad, con otros que no eran los de la sangre propia.

Luego llega el afecto de los afectos, la estima y devoción, el amor. El primero es el más bonito, por lo menos en la memoria así queda, a no ser que por algún motivo como un Mr. Hyde se transforme y ya no quede ese dulce recuerdo. El apego emocional hacia otro nos mueve constantemente, siempre queremos tener a alguien a quién amar, con quién compartir, hacer proyectos, sentirnos importantes para el otro y consecuentemente para nosotros mismos, y nos crecemos al pensar que somos un referente para ese otro en la pareja. Y nos vaciamos y nos damos y se vacían y nos lo da todo, tanto que quedamos secos y necesitamos del otro para recuperar energías, y es a la vez un conducto que retroalimenta la relación que nos seca y nos consume. Secamos y absorbemos y acumulamos y colmamos de vigor y fuerzas, y nos recargan con mimos y halagos, devociones y aprecios, que a veces se trastornan y se vuelven desprecios. Y el respeto antes cultivado queda destronado y se instaura el rencor y toda la tolerancia de antes se hace intransigencia y todo lo bueno se gira en malo, las bondades de antes se enturbian y parecen vilezas y ya todo rezuma desafecto. Un desafecto acentuado y tildado de odio y crueldad, la perversión toma el mando y todo lo que antes hacíamos por el bien del cónyuge, con complacencia, diligencia y fervor de ofrenda, se transfigura y la piedad desaparece de tal manera, que nos trasladamos al otro extremo convertidos en inclementes. Y el aborrecimiento ensombrece nuestro día a día y llegada la separación física, no nos basta pasar página, se queda enquistado en la médula la mortificación que nos supone pensar en el otro, porque no nos conformamos con la ruptura y el olvido. En algunos casos la obsesión por recuperar el amor supone un desgaste emocional, y si tras intentos ves que no hay posibilidad de conseguirlo, te verás con la estima por los suelos y el deseo creciente de insuflar el mayor mal, el mayor sufrimiento a la pareja perdida para que haga catarsis en nuestro dolor que no nos deja vivir y nos ciega. Y esa enfermedad es el mayor peligro: Caer en ese pozo es hacer del desafecto el motivo de vida, pero no como indiferencia si no como sinónimo de penitencia, escarmiento y deseo de castigo. Otras veces aun siendo fortuito y no esperado, el desafecto es tomado como avatar de vida y el alejamiento es civilizado y tomado como un estigma y muesca más que nos deja el oficio de vivir, y el desafecto se queda solo en eso, en desvío de la estima hacia el otro y así dejamos a otros huérfanos de nuestra estima o al menos con ella bajo mínimos.

Pero otras muchas veces los desafectos son la salida buscada por el miedo a un abrazo de futuro que nos inquieta y del que no estamos seguros. Es una puerta de escape para el acorralado, al que los sentimientos le tienen amarrado y atado y duda de que sea lo que él estimaba, o de lo que imaginó y de pronto ya no quiere que sea. La mayoría de las veces no queremos el daño del otro y apartarnos es la consecuencia de auto-protegernos, de salvaguardar nuestro sueño, nuestros anhelos, que a veces simplemente son seguir libres durante más tiempo, sin sentir ataduras ni grilletes que nos mantengan en una celda, o que nosotros vemos como tal. Y aunque no deseamos hacer mal, el mal aparece y la incomprensión, la falta de entendimiento a ese celo que prestamos hacia nuestra intimidad que ya no queremos compartir, y que el otro ve como frustrante rechazo y desencadena dolor.

Más allá de todo esto tan cercano, tan de piel con piel, están los otros afectos, esos que son fugaces, cotidianos, que están cincelados por la simpatía. Son esos que nos rodean en nuestras relaciones menos profundas o que nosotros estimamos así, más frívolas, sin la hondura que otorgamos a los otros lazos. Estos vínculos los manejamos con distanciamiento intentando que no nos marquen, que no deje en nuestra piel el roce cálido que traiga afinidades y familiaridades, y los evitamos porque no nos interesan esas bondades que no queremos que profundicen en nosotros. Y esos afectos son muchos menos que los desafectos que destilamos, y cuando miramos alrededor son muchas más las antipatías que nos despiertan y despertamos, que las conexiones con las que confraternizamos. No siempre conectamos, hay gente que la vemos con animosidad y nos molesta el comportamiento de aparente cercanía, sus acciones nos parecen plagadas de egoísmo en la mayoría de las veces. Montarse en un vehículo es encontrar adversarios con los que luchar en la carretera, la solidaridad está escondida no se sabe dónde, pero claramente atrincherada en algún lugar que no vemos y que se nos muestra como fugitiva y refugiada de una guerra, allá en cualquier sitio menos cerca.

Está claro que los desafectos, son afectos perdidos, miedo a los afectos, recuerdos de afectos desaparecidos. Simiente para un futuro de indiferencia, odio, rencor. Siempre dolor, breve o indefinido…

Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos procede de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos. Daniel Defoe.

Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro. Albert Einstein.


Fotografía: Internet

 

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