La vida es maravillosa, y todo comienza el día que nacemos. Cuando un matrimonio tiene su primer hijo, se llena de alegría y esperanza, y si ya tienes dos varones y llega la niña, la felicidad los desborda. Les hablo de mi madre, pero a nadie se le ocurre pensar que una niña chiquitita e indefensa tiene el potencial de madre. Las madres también hemos sido bebés y hemos jugado hemos llorado y hemos soñado.
Me imagino a mi madre recién nacida, con su carita redonda y pelo negro, y eso fue tal día como hoy de hace 97años. Las personas más importantes de mi vida son, mi madre y mi padre; pero hoy es el día que nació mi madre, —aunque tampoco puedo olvidarme del día que se fue—. Ella sola me podía comprender con la mirada y corregirme con dulzura mis errores sin que me lastimaran sus palabras.
Mi madre me dio la vida, sus enseñanzas y ejemplo son el
testigo de la grandeza de su persona. Ahora que no está, con mi cariño y
recuerdo le rindo homenaje cada amanecer, es la manera que tengo de expresar
todo lo que siento por ella. Así, desde el primer momento que sentí su calor y
la ternura de sus abrazos que me protegían y me daban la seguridad para
emprender mi andadura, y nada mejor que ir de la mano de la protagonista de mi
vida, llamada mamá.
Ser madre es lo más maravilloso que a una mujer le puede
pasar, aunque no es tarea fácil; no todos los hijos son buenos hijos, y en
alguna etapa de la vida será más duro y difícil y otras más sencillo. Mucha
dosis de paciencia y comprensión necesitan las madres para poder lidiar con los
caracteres dispares de los hijos.
No existe un manual de cómo ser madre, pero sus desvelos, su
entrega y cariño lo saben valorar y agradecer los buenos hijos. Mamá, sabes
cuánto te quise y te quiero, porque el amor es recíproco. Lo estoy intentando,
pero no soy capaz de expresar todo lo que me viene al corazón cuando pienso en
ti. Eres una gran mujer, llena de “títulos” de los que no te vanaglorias, y fuerte para defender la felicidad de los que más quieres y aprecias.
Cuando yo era pequeña —de eso hace ya mucho tiempo— llenabas
de tirabuzones mi pelo rubio, y creía que eras una especie de superheroína,
pero hoy en día estoy convencida de que sí lo eras. El amor de una madre sabe
interpretar las emociones de los hijos, y ya desde niña te hiciste cargo de mis
heridas en las rodillas y en el corazón, curabas con tu “sana sanita” y con tus
besos todos mis dolores.
Lo fuiste todo para mí: mi niñera, mi enfermera, mi
confesora, mi maestra de la vida, mi eterna compañera y confidente… Siempre has
sabido cómo sellar mis desvelos y mis preocupaciones, algún día me contarás
cómo adquiriste esa gran habilidad, porque ser tu hija es un gran privilegio.
También tengo que decir que fuiste fuerte, aunque a veces te
sentías vencida y veía en tus ojos que las batallas del día a día y de la vida
te doblegaban. Tu valentía y tu fuerza sirvieron para sacar adelante a una
familia —en el tiempo que estuviste sola, sin la compañía de papá, porque Dios se lo llamó a su lado—, y eso tiene mucho mérito y un poder inmenso.
¿Por qué estoy tan segura? Por muchas razones, pero entre
otras, porque te pasaste años forjando espadas y escudos para toda la familia
con el más duro y puro de los aceros y ahora tienes un gran ejército que,
espero, protejan siempre con honestidad, lealtad y honradez tu memoria.
“Una madre es alguien que a pesar de todos tus fallos te
sigue queriendo y cuidando como si fueras la mejor persona del mundo”.
Tu amor es el culpable de que no me conforme con cualquier
cosa, de que siempre quiera más y de que necesite reaprender a mirar la vida
con cada puesta de sol. Has predicado con tu ejemplo los valores más
importantes que hoy tengo y que siempre conservaré: a amar con todo mi corazón,
a tener una mano para dar y otra para recibir, a ser humilde y a sentirme
orgullosa de mí misma y de mi familia.
Luchaste contra viento y marea, calmando las más siniestras tempestades, porque en la vida no sabemos qué suerte nos va a tocar, y entre lágrimas siempre tuvimos un hueco para cobijarnos la una a la otra, a medio camino entre tu corazón y los brazos. Aunque nos apoyábamos la una en la otra, hoy te doy las gracias, porque gracias a ti hoy sé que mis logros me pertenecen y que mis sueños no tienen fecha de caducidad. Gracias a esa fuerza sobrehumana con la que a veces te sobreponías para descargar la espalda a pesar de tanto sufrimiento.
Mamá, papá: Hoy estarían muy tristes viendo la capacidad de sus
hijos para echar por tierra todos los valores cristianos, las enseñanzas y ejemplo
de vivencias que nos transmitieron, pero ustedes no tienen la culpa de que sus
hijos hayan convertido su buen hogar en un nido de víboras. Hoy que pueden ver en
el corazón de cada uno, verán la ponzoña que los revuelve contra una de sus
hijas. Miren a Jacob, un hombre fiel en el que Dios se miraba, y diez de sus
hijos llevados de envidias tramaron acabar con José, buen hijo y buen hermano.
Por ser buen hijo despertó la envidia de algunos, y como en todo grupo siempre
hay unos más malos que arrastran a su maldad a los demás, y esos malos hijos,
sin piedad para con su padre, lo engañaron durante muchos años… Por mí, no se preocupen, estoy fuerte y esa
fuerza me viene de Dios y de ustedes, y de saber qué es los que mueve a las
féminas a llevar este plan tan miserable. Ante Dios y ante el mundo su buen
nombre sigue intacto, porque Dios lo ve todo y lo sabe todo. Y que Dios perdone
a sus hijos, porque yo como hermana les tengo pena.
Pero mi mayor alegría es que siempre estuve junto a mis
padres y ustedes me sintieron a su lado. Por tantas cosas, ustedes son mi mayor
privilegio y mi mayor regalo. Es probable que no alcancen a entenderlo, pero
hoy sé que por mí fueron sus desvelos y sus anhelos, así como su mayor
felicidad y su gran orgullo.
Mamá, papá, decirles que siguen siendo mi luz, la luz que ha
estado alumbrando mi caminar para que pueda seguir avanzando por la vida. Los malos
vientos quisieran apagar mis fuerzas deslumbrantes, pero el amor me mantiene en
pie… ¡Cómo no quererlos! Les admiro y nunca se apagará la luz que me envían. Son
mi universo, mi razón de ser, por quienes me convertí en la persona que soy.
Mamá, no solo me trajiste al mundo, sino que me amaste cuando
todavía no me conocías. Tú solo me amaste por ser tu hija, así de simple: y yo
te amo a ti por ser mi madre, solo por eso, así de simple.
Hoy se cumplen 97 años de que viniste a este valle de
lágrimas, pero ya no más dolor ni sufrimiento; ahora gozas de vida infinita,
aunque tu ausencia me duele. Qué te diré que ya no sepas… Que la verdad esté
siempre por encima de todo. Que el perdón y la comprensión superen las
amarguras y las dificultades sobrevenidas.
Un hilito nos mantiene unidas... Gracias mamá, porque desde las estrellas, sé que dónde sea
que esté y a dónde quiera que yo vaya, tú siempre cuidarás de mí, porque el amor
de una madre es infinito y porque a pesar de que haya pasado el tiempo siempre
seguiré siendo tu pequeña. Te quiero mamá: y soy quién soy por ti, y por
papá. Los quiero con toda mi alma.
En el momento en que un niño nace, la madre también nace.
Ella nunca antes había existido. La mujer existía, pero la madre, nunca. Una
madre es algo absolutamente nuevo. Rajneesh.
Fotografía: Syaibatulhamdi
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