Tormenta y tempestad se parecen, pero no es lo mismo. La
palabra tormenta se utiliza para designar principalmente a aquellos fenómenos
meteorológicos que se generan de manera relativamente abrupta y que se componen
por fuertes lluvias, nubarrones, truenos y relámpagos, posibles caídas de
granizos y otros elementos que contribuyan a generar una sensación de caos urbano. Las
tempestades son conocidas por suceder en altamar, donde la furia del mar desata olas gigantes que se traga cualquier barco. De todas maneras, ambos
fenómenos son parecidos y pueden ser considerados tempestades siempre y cuando
impliquen algún grado de desorden o violencia.
Un día comienza como cualquiera y antes de que el mismo
termine puede que nos encontremos bajo los embates de una fuerte tempestad. En
ocasiones son tempestades de causas naturales, de salud, de peligros físicos,
de pérdidas materiales o aún de pérdidas humanas dolorosas. Las tempestades que
azotan las vidas de los hombres tienen muchas caras y formas. Pero a veces son
tempestades de carácter espiritual, otras donde las tempestades vienen de la mano
de un familiar que se ha alzado como enemigo, y en el obrar del enemigo va la
tempestad misma.
Ya sea de una forma u otra, en lo que respecta del lado
nuestro, como hijos de Dios, es necesario que tengamos presentes que con
diversas tribulaciones y tentaciones es ejercitada o probada nuestra fe a fin
de que, reconociéndonos incrédulos y faltos de fe, si fuere el caso, pidamos humildemente en oración a Dios, para que aumente nuestra fe y la fortalezca con la fuerza del Espíritu Santo. Quién tiene el espíritu en paz a nada ni a nadie teme...
Una tempestad llega en el momento menos esperado generando
confusión y desesperación. Las tormentas personales son devastadoras, roban la calma y el sosiego y puede arrastrar a la perdición a los que están cerca del atormentado, porque un espíritu exasperado no es capaz de controlar sus impulsos vengativos. Por eso es importante cuidar de las emociones, sea cristiano o
no lo sea. Los problemas las dificultades y el descontrol emocional se convierte en una tempestad con consecuencias, pero con la ayuda de Dios se sale.
Todos tenemos proyectos, sueños y metas en las que ponemos toda
la ilusión, y creemos que todo va a salir bien, pero no siempre sale, a veces
vemos cómo todo se desmorona delante de nuestros ojos y aunque la veamos venir, la
tormenta llega y no podemos evitarla. Y es inevitable encontrarnos en medio de
una fuerte tormenta sin esperanza de poder salir. Y ¿qué hace un cristiano
cuando ya está en la tormenta? Pues, cuando la tenemos encima buscamos ayuda, y
si el apoyo personal nos falla, tenemos la fuerza y el auxilio del Espíritu
Santo que nunca falla. Ya lo decía Santa
Teresa: “Quién a Dios tiene nada le falta: Solo Dios basta”.
La diferencia entre un cristiano y uno que no lo es radica en
el discernimiento, porque guiados por el Espíritu Santo no nos faltaran fuerzas. Saber que no estamos solos te mantiene fuerte en la verdad y con la tranquilidad de que más tarde o más temprano todo volverá a su lugar. Cuando algo no marcha bien, por situaciones inesperadas o por enredos intencionados, podemos desesperar, pero bajo su protección estaremos a salvo, esa la mayor garantía de vida.
Hay personas que viven atormentadas por el peso de su conciencia, por envidias, rencores y sed de venganza, y su tormento interior lo enfocan en dañar a alguien cercano, a quien tendría que querer, pero sin embargo descarga con ira toda su atormentada dentelladas para destrozar su prestigio con injurias y calumnias. Lo tristes es que, este tipo de personas siempre encuentran en su camino quienes le secunde...
Tengo que decir que, esta cita de Haruki Murakami, de
su libro Kafka en la orilla (2006), me ha ayudado a entender las tormentas familiares,
esos momentos duros que me ha tocado vivir. Estas palabras me han servido de reflexión, como un recordatorio de mi capacidad de progresar para
bien.
La tormenta de Murakami:
A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de
arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentando
evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti.
Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección,
como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la
Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga
de lejos y que no guarde relación contigo. Esta tormenta, en definitiva, eres
tú. Es algo que se encuentra en tu interior. Lo único que puedes hacer es
resignarte, meterte en ella de cabeza, taparte con fuerza los ojos y las orejas
para que no se te llenen de arena e ir atravesándola paso a paso. Y en su
interior no hay sol, ni luna, ni dirección, a veces ni siquiera existe el
tiempo. Allí sólo hay una arena blanca y fina, como polvo de huesos, danzando
en lo alto del cielo. Imagínate una tormenta como ésta.
Y cuando la tormenta de arena haya pasado, tú no comprenderás
cómo has logrado cruzarla con vida. ¡No! Ni siquiera estarás seguro de que la
tormenta haya cesado de verdad. Pero una cosa sí quedará clara y, es que la
persona que surja de la tormenta no será la misma persona que penetró en ella.
Y ahí estriba el significado de la tormenta de arena.”
Realmente, muchas veces perdidos como si de una pesadilla se tratara creemos que no
podremos con todo. Podemos escoger cómo actuar, pero siempre tenemos la
decisión de dejarnos arrastrar por las penurias y problemas o patalear como
locos para salir del remolino. Capoteamos el fenómeno, el tsunami que nos
revuelca y paso a paso resolvemos este caos que es vivir. Una vez superado el bache agradecemos cada prueba y la posibilidad de demostrarnos la enorme fortaleza interior que nos vuelve infatigables, briosos y tenaces. En medio de
lo inesperado aprendemos a enfocar nuestros esfuerzos, a calmarnos sacando aguante de donde nunca creímos posible. En ese proceso vamos creciendo nos
volvemos más sabios y nos convertimos en otra persona. En la persona digna de ser...
Al salir de la crisis, hay una etapa de entumecimiento, como
de descanso del guerrero, donde decanta todo lo que nos sucedió y cómo lo
resolvimos. La reflexión posterior hace que haya algo especial en los
sobrevivientes de las crisis: hay una cierta tranquilidad, como si supieran de
lo que son capaces. Nos maravillamos de haber superado las pruebas y se instala
en nosotros un orgullo nuevo, pulido, fuerte. Después de la tormenta, viene la
calma y sale el sol, y nos invade la alegría de superar los embates.
Hoy todos somos bien conscientes de que con el término
«cielo» no nos referimos a un lugar cualquiera del universo, sino a algo mucho
mayor y difícil de definir con nuestros limitados conceptos humanos. Con
«cielo» queremos afirmar que Dios, el Dios que se ha hecho cercano a nosotros,
no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que nos tiene
reservado un lugar y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un
lugar para nosotros.
“Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a
brillar entre las nubes”. Khalil Gibran.
Fotografía: Internet
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